llamarte Ana Carmen, gozar de la música, en especial la española de entresiglos (XIX-XX), y del equilibrio artístico de un armonioso barroco fue una genial coincidencia el pasado día 22 de diciembre en la iglesia del convento de los Carmelitas Descalzos de Pamplona. Un momentico prenavideño aderezado con la virtuosa batuta de la galesa Caroline Collier y su troupe de la Sinfonetta Académica. Sin desdeñar el Cartel de Fiestas de Remacha ni el Tango en re de Albéniz ni el monumental Amor brujo de Falla, ribeteado con la emotiva actuación de la solista mezzosoprano Nerea Castellot, la tensión emocional llegó al nivel de escarpia con las Danzas españolas de Enrique Granados. La danza Oriental, la Andaluza y la Rondalla, tres de las doce danzas, consiguieron hacer bailar a follajes, volutas y doquier de formas del retablo mayor y a las de la pareja de colaterales del Niño Jesús de Praga y de San José. No es que Santa Ana, titular del cenobio, y la Virgen del Carmen, protagonistas del retablo mayor, brincaran a la pista del altar para darse un meneo, pero si provocaron un acompasado y dulce movimiento de sus paños y escapularios en un íntimo agarrado con la Virgen Niña la primera y con su hijo todavía pequeño y en brazos, la segunda. A los tarareos y ritmos se apuntaron también Elías, Juan de la Cruz, Cirilo de Alejandría... algunos de los cuales visten para la eterna ocasión con empaque y aplomo hábitos carmelitanos. Y aunque tapado por el pertinente y bonito Nacimiento de Jesús en Belén, también iluminaron la escena los reflejos de roleos, pinjante y cogollos de la bellísima capilla de san Joaquín, uno de los mejores tesoros barrocos de la ciudad de Pamplona.
La terna de danzas españolas la encabezó la Oriental, bella obra escrita en do menor que emanó un fino lirismo sentimental. Continuó la Andaluza que avanzó hacia el allegretto y que, con su clima flamenco, fue la más reconocible de todas estas danzas. Y cerró la Rondalla, que corresponde a una rondalla aragonesa que terminó convirtiéndose en una jota. Ahí, in crescendo, el conjunto de músicos, trazas y personajes se unieron en una traca final antológica. La flauta, el oboe... hasta el contrabajo entra en la hornacina principal para estrechar clavijas y voleta en saludo navideño a la Virgen del Carmen.
Nuestra Señora del Carmen, que no es otra que Santa María del Monte Carmelo. Las órdenes religiosas de los Carmelitas, en sus versiones de hombres y mujeres, calzados y descalzos, tienen su base principal en esta figura mariana. Esta congregación surgió en el siglo XII, cuando un grupo de ermitaños, inspirados en el profeta Elías, se retiraron a vivir en el Monte Carmelo, considerado el jardín de Palestina (en lengua semita, Karm-El significa la viña o jardín de Dios). En la regla, que sintetiza el ideal del Carmelo, se exigía la vida contemplativa, la meditación de la Sagrada Escritura y la entrega al trabajo. Un laboreo que tiene como una de sus referencias principales a Santa Ana, patrona de las mujeres trabajadoras y de las embarazadas a la hora del parto.
A Pamplona llegaron los Carmelitas de la mano de Martín de Cruzat y fundaron su primera casa en 1587. Primero estuvieron en la Magdalena, pero luego prefirieron establecerse intramuros para alejarse de las riadas y acercarse a los fieles. Las primeras trazas del actual convento las dibujó fray Nicolás de la Concepción en 1637. En 1653 se terminó el claustro. En 1669 se inaugura la iglesia bajo la advocación de Santa Ana. Y en 1673 se remata con la fachada principal, cuyo proyecto se debió al cantero Pedro de Azpíroz y al estilo de muchas otras fachadas carmelitas de la época como las de Madrid, Calahorra y Lazkao. Responde al esquema que divide el frontis en tres calles, la del centro es la principal y las laterales se unen a ella por medio de unos aletones curvos. Predomina el planísimo, aunque se busca un contrapunto y contraluces con varios paneles y los dos escudos de la congregación. En conjunto, responde a la tipología de templo postherreriano.
Una gran fábrica que hoy se esconde en el entramado de la Pamplona antigua, convirtiéndose en una gran e injusta desconocida. Merece la pena adentrarse a la antigua rúa de las Carnicerías Viejas (hoy calle Descalzos); mejor aún si en el interior de esta casa suena alguna danza de Granados y la Sinfonietta Académica y bailan Santa Ana, la Virgen del Carmen, la niña, el niño y todos los santos. Si no hay música ni danza, éstas se pueden imaginar. Si está cerrada, uno se puede conformar, hasta mejor ocasión, en escuchar la música callada, pero de bellos colores, de esta recóndita y mágica fachada: Sus tan pulidas como robustas piedras, traídas en su día de Badostáin y de montes de Ultzama, te hablan sin parar, intentando el tresbolillo en tonos azul caliza y arenas.