Emigrante alicantino

Contactamos con Fernando Más, nieto de Eliseo Sanchiz, a través de amigos comunes, y fijamos la cita en su domicilio de Sarriguren. Allí, Fernando y su mujer Begoña nos reciben con apabullante hospitalidad, y tras las presentaciones de rigor ponen en mis manos álbumes fotográficos, recortes de prensa, portafotos y fotos sueltas que muestran a su antepasado en diferentes actitudes. Relevándose en el turno de palabra, los datos necesarios para hacer este artículo fluyen con soltura.

Así nos enteramos de que Eliseo Sanchiz nació el 3 de enero de 1904 en Banyeres de Mariola, localidad situada en la comarca de la Hoya de Alcoy, al norte de la provincia de Alicante. Ello le dejó un cerrado acento “valencià” del que no se desprendió nunca. Fue el pequeño de los once hijos de José Sanchiz y Teresa Sanz, en una familia de escasos recursos económicos, lo que le forzó a emigrar muy pronto. Según él mismo contaba, antes de recalar en Pamplona trabajó como arriero y saltimbanqui por los pueblos, y alimentaba la leyenda de que ejerció en África como cazador de leones. Más allá de fábulas es posible, eso sí, que hubiera estado en aquel continente, más concretamente en Larache (Marruecos) realizando el servicio militar, por lo que, teniendo en cuenta las fechas, tuvo que conocer necesariamente la sangrienta Guerra de África. Afincado en Navarra desde 1923, en 1931 casó con la navarra Águeda Indurain Aisa, de Olleta, con la que tuvo tres hijas: María Teresa, María Jesús y María del Carmen.

Sus comienzos como heladero fueron de asalariado por cuenta ajena, modo en el que probablemente aprendió el oficio, lo cual le permitía sobrevivir, ahorrar algo de dinero y aún ayudar a su madre en Banyeres. Trabajó en El Buen Gusto, heladería-turronería afincada en la calle Chapitela, de donde pasaría a la heladería La Vital sita en el paseo de Sarasate. Con posterioridad Eliseo decidió abrir su propio negocio, y fundó una pequeña heladería en la calle Lindatxikia, donde fijó también su domicilio. Ya en la década de 1940, Eliseo se hizo con la concesión del puesto de golosinas de la estación del tren, por lo que se le hacía muy complicado compaginar el negocio de Lindatxikia con el de la Rotxapea. Por este motivo trasladó su heladería al cruce de Cuatro Vientos, lugar donde la mayor parte de los pamploneses lo recordarán aún, puesto que permaneció abierta hasta que el edificio fue derribado en 1999.

EL A-2

Con todo, la imagen más popular y difundida de Eliseo va asociada a su faceta como vendedor a pie de calle. Comenzó dispensando con una tinaja que portaba al hombro, pero luego pasó a vender sus helados en bici-carro y en motocarro. Tuvo varios vehículos de estos, pero de todos ellos el más conocido era una suerte de híbrido tuneado, que conservaba la rueda trasera y el motor de una moto ligera, a la que se había unido por delante una especie de vagón ferroviario en miniatura, donde iban los contenedores de helado, los cucuruchos etc. Todo iba cubierto con un techo que protegía helados y heladero del sol, y con un letrero donde había pintado su inconfundible y famosa marca comercial, un indescifrable jeroglífico que rezaba: “EL A-2 ELISEO”. En cuanto a los productos que comercializaba, además de los helados, en su tienda de la Rotxa vendía todo tipo de chuches, y el puestico de la Estación estaba especializado en pastillas de café y leche “Dos Cafeteras”, aunque también expendía garrapiñadas, chufas, peladillas, caramelos y aquellas inolvidables mantecadas de la tudelana Casa Salinas. Fabricaba además unas palomitas de maíz deliciosas, a las que añadía almíbar para caramelizarlas. Las vendía en los cines de Pamplona, bien en bolsitas o bien en “crispetas”, unos bloques en forma de ladrillo envueltos en papel de celofán.

Pero Eliseo Sanchiz era, ante todo y sobre todo, un vendedor ambulante. Recorría a diario las puertas de los colegios, a las horas de mayor afluencia, sin olvidar pasarse por la Vuelta del Castillo y otros lugares de paseo concurrido, y se acercaba incluso a los pueblos, a golpe de pedal, con sus helados a cuestas. Tal vez como consecuencia de ello era un gran aficionado a las carreras a pie o en bici, habiendo localizado en prensa varias noticias donde se le menciona participando en competiciones (La Voz de Navarra, 26-4-1933 y 30-10-1934), llegando a presentarse al Campeonato de España Ciclo-Pedestre en 1935. En aquella ocasión compareció con una estudiada y extravagante vestimenta, en calzón corto, con la cabeza rapada y calcetines con ligas, lo cual provocó que la prensa guipuzcoana lo describiera como “tipo pintoresco”, afirmando que era “desconocedor de lo que es una carrera ciclista”. Nosotros pensamos, en cambio, que el buen Eliseo, que se llevó a la competición un voluminoso lote de sus productos, era, en realidad, todo un precursor del actual marketing comercial. Se integró de tal manera en las costumbres de su tierra de acogida que era frecuente que, en los pueblos por los que pasaba, desafiara a los jóvenes locales a partidos de pelota, en los que a menudo perdía toda la recaudación del día.

Un tipo especial y entrañable

Lo hasta ahora dicho hubiera probablemente bastado para que el heladero alicantino se hubiera convertido en un tipo conocido y popular en la ciudad. Y sin embargo el bueno de Eliseo tenía algunos valores añadidos, que permitieron que pasara, de manera perenne, a la memoria colectiva de los pamploneses y pamplonesas de la primera mitad del siglo XX. De entrada, su paciencia era proverbial, y era capaz de aguantar el embate de los enjambres de mocetes que rodeaban, como moscas, su puestico sobre ruedas. Les atendía debidamente, les contaba increíbles aventuras, supuestamente vividas por él mismo en África, donde no faltaban los ataques de serpientes y de manadas de leones, y fiaba a veces a los críos, dándoles helados a cuenta, aunque tuviera muy pocas esperanzas de recuperar el dinero.

Según contaba el mismo Eliseo, en una de las últimas entrevistas que concedió (Diario de Navarra, 23-10-1963), todavía décadas después le paraban, ya adultos, algunos de aquellos críos de los años 40-50, y le daban un par de duros en pago de aquellas deudas nunca satisfechas. Su imaginación estaba a la altura de la de los mocetes, y defendía muy seriamente que iba a reforzar el motor de su motocarro, y que le iba a poner una hélice para poder volar sobre la ciudad sin subir ni bajar cuestas, algo así como la bici de E.T. Participó en sueltas de vaquillas a bordo de su motocarro, y la familia tiene una fotografía de su antepasado, ya mayor, haciendo el pino sobre su bicicleta, recordando el saltimbanqui que fue de joven. Una de sus últimas ocurrencias fue una curiosa y celebrada peregrinación a Santiago, que llevó a cabo un año antes de morir, a lomos de su burro “Molinero”. Portaba un representativo lote de sus productos, anunciados con una cartela donde se leía “El maná de Eliseo”, y llevaba además una gigantesca torta de maíz, con la que pretendía obsequiar al arzobispo de Compostela. Otra creativa muestra de mercadotecnia avanzada.

Un final trágico

Eliseo Sanchiz Sanz murió el 19 de febrero de 1966, cuando contaba 62 años, arrollado por el tren. Ello levantó algunos rumores, pues se sabía que había recibido tratamiento psiquiátrico (El Pensamiento Navarro, 20-2-1966), y hubo quien dijo haberle visto la víspera, abatido y taciturno. La familia, en cambio, desmiente tajantemente cualquier duda, y explica que el accidente se produjo cuando Eliseo cruzaba la vía, cargado con una bandeja con la que solía entrar a vender sus productos en los trenes que se detenían en la Estación de Pamplona. A mí, al menos, la explicación me parece totalmente lógica. Vamos terminando la entrevista y, cuando ya estamos a punto de levantarnos, Fernando Mas me enseña un último documento, un folio con membrete oficial. Se trata de la carta de pésame, elegante y cariñosa, escrita por don Miguel Javier Urmeneta, quien fuera alcalde de Iruñea entre 1958 y 1964. Otro de esos personajes de los que nos gustaría hablar algún día en esta serie...