Hola personas, en primer lugar, ¡¡Amunt Valencia!!, infinita pena, infinito dolor.

Y ahora a lo nuestro. ¿Cómo discurre el otoño?, imagino que bien. Yo no sé si puedo decir lo mismo porque mi ciática ha dado una vuelta de tuerca y me ha dejado amarrado a puerto, pero no en dique seco y ya sabéis que también en puerto hay cosas que nos dan para escribir un ERP en condiciones. Para ello me he armado de un libro en el que vamos a encontrar materia de sobra. De alguna manera se puede decir que hoy me voy a adornar con plumas ajenas. Pero él estaría encantado con la difusión de sus saberes.

Me estoy refiriendo al libro de José Joaquín Arazuri, El municipio pamplonés en tiempos de Felipe II Editorial Aranzadi, Pamplona 1973. En él, Arazuri, pormenoriza hasta el último detalle cómo era la vida que vivían nuestros antepasados en tiempos del Rey Prudente.

Así, por ejemplo, comienza explicándonos como era el organigrama político municipal, con un regidor a la cabeza y sus concejales después. Nos habla de los hospitales, de los relojes, de los servicios de limpieza y en un capítulo nos cuenta lo referente a las casas de mancebía, ya que este tema, estaba controlado por el regimiento, ordenando dónde se debían de instalar casas con mujeres públicas dada la gran necesidad que este o aquel barrio tenía. Y de “tan vil comercio”, se hablaba, se organizaba y se discutía en las sesiones municipales. Así en la sesión celebrada el 6 de marzo de 1557 se acuerda “sea atendida la gran necesidad que en esta ciudad hay de casa pública en el Barrio Nuevo –que eran las calles de la antigua judería, hoy calles Merced, Dormitalería, Labrit y Tejería–, cabo (junto) a la casa de Joan Vizcaíno, mesonero, la casa de XXX es la que se haya más apta para ello”.

El regimiento dio poder a los señores Zugarra y Beruete para “alquilar a costa de la ciudad, obligando a los propietarios de ella, la dicha casa en el alquiler que les pareciere y pagadero en el término y tanda que les pareciere. Y hagan en dicha casa los aposentos que viesen convenía para dicho efecto”. Sigue Arazuri relatando sitios y situaciones análogas en las que los munícipes se encargan de las necesidades carnales de sus vecinos. Curiosos los términos que emplean para referirse a las ejercientes de la cuestión, siendo algunos de estos los de mujeres mundanas, mujeres enamoradas, chamiceras, churrianas de baja estofa, cantoneras y las carcaveras que trabajaban en las cárcavas o zanjas. Es de suponer que una gran parte de la población descendía de quienes se dedicaban a tan viejo oficio, por tanto, habría que andar con cuidado, sino te querías llevar una estocada por llamar hijo de tal a quien ciertamente lo era.

También se refiere nuestro pediatra a los empleos y sueldos que pagaba la Ciudad, así como a muchos empleos hoy desaparecidos como, por ejemplo, el de padre de huérfanos, guardas de la taberna de gente de guerra, encargados del peso general de la harina, o procurador de los términos de la ciudad. Siendo éste de tal índole que me parece interesante que lo conozcamos un poco más en profundidad. Con un sueldo de 20 libras anuales, su misión consistía en vigilar los términos de la ciudad y vigilar los mojones y las acequias para comprobar que un vecino no robase al otro ni tierra, ni agua. Una vez al año se hacía un reconocimiento de los términos. La tarea seguía un procedimiento meticuloso en el que participaban varios funcionarios. El equipo se componía de tres regidores, un secretario, tres nuncios, equivalente hoy en día a los policías municipales, tres guardas de campo y dos jornaleros, que se encargaban de mover los mojones si fuese necesario. El cortejo partía a caballo de buena mañana desde el portal de San Nicolás en dirección sur y tras dejar a su derecha Abejeras llegaban e inspeccionaban Arrosadía, Sadar, Cruz Blanca, Lezkairu, Argaray, La Teja, Tejería y Beloso bajo.

A lo largo del camino, los litigantes o propietarios en disputa, aprovechaban la visita de los funcionarios para presentar sus quejas o reclamos, esperando que estos impartiesen justicia sobre las delimitaciones o la merma del agua en sus acequias, señal de que alguien, a lo largo del trayecto, había hecho un agujerito por el que sisaba tan preciado elemento.

Tras estas gestiones seguían su ruta para llegar al mediodía a Burlada donde les esperaba una copiosa comida. No era esta la primera parada, ya que, a media mañana hacían un alto en Mutilva para refrescar el gañote y se apretaban seis pintas de vino. La comida solía repetirse la misma año tras año; el acta de 1588 nos indica que se trajinaron carne de carnero equivalente al valor de 15 pollos, y continuaron con 3 gallinas, 7 pollos y una gran ración de tocino. Para poder pasar semejante cantidad de carne se bebieron 16 pintas de vino blanco y 69 de vino tinto. Es de suponer que a la pitanza se unía personal de Burlada invitado por el consistorio pamplonés, tal cantidad para 12 personas se me hace excesiva. Cerraban la comida con un postre de peras y guindas. Tras el pantagruélico festín continuaban su camino e inspeccionaban los términos de Magdalena, Morea, Txantrea y Ezkaba, para terminar la jornada en Ansoáin donde se apretaban otras 6 pintas de vino. ¿Se las servirían en Vinos Salinas? Quién sabe. Habrá que preguntarle a Conchi.

Este evento anual no solo cumplía con un fin práctico de control de tierras, sino que también era una cita para la convivencia y el disfrute de quienes llevaban a cabo tan sacrificada labor.

A la mañana siguiente comenzaban por Aranzadi, Cruz de Barcacio, Unzutxiki, Santa Lucía, La Borda, Soltxate, San Macario, Landaben, y Sanducelai, llegando al mediodía a San Jorge, donde, según continúan las actas de ese mismo año, se comieron 1 carnero, 2 gallinas, 2 pollos, tocino abundante y una buena ración de criadillas. Para pasar el tapón se trasegaron 56 pintas de vino, rematando también con peras y guindas.

Tras el frugal refrigerio, atravesaban el puente de Miluce y revisaban Berichitos, Biurdana, Ermitagaña, San Juan, Iturrama, Donapea y Azpilagaña para entrar de nuevo por Abejeras, cerrando así el círculo, y dejando los términos ordenados hasta el año que viene. Me pregunto ¿en qué condiciones llegaban a cumplir con su cometido en los términos que inspeccionaban por las tardes? Malas, evidentemente.

Al capítulo de oficios le siguen asuntos tan cotidianos como eran los asuntos religiosos, siempre omnipresentes en la pía Pamplona, los temas lúdicos, como deportes, torneos y toros, comercios y artículos que estos ofrecían, etc. etc.

Pero todo esto, tan interesante, lo veremos en otra ocasión.

Besos pa tos.

Facebook: Patricio Martínez de Udobro

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