En 1905, el aspecto de conjunto de la plaza del Castillo se acercaba mucho al concepto urbanístico de plaza mayor, cerrada por sus cuatro frentes y dotada de arquerías y porches, como muchas otras en las ciudades y pueblos de nuestra geografía. Y cumplía a la perfección su papel de cuarto de estar de Pamplona, como a menudo ha sido definida. Aunque la plaza en sí y los edificios que la conforman no han cambiado de forma notable desde aquella fecha, lo cierto es que sí se registran alteraciones significativas en la parte central y en su frente meridional, como luego podremos comprobar.

En primer plano vemos la techumbre del viejo kiosco de madera, de estética modernista y que, entre 1900 y 1910, estuvo situado frente al café Iruña. El centro de la plaza va ocupado por un grupito de árboles que encierran la vieja fuente de la plaza del Castillo. Esta fuente fue instalada aquí en 1792, cuando se inauguró la primera traída de aguas a Pamplona, para abastecimiento de la población, que hasta entonces tenía que servirse de los pozos distribuidos por patios, calles y plazas. En lo alto de la fuente luce la célebre Mari-Blanca, a la que ya nos hemos referido otras veces, y que entonces constituía uno de los iconos más populares y arraigados de la ciudad. Al fondo de la foto vemos la fachada del teatro Gayarre (entonces llamado Teatro Principal), en su emplazamiento original, cerrando la plaza por el lado sur y constituyendo el frente más noble y clasicista del conjunto.

HOY EN DÍa, los cambios operados en la plaza son bastante evidentes. El kiosco de madera fue trasladado en primera instancia al centro de la plaza, en 1910, y sustituido en 1943 por el actual kiosco de piedra, que lleva sendas fuentes incorporadas. Al ser ocupado el centro de la plaza por el kiosco, la popular Mari-Blanca fue desplazada a la plaza de San Francisco, donde permaneció entre 1910 y 1927, momento en el que fue relegada, aparentemente ad eternum, a los jardines de la Taconera.

En cuanto al frente meridional de la plaza, sufrió un único pero radical cambio, cuando en 1931 se abrió la calle de Carlos III. En este momento se derribó el viejo teatro, y su fachada se trasladó, piedra a piedra, hasta su actual emplazamiento, en el primer tramo de la nueva calle. La ciudad ganaba así una avenida amplia, moderna y elegante, pero la plaza del Castillo vio roto para siempre su carácter cerrado e íntimo de plaza mayor.

Un último y grave avatar esperaba aún a la castiza plaza del Castillo, pues su historia milenaria habría de cruzarse con la figura de doña Yolanda Barcina, alcaldesa de Pamplona en el año 2000. Ella fue la encargada de promover su alteración más grande y definitiva, puesto que, con espíritu taxidermista, le abrió las entrañas, extrajo los tesoros arqueológicos atesorados durante más de 2.000 años, y luego le embutió el indigno relleno de un aparcadero de coches, aderezado con abundante hormigón, humos y hollín.