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Agur a la vieja ikastola de Jaso

El primer edificio del centro educativo, que se abrió en 1980, se derribará próximamente

Agur a la vieja ikastola de JasoJavier Bergasa

PAMPLONA. La ilusión y el esfuerzo de ocho profesores, una cocinera y los padres de los primeros 104 alumnos escribieron el principio de la historia de la ikastola. "La hicimos todos", recuerda Kontxita Martínez de Lecea, de 63 años y primera directora del centro. Ayer, esa familia volvió a reunirse para despedir al viejo edificio.

"En 1980 hubo una demanda terrible de petición de matrículas en la ikastola San Fermín y se quedaron muchos alumnos fuera. Desde el centro se animó a los padres a abrir una nueva ikastola", explica Martínez. La idea cundió y recorrieron "todos los conventos vacíos que había en Pamplona", hasta que encontraron el actual solar. "Las monjas lo calificaron de milagro porque querían venderlo y nosotros también", indica Martínez. Ayer, padres, madres y profesores recordaron esos inicios. Primero reformaron la residencia de las monjas. "Cada año la adaptábamos según las posibilidades", señala Martínez. Edu Serna Elgarresta, profesor de la ikastola, recuerda que llegó con 21 años al centro. "Todos pintábamos las clases, limpiábamos las mesas, conducíamos el autobús, los padres, madres y profesores nos tomamos la ikastola como algo nuestro". Beatriz Iriarte Aranguren, es otra de las primeras docentes. "Los profesores éramos muy jóvenes y teníamos muchas ganas", afirma. Mari Jose Aracama Bengoetxea, de 65 años, fue una de las primeras madres. "Íbamos a los campamentos, ayudábamos en lunch, en todo".

Reformaron la residencia, que fue el edificio que acogió Educación Primaria, y el chalet pequeño, donde vivían las monjas; se convirtió en la escuela para los alumnos de tres a seis años. Las huertas y el rosal se sustituyeron por un patio.

DESPERFECTOS Y ROBOS

En el viejo edificio, en su último año; 1999, se matricularon 632 alumnos. En abril de ese curso, Jaso ikastola se quedó pequeña y se trasladó a un nuevo centro, ubicado en el barrio de Mendebaldea.

Desde entonces, el solar se ha quedado inutilizado. "Han entrado a robar, salta la alarma cada dos por tres, es muy caro mantener el seguro de la luz y no está en buenas condiciones. Es un riesgo mantenerlo abierto", explica Serna. Son algunas de las razones que les llevaron a decidir su derribo. "La idea es venderlo", subraya Serna. Aunque ayer, la idea era recordarlo todo. A las 17.00 horas se dieron cita en el centro numerosas personas y se sucedieron los besos y los abrazos. En grupos o solos, recorrieron el que fue su comedor, las clases, el aula de profesores, o el almacén, entre otros espacios. Y fueron varios los que se llevaron un pupitre como recuerdo.

Amaia Carmona y Edurne Zoazoa son dos exalumnas que estudiaron en el centro desde los tres hasta los ocho años. Ahora, con 21 años, se acuerdan de aquel espacio donde vivieron su infancia, rodeadas de "misterio y recovecos". "Existía un pozo y se decía que allí había una niña y que se le oía hablar o el balón se encalababa en las huertas de las monjas y, como eran de clausura, era misterioso", señala Zoazoa. Martínez recuerda que una vez tuvieron que hablar "en serio" con los alumnos para decirles que "en el chalet, que estuvo cerrado, no había ningún fantasma. Había muchos sitios para esconderte". También destacan cómo cogían las castañas "como el mayor tesoro del mundo", relata Carmona.

Ayer salieron por última vez de un edificio que comenzó como un "milagro" y acabó formando parte de la vida de todos ellos.