Androcentrismo, misoginia e invisibilización. A lo largo de los siglos, la historia del mundo ha sido escrita en masculino, bajo estos tres determinantes que posicionaban a los hombres como los sujetos de referencia mientras que a las mujeres –tal y como apuntaba la filósofa Simone de Beauvoir– se les condenó a ser “las otras”. De esta forma, la historiografía de las ciudades critica de forma mordaz la figura femenina e, incluso, la minusvalora. Se dice que eso no es historia. Y, sin embargo, su presencia contribuyó al establecimiento, desarrollo y apogeo de las civilizaciones en cada una de las épocas. “A Emiliana Zubeldia Inda se le juzgó por su vida privada y no por su gran carrera como compositora y se ha descrito a Sancha Ramínez como lo peor que ha tenido la iglesia de Pamplona por el simple hecho de ser mujer”, apuntó la historiadora Ana Díez de Ure Eraul durante la jornada Pamplona, la ciudad de las mujeres que tuvo lugar el pasado martes y que se inserta dentro del ciclo de encuentros Diálogos sobre la historia de Pamplona.
La charla, moderada por Díez de Ure y que contó con la participación de Amaia Nausia Pimoulier y Gemma Piérola Narvarte, tenía como objetivo demostrar que la propia periodización ha sido creada desde el punto de vista de los “hombres europeos y blancos”. Según Nausia Pimoulier, en el Renacimiento se reforzaron los discursos patriarcales y se empujó a las mujeres a la esfera doméstica, alejadas de los entornos sociales, bélicos y políticos. “De hecho, es la época de las grandes cazas de brujas, donde se describe a la mujer como el eje de todos los males”, incidió. De esta manera, las mujeres quedaron a los márgenes de todo cuanto se cuenta en los libros y se dice “que no hemos aportado nada a la historia. Si nos fijamos en los ámbitos donde los hombres han sido protagonistas, encontraremos referentes femeninos que nos dirán que es excepcional, pero lo que tenemos que hacer es girar el foco y fijarnos en lo que nos han dicho que no es historia, en lo que es el día a día y en los colectivos”, aseguró.
“El poder del pene”
La historia escrita por los hombres
En ese sentido, Piérola Narvarte añadió que la investigación histórica demostró que las mujeres no eran sujeto de estudio porque “la mano que escribía la historia era la mano del poder. Y esa mano tiene sexo y género. Eran los que legislaban, predicaban desde lo alto de las iglesias y en el espacio público. Es el poder del pene, porque de ellos dependía que las mujeres estén o no en el testimonio escrito académico o formal”.
Ante esta jerarquización de géneros, mientras que los hombres en la Edad Moderna contaban con la libertad de hacer cuanto quisieran, la figura femenina se sostuvo entre la castidad y la maternidad. “Se decía que eran malas por la naturaleza y que, por su bien, debían estar bajo el control del padre, del hijo o del hermano”, comentó Nausia. No obstante, a pesar de ese “adoctrinamiento, control y dominación” –y de que, por motivos de supervivencia, siguieran esos ideales para formar parte de la sociedad–, hubo mujeres que se rebelaron, resistieron y rompieron con esos grilletes.
Viudas en Navarra
“Las que aúnan los miedos del patriarcado”
Quizá fue por necesidad. O a lo mejor una resistencia consciente. Pero, desde luego, hubo sororidad entre las mujeres. Las fuentes historiográficas demuestran que –por ejemplo– en la calle Zapatería hubo mujeres que compartían vivienda porque habían fallecido sus maridos y que se defendían ante las agresiones masculinas. En ese sentido, “las viudas aúnan todos los miedos del patriarcado porque son mujeres con experiencia sexual que viven solas y que no tienen una figura masculina que las controle y, además, son ancianas decrépitas que no tienen utilidad porque ya no se pueden procrear”, comentó. En Navarra, la presencia de las viudas todavía retaba más a las condiciones sociales de la época, puesto que “eran las que más capacidad tenían para administrar sus bienes y del marido de todo el territorio europeo. Eso las sitúa en una posición que preocupa. Por eso, los tratados y la iglesia gastan mucha tinta sobre ellas y las juzgan en exceso”, señaló.
Resistir el franquismo
La huelga de 1951
“La cuestión femenina en el franquismo nunca fue un relato de interés”, sentenció Pierola Narvarte. De hecho, ni siquiera las editoriales que empezaron a publicar en el Estado –a partir de los 80– cuestiones sobre la dictadura recogieron el sufrimiento de la otra mitad de la población. Tuvieron que pasar años hasta que las propias mujeres impulsaran esta línea de investigación con sus propios fondos. “Y hoy en día me atrevería a decir que las subvenciones se dan por un tema morboso o interesado”, consideró. En ese sentido, la historiadora mencionó un capítulo de 1951, uno de los años más duros del franquismo, en el que se pasaba mucha hambre. 400 mujeres, ante la subida de precios del aceite y de los huevos se amotinaron en el Mercado del II Ensanche y fueron donde el gobernador civil con cacerolas para denunciar la situación. “Y todas ellas fueron encarceladas o heridas”, apuntó Díez de Ure Eraul. De hecho, en la prensa navarra se recopiló un sumario “agotador” donde aparecieron las mujeres juzgadas y castigadas. Y, junto al nombre, aparecía el epíteto de prostitutas. “Se le considera como un castigo social a pesar de que fuera una forma de resistencia, una manera de alimentar a sus hijos”, dijo. Sin embargo, tal y como afirmó Piérola Narvarte, a través de la historias de las mujeres es “como conoceremos la verdad. La historia del franquismo no será historia si no se tiene en cuenta la realidad de las mujeres”.
Trabajo femenino
La esfera doméstica o los trabajos sumergidos
El envite patriarcal quiso arrinconar a la mujer al hogar, pero la evidencia histórica demuestra que siempre han trabajado fuera de casa. Aunque, por lo general, eran “mal remunerados, no reconocidos, sumergidos, que no aparecen tan fácilmente en las fuentes”. Y, sobre todo, destacan los trabajos físicos –que se alejan del estereotipo que versa que las mujeres no poseen la fuerza de los hombres–: “En la construcción del castillo de Pamplona fuimos nosotras las que acarreábamos las piedras. De hecho, los trabajos más forzados eran realizados por ellas y por los niños, a pesar de cobrar la mitad del salario”, relató Nausia.
Por otro lado, en ámbitos como el artesanal o el sanitario, las mujeres pelearon por no ser expulsadas. “En los bajos de la calle Zapatería vivían y trabajaban en familia, pero la gente se imagina que los hombres eran los únicos que trabajaban en los talleres. Es posible que esto se deba a que les prohibieron en el siglo XVIII acceder al grado de maestría. Y lo mismo ocurría con la medicina. Aunque, en este caso, se produjo una irrupción masculina en un oficio que, tradicionalmente, era femenino. “Les arrebataron la medicina por medio de su institucionalización del saber médico y les acusaban de ser hechiceras”, contó.
A pesar de estas múltiples anécdotas que configuran la identidad de las ciudades, todavía hay quienes achacan que la historia con perspectiva de género es cuestión de ideología. Y nada que ver. “No se trata de hacer justicia, sino de ser rigurosa. Si no, la historia no es completa porque se está dejando de lado el testimonio de la mitad de la población”, defendió Nausia. En ese sentido, las tres historiadoras reconocieron que Pamplona y sus calles no representan “la vida de las mujeres. Y eso es algo que duele porque es muy importante que haya referencias para nosotras y para las que vienen detrás”, mencionó Díez de Ure. Pero todavía quedan quienes por ese compromiso con la historia recuerdan los relatos de un colectivo que resistió la misoginia y el androcentrismo a pesar de que las quisieran silenciar. La historia real es las que devuelve a la mujer a su espacio, en el que siempre tuvo que ser visible.