Vienen desde Oriente con sus dromedarios reales –Romeo, Nino y Pesao– y un séquito de mil personas. Nadie sabe cómo lo hacen, pero cada año llegan a Pamplona, se pasean por las calles y, entre la vigilia, el sueño y los momentos familiares, dejan los regalos para los niños y niñas que se han portado bien, se ponen morados de comer leche, galletas y dulces, y desaparecen hasta el año que viene. Mientras tanto, en lo que queda de año, se conserva la ilusión de la infancia, la dulzura de un juguete nuevo y el propósito de ser buenos durante lo que queda de año. Y vuelta a empezar, sin importar que llueva, nieve o haga un frío tormentoso con el que, en cualquier otro contexto, nadie saldría a la calle. En esta ocasión, la noche y el tiempo acompañaron a la ternura con la que los más pequeños y sus familias llamaban a Sus Majestades.
Sin embargo, como lo bueno se hace esperar, antes de que se pudieran reencontrar con sus ídolos, había 28 grupos que les precedían y que ambientaban las calles para que la acogida fuera perfecta, entre los que se incluían los típicos abanderados italianos, los caballistas, la fábrica de juguetes, la Estrella de Belén o la Sagrada Familia. Esta última carroza se encontraba protegida por varias escoltas; entre ellas, Clara Díaz, Helena González y Paula Aizcorbe, pamplonesas de 15 años, que, al contrario que los Reyes Magos, no tuvieron que emprender un viaje tan largo para acompañar a Jesús, María y José. Se trata del primer año en el que les han encomendado una labor tan importante, así que lo asumieron con “una tremenda ilusión. Sobre todo, porque esta carroza es la más importante; es en la que va el niño Jesús”, señaló Paula. Así que, desde el momento en el que les anunciaron la gran noticia, estuvieron imaginándose el momento en el que lanzaban caramelos y saludaban a los niños y niñas. “Aunque este año nos han pedido que repartamos los dulces en mano para que no se gasten tan pronto y para que no les den en la cabeza porque pueden hacer daño”, comentó Clara. “Nos dieron consignas muy precisas con este tema. Hay que tener casi un máster para esto”, bromeó Helena.
Pero si hubo uno de los grupos que dejó con la boca abierta a todos los vecinos y vecinas de la capital navarra, fueron los bailarines del rey Baltasar, quienes, acompañados por una buena batucada y canciones típicas que se han escuchado hasta la saciedad en 2024 –como Pedro de Rafaella Carrá– realizaron danzas urbanas y africanas para “mover a la gente y que sepan que está llegando el mejor de los Reyes Magos”, aseguró Vicky González, de 20 años. Tanto ella como sus compañeras, Naroa Aguirre –de 15 años– y Martina Rubio –14 años–, forman parte del grupo de baile Ravel, que lleva tres años participando en la cabalgata. A pesar de no ser novatas en esto de salir a la calle y bailar para animar a los txikis, las tres se mostraron algo nerviosas, pero muy contentas porque, a diferencia del año pasado, no llueve, y “lo vamos a petar”, expresó Vicky. Y entre baile y baile, siempre recibidos con vítores y aplausos, todavía tuvieron tiempo para acercarse a los críos y ofrecerles algún que otro caramelo que escondían entre sus trajes. Y los niños se abalanzaban e imitaban sus pasos. Como si así estuvieran más cerca de conocer a Baltasar.
Las ansiadas carrozas
Y llegó el gran momento. Primero, un oso polar; después, un león, y, por último, un jaguar. Tras un devenir de emociones –entre las ansias por los caramelos, las sorpresas del desfile y la emoción de ver a los Reyes Magos–, cerraron la cabalgata las tres carrozas más conocidas del mundo. Las que siempre anuncian de forma inútil porque ya saben todos lo que tienen que gritar y cómo tienen que sonreír para que les lancen más caramelos. En cuanto Alaia González, de 8 años, vio el azul y blanco que caracterizan el carruaje de Melchor, comenzó a gritar su nombre con el objetivo de que le saludara. “Es mi favorito. Todos son muy simpáticos, pero Melchor siempre se porta muy bien conmigo”, dijo. Por esta razón, cada año le promete a sus padres –Kike González y Leticia Aizcún– que no va a ser una niña revoltosa. “Este año he sido muy buena. Por eso les he pedido un patinete, un reloj, palos de golf y ropa”, enumeró. Por tener una carta tan extensa, lo que tuvieron que hacer padre,madre e hija fue “gritar hasta quedarnos afónicos, que tienen que cumplir con todos los regalos”, exclamó el padre entre risas.
Por otro lado, Luna Aizpurua, de siete años, se mostraba con algo más de vergüenza. Estaba sorprendida porque nunca antes había visto de cerca a Melchor, Gaspar y Baltasar. “Casi siempre nos vamos al pueblo, y allí no hay cabalgata. Entonces, la pobre no los había visto nunca y está flipando”, indicó Laura Arregui, su madre. Una vez que pasaron todas las carrozas, la niña se volvió con cara de fascinación hacia Laura y, con mucha inocencia, le preguntó: “¿Cómo hacen para estar aquí y llevarles regalos a todos los niños del mundo? Su madre, entre risas, le contestó que “son los Reyes Magos. Si ellos no pueden hacerlo, ¿quién lo va a hacer?” Luna quedó satisfecha con la respuesta y prometió que no iba a dormir esa noche. Que les iba esperar hasta que llegaran a casa.