Me pregunto en qué altura de la clasificación podría estar hoy Osasuna si en el papel de visitante hubiera sacado de las entrañas la ambición que manifestó ayer. Después de igualar en el marcador un resultado adverso, esta vez desde el banquillo no ordenaron toque a retirada, ni enviaron mensajes conservadores ni ejecutaron movimientos tácticos que tiraran para atrás en lugar de empujar hacia adelante. Sí llamó la atención el cambio de Budimir tras marcar el gol y en un momento en el que comenzaban a detectarse fisuras en la defensa del Betis.

El futbolista ya había comprobado que en la pelea en el área la contundencia de los centrales no era tan eficaz como cuando jugaban con la ventaja de acosarle en el medio campo cuando recibía el balón de espalda. Habían crecido con los minutos las opciones y el instinto goleador del 17, que cuando fue sustituido no maquilló su cabreo con la decisión del entrenador, y, fiel a su personalidad, luego reconoció en la entrevista postpartido.

Sin embargo, el discutido relevo por Raúl García de Haro cerca estuvo de decantar el encuentro; el exbético protagonizó uno de esos remates de cabeza que tanto hemos echado en falta esta temporada, pero entre la mano de Adrián y el larguero impidieron que Osasuna sumara los tres puntos. Dirán que el Betis no estaba ayer para repetir alguna de esas exhibiciones que va dejando a lo largo de este curso, pero es que el equipo de Vicente Moreno le hincó el diente al partido desde el minuto uno y escuchó los pitidos finales presionando en campo contrario. Para cerrar así la última página, hubo antes una brillante colaboración de los centrales (aunque a Catena le sorprendiera el remate a gol del Cucho); un desgaste constante de Areso arriba y abajo; un trabajo a pico, pala y rasqueta de Torró; Oroz haciendo del fútbol un arte y Pablo Ibáñez exponiendo una vez más la equivocación que se va a cometer si deja Osasuna, porque futbolistas con ese perfil de trabajo, de compromiso, de lectura del juego y de osasunismo no es que sean necesarios, son imprescindibles.

Entre otras cosas porque además de saber de fútbol tiene un estrecho conocimiento del carácter del equipo y de su afición. ¡Claro que Pablo Ibáñez no es Bryan Zaragoza! Porque el centrocampista sabe cuál es su rol en el grupo y el delantero cree que es el grupo el que depende de él. En ese concepto que exponía de la ambición, la de Bryan es más singular que plural; piensa en el caño más que en el recorrido que puede tener la jugada; en el chut a portería más que en el pase; en lo que venía siendo como futbolista deslumbrante, en lugar de madurar para cuajar en el futbolista que puede llegar a ser. Porque ayer pudo ganar el partido en dos acciones individuales, pero le faltó acierto y le sobró portero.

En fin; en la rueda de prensa previa al partido me llamó la atención que, para subrayar sus palabras, Vicente Moreno descargaba con la mano unos golpes sobre la mesa. Pasó, por ejemplo, cuando les dijo a los periodistas que después de lograr la permanencia (“para lo que me contrataron”, recalcó) en los partidos que quedan “de dejarnos ir, nada”. Y así salió el partido. Bienvenida, ambición.