Tomando un café en Agoncillo La cita con la madre de Nagore se produce en un bar de la localidad riojana de Agoncillo, donde se encuentra pasando unos días, ya que la familia posee una casita allí desde 1990. Conocí a Asun Casasola en 2015, durante mi primer año de alcaldía, y desde entonces he coincidido con ella varias veces, sobre todo en los aniversarios de la muerte de su hija. Mientras me dirijo a su encuentro, las sensaciones son diferentes, más intensas que en otras entrevistas similares. El caso de Nagore reviste sin duda unas características especialmente duras, y tengo la sensación de estar a punto de asomarme a un abismo insondable de dolor. Afortunadamente, todas estas reticencias desaparecen en cuanto me encuentro con Asun, una mujer que desborda vitalidad. En un torrente imparable de palabras, Asun Casasola comienza a desgranar la breve vida de su hija Nagore.

Me cuenta que los Laffage provienen de Francia, aunque llevan al menos cinco generaciones afincados en Gipuzkoa, y son una familia netamente euskaldun. Asun Casasola Pardo, en cambio, nació en Villamuriel de Cerrato (Palencia), y desciende de una familia de campesinos castellanos. Su padre emigró a Francia en busca de trabajo, pero finalmente encontró ocupación en Irun, donde la familia terminaría por establecerse. Asun trabajó en una fábrica del sector alimentario, y su marido Txomin Laffage Astiasuinzarra era pintor. Tuvieron dos hijos, Javier, nacido en 1985, y la pequeña Nagore, que nació el 1 de marzo de 1988.

Una niña resuelta y con recursos Nagore Laffage realizó sus primeros estudios en el colegio de la Anunciata de Donostia, pero cuando tiene 6 años la familia se traslada a vivir de Rentería a Irun, y pasa a estudiar en el colegio de La Salle de dicha localidad, donde terminó Secundaria. Habla castellano y euskara, toca el acordeón, practica la gimnasia rítmica, y era abierta, habladora y resuelta, con muchos recursos y mucha personalidad. Su madre cuenta, a modo de ejemplo, la ocasión en que Nagore se rompió el brazo con 10 años, y ella sola se presentó en el centro de salud, desde donde la derivaron al Hospital. Sus padres no se enteraron de lo ocurrido hasta que apareció en casa, con el brazo ya escayolado. En otra ocasión, durante una competición de gimnasia rítmica, Nagore olvida la parte final de su ejercicio, un pequeño drama ante el que muchas niñas se hubiera sentado en el suelo a llorar. Ella, sin dar la menor muestra de vacilación, improvisa todo el final del ejercicio en base a movimientos que se le van ocurriendo sobre la marcha, y termina tan tranquila. Solo su entrenadora se había dado cuenta de lo ocurrido, y Nagore le explica, con la mayor naturalidad, que estaba segura de que el común del público no se apercibiría de la “trampa”.

Como estudiante Nagore es trabajadora y responsable, aunque también es algo dispersa, lo cual le priva de obtener mejores resultados. Pasa algunos veranos en Londres, y allí se encontraba cuando ocurrieron los terribles atentados de 2005, en los que cuatro bombas causaron 56 muertos. Casualmente sucedió un 7 de julio, y aunque Nagore, que tiene 17 años, evidentemente no lo sabía, le quedaban exactamente tres años de vida. Al terminar el bachillerato la joven elige estudiar Enfermería, pero no quiere cursar la carrera en Donostia. Desea conocer otros lugares, y solicita el acceso en varias ciudades del Estado. La primera facultad desde la que le comunican que está aceptada es la de Pamplona, donde terminará por matricularse, sellando su destino.

7 de julio de 2008 En Iruñea Nagore conoce nuevas amistades y tiene una vida social activa, aunque se centra sobre todo en el estudio, y además de Enfermería se matricula en Dietética y Alimentación en la UNED. El primer curso lo pasa en la residencia María de Riquelme de Abejeras, pero al año siguiente se va a un piso compartido, en el barrio de Donibane. Cursa prácticas de enfermería en Oncología, aunque Asun recuerda que a su hija le atraía más el campo de la Psiquiatría. Con el curso ya terminado y en los días previos a San Fermín, Nagore estuvo en Irun una última vez, y aprovechó su estancia para cortarse el pelo y vacunarse contra el VPH. Asun recuerda, con cierta pena, que el último día que estuvo con ella discutieron, porque a Nagore le enfadaba ver fumar a su madre y a su tía. Luego, la joven marchó a Pamplona, y la historia de lo ocurrido es bien conocida.

No es el objetivo de este artículo entrar a analizar los pormenores de lo ocurrido aquella madrugada. Tan solo diremos que Nagore salió con unas amigas, y que a última hora coincidió con José Diego Yllanes, médico residente de la CUN. Y que Yllanes intentó violar a Nagore, y como ella se resistió, la sometió a una paliza que le dejó señales de no menos de 36 golpes, le rompió la mandíbula y le fracturó el cráneo, y finalmente la estranguló. Que intentó descuartizar su cuerpo, para lo cual llegó a pedir ayuda a un amigo, pero que finalmente la metió en bolsas de basura y la abandonó en el monte, no sin antes cortarle un dedo y arrebatarle todas sus pertenencias para dificultar su identificación. Y que en un juicio sonrojante, el jurado no apreció alevosía, a pesar de la existencia de la grabación de una llamada al 112, realizada a la desesperada por Nagore segundos antes de morir, y en la que de forma perfectamente audible se le oye decir “me va a matar”. A pesar de ello Yllanes no fue condenado por asesinato sino por homicidio, y a los 8 años salió de prisión. Hasta donde se sabe, hoy en día ejerce como psiquiatra, lejos de Iruñea.

Daños colaterales Pero, como suele ocurrir en estos casos, la acción criminal de Yllanes no solo alcanzó a Nagore, sino que afectó a toda la familia. Su abuelo paterno murió apenas un mes más tarde, y la vida de los Laffage-Casasola se oscureció de manera radical. El aita, Txomin, que había tenido una relación muy especial y estrecha con su hija, era incapaz de hablar del tema, y las pocas veces que se refería a Nagore lo hacía como si aún tuviera seis años, nunca pudo hablar de su asesinato. Murió de forma prematura en 2019, cuando tan solo contaba 67 años. Y recuerdo con especial ternura un testimonio del hermano de la joven, Javier, que al poco tiempo de la muerte de Nagore aseguraba querer tener tres hijos porque, según decía, “si a uno de ellos le pasa lo que a Nagore, el otro no se sentirá tan solo...”.

Hace rato que Asun y yo hemos terminado nuestras consumiciones, y la conversación permanece animada y fluida, pero tenemos que terminar, porque es su cumpleaños, su teléfono no deja de sonar, y ha quedado con unas amigas. Le pregunto a ver cómo se imagina que sería hoy Nagore, y me dice que sería una mujer de 35 años, libre, independiente y empoderada, y que a buen seguro le hubiera dado nietos. Es en este tramo final de la conversación, al hablar de los daños colaterales de la muerte de Nagore, el único momento donde he percibido que su voz temblaba y se le arrasaban los ojos. Me cuenta que ella salió del pozo de la desesperación porque encontró un nuevo propósito en la vida.

Se dedica a dar conferencias que ayuden a concienciar a la sociedad, y tan solo el año pasado estuvo en 104 colegios hablando ante los jóvenes. Antes de despedirnos, me dice que ha sido en los corazones de la gente donde ha encontrado la justicia que el tribunal no quiso dar a Nagore. Tiene palabras de agradecimiento para las mujeres de Lunes Lilas, con Tere Sáez a la cabeza, para Helena Taberna, autora del documental “Nagore”, y para todas las gentes y grupos feministas de Pamplona e Irun, que han puesto a Nagore en el lugar donde está, y que han evitado que sea “una más” de la larga lista de mujeres que son asesinadas cada año.

Ya de camino a Pamplona, reflexiono sobre algo que Asun me ha contado. Asegura que una vez, en el instituto navarro de Bera, un joven le preguntó a ver si se cambiaría por la madre del asesino de Nagore. Según dijo, tuvo un momento inicial de duda, porque de este modo conservaría aún a su hija, podría verla y abrazarla, pero finalmente contestó que no. Y por difícil que fuera la pregunta, y por dura que fuera su respuesta, estoy convencido de que Asun Casasola acertó de pleno.