Hola personas, un domingo más de nuevo con todos vosotros para dar un paseo por nuestras queridas calles y hoy así va a ser literalmente. Hoy voy a dar un paseo que va a hacer justicia a un tramo de la ciudad por el que he pasado en un elevadísimo porcentaje de mis ERP pero en el que nunca me he parado a hablar de él, al menos nunca lo he hecho de una manera monográfica, quizá he hablado de alguno de sus elementos, pero no del conjunto, y la verdad es que vale la pena, incluso se merece un par de capítulos. Me estoy refiriendo a la primera parte del Segundo Ensanche, esa Pamplona que se levantó entre el derribo de la muralla Sur y el fatídico 36.

Como sabéis de sobra la ciudad acababa, prácticamente, en la trasera del Gayarre, tras él solo quedaba la plaza de toros y el Baluarte de la Reina, luego los consabidos glacis de la muralla y después el mundo. Con la llegada de la segunda década todo eso cambió, el plan de Serapio Esparza ganó la batalla al de Julián Arteaga y al de Ángel Galé para marcar por donde deberían ir plazas, calles y casas. Las murallas desaparecieron, la plaza de toros pasó a su actual ubicación, el terreno se allanó y Pamplona, que, por su propia estructura amurallada, no había tenido mucho desarrollo constructivo en el XIX, carecía de esos edificios que traían la modernidad y el boato a otras ciudades. En la nuestra se contaban con los dedos de una mano: la casa del Iruña, obra de Maximino Hijón, su vecina casa de Garbalena, alguna casa del Primer Ensanche, nacidas de los tiralíneas de Martinez de Ubago, Ansoleaga o Arteaga, la manzana del Pasaje de Seminario, en la calle San Saturnino, y poco más. Por tanto, lo que naciese con este nuevo ensanche iba a ser lo nuevo, lo moderno, la Pamplona postmurallas, por así decirlo, y lo fue. El momento económico debía de ser bueno y las construcciones que en los terrenos disponibles empezaron a nacer eran construcciones destinadas a una burguesía creciente y pujante a la que Pamplona tampoco estaba muy acostumbrada. En la vieja Iruña, encorsetada en lo viejo prácticamente, no cabía la ostentación, salvando los viejos palacios del XVIII, las clases acomodadas vivían en pisos más o menos lujosos pero discretos. El Segundo Ensanche, en cambio, empezó con una fuerte declaración de intenciones, el primer edificio que se construyó fue el magnífico chalet de Martinicorena en la esquina de Bergamín con Arrieta, entonces Leyre, y de ahí para arriba, el de Goicoechea, el de Muniain, la casa de Toribio López y un largo etc.

Pero vamos a verlo con ojos de paseante de hoy. Esta mañana de jueves me he dado un paseo por entre todas esas maravillosas casas y he concluido que en Pamplona hubo unos años en los que reinó el buen gusto. Sus estilos son eclécticos, pero ninguna chirría, ninguna es un espanto. He entrado en harina por la parte contraria por la que se empezó a construir, es decir que he entrado por la parte de la que fue Carretera de Francia, Avenida de Alfonso XIII, de Galán y García Hernández, del Generalísimo Franco y ahora es de la Baja Navarra. La plaza que me recibe que fue del General Primo de Rivera, de Pablo Iglesias, del General Mola y hoy es de las Merindades, la cual está igual en una mitad, con su sabor de los años 20-30 y cambiada en la otra, en la que un impersonal mastodonte ha sustituido a la casa de las hiedras, la casa de los Agudo, aquella bonita casa que se cubría del vegetal que la bautizó, que tenía el número 20 sobre su puerta y que el mediodía del 6 de septiembre de 1974, ante cientos de espectadores, entre los que me contaba, la cargaron de dinamita y en una chapucera voladura, la empresa Volconsa, la intentó derribar y no lo consiguió, lo que si consiguió fue abrirle un boquete en la habitación a una señora de la casa de al lado.

Continué mi camino y en tres metros eché en falta otro edificio que la especulación dio a la piqueta: el Colegio Notarial. A mí, personalmente, no me gustaba nada, me parecía un catálogo de arquitectura historicista, tenía todos los neos, arcos neogóticos en el bajo, neorrenacentista en el piso con arcos doblemente conopiales, torreón neobarroco con arquillos y remate de pináculos, no sé, un lío, pero desde luego con más sabor y más belleza que el bloque que lo sustituyó que ese sí que no hay por donde cogerlo. Seguí por la acera de los impares para admirar el pedazo de casa que se levanta en los pares con el número 14, edificio que tantos años albergó en sus bajos la mítica, para quienes ya contamos unos calendarios, Editorial Aramburu, ¡qué gozada de tienda! Es un edificio totalmente simétrico que se levanta sobre unos zócalos de mármol negro y que lo enmarcan verticalmente dos líneas de miradores, entre ellos seis balcones con dos decorativas pilastras que van de arriba a abajo, cierra el conjunto una galería de arquillos. Es una casa que inspira calidez de hogar, de pensar que bien se tiene que estar ahí adentro. En los bajos una zapatería de esas modernas y una joyería, entré en la primera para ver el jardín que alberga detrás y que contiene dos palmeras y un granado. Las chicas amabilísimas me lo abrieron para que lo pudiese fotografiar y verlo a capricho, una de ellas era una niña jovencita, la otra era una chica conocida de toda la vida, las dos encantadoras.

Salí y en dos metros me vino a la memoria otras dos tiendas míticas que allí se encontraban: la de bicis de Orbaiceta y Fonos en la que tantos y tantos discos escuchamos. Era una manera de pasar el rato, salíamos del cole e íbamos a Fonos a oír discos que nunca comprábamos, pero que ellas pacientes aun sabiéndolo nos los ponían en los tocatas y nos atendían con más o menos amabilidad. La casa donde se encontraba, la del N.º 16, que hace esquina con Arrieta, tampoco es manca y tiene un ático con una terraza ciertamente envidiable. Crucé de acera y me di de morros con el monstruo del edificio que levantó la CAN, para hacerlo derribó casi una manzana de deliciosos chalets, el último en caer fue el que me hubiese encontrado tras el paso de cebra, el de la Mutua, en donde una vez me enyesaron la muñeca por una rotura de radio, obra de Eusa que en su día levantó para la familia Eguinoa. Era de Eusa pero en la batalla Eusa versus CAN está claro quién ganó. El resto de la manzana cayó como un castillo de naipes en los comienzos de los años 70, entre ellos la clínica del Dr. Alcalde en donde a tantos nos dieron el carnet de pamploneses.

Ya veis he dicho que en un ERP no me iba a caber y así ha sido, me queda mucho en el tintero, colocaré el letrero de continuará y el domingo que viene veremos más de este bonito espacio de la ciudad.

Besos pa tos.

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