Está escondido entre las callejuelas y casas bajas de la Txantrea, seis árboles de gran porte tapan la fachada y el interior del local se mantiene similar desde hace 65 años.

El Avenida, historia viva del barrio que se ganó a los vecinos con sus fritos y vermús caseros, es un bar “viejo, especial y con encanto” que triunfa con su nuevo menú degustación, un concepto gastronómico moderno que choca con la tradición que desprende su estética y el ambiente cercano que se respira.

Cualquiera diría que en el Avenida se puede disfrutar de un pan de agua tostado a la parrila con mantequilla de anchoa y ajo asado, alubias verdes con caldo de gallina y trufa, arroz de camarón rojo o vacío de vaca.

La gente nos pregunta si es aquí donde se come el menú degustación. Les decimos que sí, entran y se quedan flipando. Algunos vuelven a preguntar”, comentan Asier Olmedo, tercera generación del Avenida, y Julen Fernández, el chef.

En la Guerra Civil, Pascual Olmedo, abuelo de Asier, abandonó Coca, un pueblo de Segovia, y puso rumbo a Pamplona porque su familia estaba presa en el fuerte de Ezkaba. Conoció a Esther Labairu, la Txantrea se convirtió en su hogar y en 1959 fundaron el Bar Avenida.

“Lo levantaron con mucho esfuerzo y trabajo. Estaban todo el día metidos aquí”, relata Asier. Pascual y Esther se ganaron a los vecinos con su vermú y fritos caseros –croquetas, calamares, jamón y queso o pimiento–, Jesús Olmedo y Ascen Rubio –padres de Asier– cogieron el testigo y Josu Olmedo –hermano– les apoyó en la pandemia. 

Hace tres años, Jesús y Ascen se jubilaron, Asier se marchó de la fábrica en la que trabajaba y continuó con el legado familiar. “Quería que el Avenida siguiera vivo porque tengo recuerdos muy bonitos. Me he criado aquí, he mamado la hostelería de antes y de crío ayudaba a mis padres y abuelos. Cogí mucho cariño al oficio”, recuerda.

Asier propuso la idea a Eneko Leoz, amigo de la infancia, y al cocinero Julen Fernández –de la cuadrilla de Eneko–, que acababa de aterrizar en Pamplona tras su aventura culinaria por medio mundo: Madrid –La Huerta de Carabaña–, Girona –El Celler de Can Roca–, Tailandia, Japón, Australia... “No me lo pensé. Me motivó porque la Txantrea es un barrio con identidad, tiene algo especial y es donde queremos estar”, asegura Julen.

En 2021, los tres arrancaron la aventura –Eneko ya no está– y convirtieron al Avenida en un bar “trifásico. Tiene tres caras”, bromea Julen. Al mediodía, mantienen la “esencia” del local: música y ambiente “desenfadado”, vermú casero y fritos elaborados con la receta de la abuela.

Calamares, jamón y queso, pimiento y croquetas que cambian de sabor cada semana: rabo de toro, queso azul y pera, mejillón, gamba, jamón, mozzarella, calabacín, cecina... “Innovamos constantemente y la gente viene para descubrir de qué es la croqueta”, indica Asier. 

A la hora de comer, de jueves a domingo, ofrecen un menú degustación: “Fue una pedrada mía, mi condición para formar parte del proyecto”, reconoce Julen. “El poteo se ha perdido mucho y debes amoldarte a los nuevos tiempos gastronómicos. Darle una vuelta sin perder la esencia”, incide Asier.

El Avenida lanzó esta propuesta con “miedo” porque no sabían cómo encajaría en la Txantrea –un menú degustación pega más en un restaurante con estrella michelin ubicado en el centro de la ciudad que en un bar clásico situado en un barrio obrero– y cómo reaccionarían los vecinos cuando se enteraran de que no podían elegir.

“Me asustaba obligar a la gente a que comiera lo que quisiéramos nosotros”, admite Asier. “Se zampa lo que hay, lo que nos da la gana”, bromea Julen. 

Al menú degustación le costó afianzarse “un poco” porque a veces “nos currábamos unos platos de la hostia” y venían pocos clientes, pero ahora es todo un fenómeno y hay que reservar con varias semanas de antelación.

“Los sábados y domingos siempre estamos llenos. Viene mucha gente de fuera de la Txantrea. Antes las caras de los clientes eran conocidas, ahora cambian todos los fines de semana. A la mayoría de la gente le gusta que la comida sea sorpresa”, asegura Julen. 

El menú está compuesto por nueve platos –siete salados y dos postres– que cambian cada día: “Me gusta improvisar, me aburro rápido y no quiero cocinar siempre lo mismo. No planifico nada”, expresa Julen.

Eso sí, el chef utiliza una misma base: pan a la parrilla con mantequilla, croquetas, uno o dos entrantes, uno o dos de verduras, un arroz, una carne y dos postres que siempre son los mismos: tarta de queso y brownie. “Si los quito, la gente se me echa encima porque son brutales”, señala.

El Avenida le da mucha importancia al maridaje, trabaja con bodegas pequeñas y la carta varía cada seis meses. “Le estamos dando mucha caña. Aquí se beben vinos interesantes”, defienden. 

Hamburguesa sorpresa

A las noches, el Avenida se vuelve a transformar y se convierte en un bar que dispone de una amplia carta para cenar de picoteo. La hamburguesa 3.0, que cambia cada dos semanas, es el plato estrella.

“Habremos hecho 80 versiones, de todas las perladas que se nos ocurren. Variante india, japonesa, mexicana... A veces repetimos porque la cabeza no nos da para más”, comenta Julen. 

El Avenida también prepara ensaladas, raciones –tortilla de patata trufada, brie trufado con tostadas o natxos cabrones –, platos principales –pata de pulpo a la brasa, sepia a la plancha o cachopo– y bocadillos. En las cenas, los clientes son “los fieles”, los vecinos de toda la vida. “Somos de la Txantrea y nos gusta vivir del barrio”, se enorgullecen.