El fútbol ha entrado en una etapa de mecanización al estilo del baloncesto. El analista ha encontrado un puesto vitalicio en eso que denominamos cuerpo técnico (un organismo en permanente expansión), una especialización que desgrana el juego casi a niveles de átomos y moléculas. Hay poco margen para la sorpresa, casi todo está estudiado y repasado. Escuchen si no esa coletilla que futbolistas y entrenadores repiten en las entrevistas postpartido. “Sabíamos que…”, reiteran unos y otros al referirse a la táctica del rival, a sus puntos fuertes y débiles, a sus estrategias y hasta al relevo de jugadores. Todo está en el disco duro y en las hojas de Excel: los movimientos en los saques de esquina, los minutos de los cambios, por dónde lanzan los penaltis y hasta cuánto resiste un árbitro antes de sancionar una falta o de tirar de tarjeta.

El juego parece que en ocasiones transcurre en un tablero de ajedrez. Ahí está Dani Pendín, con la tablet en la mano, señalando a Iker Muñoz su posición y movimientos cuando entre en la partida: el peón amenaza a la torre por aquí, parece explicarle. La asunción de riesgos, sabiendo con qué cartas juega el rival, ya es algo consustancial. Que el Rayo pusiera balones largos a la espalda de la defensa de Osasuna era parte del guión del partido. La respuesta debía venir por la presión de los centrocampistas y la velocidad en la respuesta de la última línea. Que Osasuna desplegaría sus ataques por banda y dejaría en los pies de Aimar Oroz la opción de filtrar pases en la frontal del área tampoco suponía ninguna novedad.

Así las cosas, cuando llega el gol la mayoría de las ocasiones es un déjà vu; el atacante que elude por milímetros el fuera de juego y arranca con ventaja insalvable para los centrales para perseguir el balón, protegerlo con el cuerpo y sortear la salida del portero; o el delantero espigado que caza con su frente el enésimo centro lateral. En resumen, “sabíamos que…”, y los detalles y tal y cual. Cada vez hay menos margen para la improvisación, para la libre interpretación. Antes, los futbolistas se preocupaban por las puntuaciones que les ponían en los periódicos; ahora, su temor es quedar retratados en los innumerables datos recopilados durante noventa minutos. Los pases mal entregados, los robos de balón que han sufrido, los regates frustrados, las disputas perdidas, los saltos al vacío… Por eso, no es extraño que haya quien repita con un pase atrás, o abuse de entregas en horizontal o prefiera un centro a larga distancia que desafiar a las estadísticas llegando hasta el límite del campo. En suma, el descomunal esfuerzo de Areso no puede compararse con que los balones que sirvió no los remató nadie.

Así que Osasuna y Rayo respondieron a lo esperado. Solo ese futbolista que no tiene un pelo de tonto, Isi, tiró del libre albedrío para escapar de la norma y complicarles el partido a los rojillos. Su disparo a puerta desde unos 45 metros, estampando el balón en el larguero, fue una pincelada de genialidad entre tanto corta y pega. Como el cabezazo a gol de Raúl García de Haro, que debía ser cometido de Budimir, al menos en la planificación repartida a los centrales rayistas.

Lo demás entraba dentro de lo rutinario, pese a que el partido mantuviera viva la atención como también lo hace una partida de ajedrez que acaba en tablas. Lo que me inquieta es el siguiente paso: la utilización de la inteligencia artificial en el fútbol. Todo llegara. Pero mientras ese momento asoma, el osasunismo espera el regreso de Bryan Zaragoza para que el fútbol vuelva a lo imprevisible, que es de donde nunca debió salir.

Confidencial

Santos Cerdán, fiel osasunista. El número tres del PSOE es un osasunista confeso, como ha expresado de forma reiterada en redes sociales a la hora de congratularse por algún éxito del equipo. Cerdán no quiso perderse la eliminatoria con el Athletic y se dejó ver de forma discreta en el palco de San Mamés. Un palco al que, por cierto, es obligado acceder con corbata.