Hola personas, ¿todo ok?, me alegro. Esta semana he paseado por zona netamente extramural, he recorrido una pequeña parte del monte que nos vigila.

Pamplona tiene un lejano horizonte por todos lados menos por el Norte, por ese punto cardinal nos encontramos con la pared de una alineación montañosa de la que no hace falta decir su nombre porque aquí todo el mundo la conoce, se trata del monte San Cristóbal o monte Ezkaba, que de las dos maneras le podemos llamar. Es un monte alargado de 895 metros de altura, lleno de vida y muy vivido. Es el parque natural de Pamplona, el ecosistema más cercano a la ciudad, desde niños los pamploneses hemos conocido sus caminos, sus laderas y su cima. Es la auténtica y la única atalaya con la que contamos, desde su cumbre se domina toda la cuenca y, por supuesto, toda la ciudad. En sus lomas se levantan varios pueblos hacia las dos vertientes, Berriosuso, Aizoain, Berrioplano, Berriozar, Artica, Ansoain, Azoz, Ezcaba y Garrués. En esta ocasión he paseado de Berriozar a Artica y he intentado llegar a Ansoain pero no lo he conseguido.

Vamos a verlo.

Hoy viernes por la mañana he hecho unos mandados que me reclamaba el currelo y al acabarlos he decidido darme un paseíto, pero estaba un poco vago, no tenía ganas de ir en el coche de San Fernando y he decidido ir sobre ruedas, para ello he ido a la estación de Carlos III y he desanclado una “mayacleta”, ya sabéis uno de esos mágicos velocípedos que con una pedalada avanzas cinco metros, concretamente he tomado la número 364. Eran las 10:57:18, todo está registrado.

He bajado por Carlos III, he alcanzado la plaza del pueblo, he tomado la continuación natural llamada Chapitela y por Mercaderes he llegado al Ayuntamiento. De más está decir que a esas horas esas calles son ciudad viva en grado sumo, gentes de todo tipo y condición que van y vienen, cada cual a lo suyo, pasos rápidos de paisanos en sus quehaceres cotidianos, pasos lentos de turistas que, plano en mano, se detienen y admiran, carreras de repartidores que necesitan multiplicar las horas por dos, jubilados que ven pasar los minutos en donde ellos han pasado los años. En definitiva, bullir de gente, lo que digo, ciudad viva.

He bajado Santo Domingo y la bajada a la Rotxa a tumba abierta. He cruzado el puente y he tomado la antigua caja de vía del Plazaola, hoy calle de D. Bernardino Tirapu, aquel buen médico que tenía en su maletín tanta medicina como humanidad, he llegado a la rotonda que da acceso al paseo peatonal que sigue aprovechando el viejo trazado ferroviario y me he adentrado en él. Pedalada tras pedalada he llegado al cruce que tiene con la carretera que sube al pueblo viejo de Berriozar. Me he incorporado a ella y tras un pequeño esfuerzo he llegado a lo que era Berriozar antes de nacer el gran pueblo que se arracima a derecha e izquierda de la carretera de Guipúzcoa.

El viejo pueblo conserva todo su sabor, me reciben su lavadero y su asca perfectamente conservados, una piedra labrada da fe de que su fecha de construcción fue 1745. ¡Si esas paredes hablasen! Un poco más arriba se llega a la iglesia de San Esteban, un sencillo templo del siglo XII con una portada que muestra un pequeño arco ligeramente apuntado y un precioso porche en el que la piedra es la reina: sillares en banco, arcos y contrafuertes, sillarejo en las paredes, y unas losas impresionantes en el suelo, brillantes de tantos siglos dando sólido servicio a tantos fieles que las han hollado buscando y encontrando allí su alimento espiritual.

Dejando la iglesia a mi izquierda he continuado por un camino que se adentra en el bosque de la ladera de nuestro querido San Cristóbal.

Unos metros más adelante el paseo era un capricho, a la derecha la ciudad, la variante norte con su trajín, la fabril Landaben, más allá campos y al final todo el circo de montes que cierran la llanada de la cuenca, frente a mí el más reconocible, para un lego en la materia como yo, era el cabezón de Etxauri marcando el Oeste. A mi izquierda un bosque de pinos rectos y altos como mayos me hacía sentir diminuto, auténticas flechas apuntando al cielo.

El camino está jalonado de esculturas realizadas en troncos secos que ponen un toque divertido a la senda. He llegado a Artica y me he dirigido a ver su parte vieja que está totalmente restaurada, excesivamente nueva y retocada para mi gusto.

Me he acercado a ver la iglesia, edificio digno pero con poco valor artístico, he dado una vuelta por lo poco que queda de la vieja Artica y he abandonado el pueblo con intención de seguir camino a la vecina Ansoain.

He sacado mi móvil, he abierto un mapa de la zona y en él he visto que tomando la carretera que sube al fuerte de Alfonso XII, en la primera curva, a mano derecha salía un camino que me llevaba derecho al destino pretendido. Para allí que he encaminado mis pedaladas y, al llegar, enseguida me he dado cuenta de que el camino requería conocimiento y maña que ni mi bici ni yo teníamos para circular por él, así que he echado pie a tierra y he comenzado a recorrerlo con gran dificultad. Piedras, baches, maleza, estrechez y todo tipo de obstáculos salían a mi paso, como podía las iba sorteando hasta que ha llegado un punto en el que he pensado que mejor me daba la vuelta y que otro día vendré sin bici y llegaré a ver la maravillosa iglesia románica de San Cosme y San Damián. Es esa iglesia que a las noches se ve desde Pamplona iluminada y solitaria en la loma del monte. Yo nunca la he visto de cerca, hoy he estado a escasos 300 metros, pero no he podido llegar. Continuar hubiese sido imprudente.

He regresado a Artica, he bajado a la variante y una gentil pasarela me ha puesto al otro lado de la infraestructura para poder retomar cómodamente la vieja vía del Plazaola y volver a salir a la parte trasera de la Rotxa. En vez de rodar de nuevo por Bernardino Tirapu lo he hecho, para variar, por la calle de Cruz de Barcacio y he salido a lo que fue Matesa, quedando la vieja fábrica a mi izquierda y a mi derecha la trasera de las casas del grupo El Salvador que tienen unas huertas urbanas ciertamente envidiables. En ellas estaban dos señoras azada en mano empleándose a fondo en conseguir que la tierra les dé lo que ellas mismas luego guisarán cerrando así un delicioso círculo de autoabastecimiento. He salido a San Pedro y por Aranzadi a la Magdalena donde he tomado el ascensor que me ha puesto camino de mi casa. A las 12:37:04 volvía a anclar la mayacleta en Carlos III, mi viaje ha durado 1 h 29 min 45 sec y me ha costado 4,77 €. Dos cañas. Besos pa tos.

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