Poco sabemos de los primeros años de vida de Francisca, y lo que conocemos de sus orígenes familiares lo sabemos gracias a lo publicado sobre la figura de su hermano mayor, Pablo Sarasate. Así sabemos que Francisca fue la segunda de los cuatro hijos del matrimonio formado por el pamplonés Miguel Sarasate con Javiera Navascués, natural de la Fábrica de Armas de Orbaitzeta. Fue bautizada como Rosina Francisca Javiera, pero en el seno familiar se referían a ella como “Paquita”, y posteriormente como “Paca”, modo en el que el propio Pablo Sarasate se dirigía a ella en sus cartas. Fueron sus abuelos paternos Martín Navascués, de la localidad navarra de Eriete, y María Juanena, de Sarasa. Por parte materna, sus abuelos fueron Francisco Navascués, también de Orbaitzeta, y Micaela Oarriechena, de Amaiur. Francisca nació de manera circunstancial en A Coruña, pues su padre, músico militar de profesión, se encontraba allí destinado en torno al año 1853.
Su infancia, además, se vio marcada por la muerte de su madre, ocurrida en Bayona en 1855, mientras acompañaba a Pablo a París y cuando la niña tenía tan solo 2 años de edad. Francisca Sarasate se casó en 1881 con un pamplonés de la élite social y política de la ciudad, Juan Cancio Mena Irurzun, 19 años mayor que ella. Juan Cancio era viudo de Amalia Sobrino, una cubana de La Habana fallecida en 1872, con la que ya había tenido descendencia. Según publicaba “La Avalancha” de 1916, con motivo de su fallecimiento, Juan Cancio Mena Irurzun fue doctor en Derecho y Filosofía, decano del Colegio de Abogados de Pamplona, secretario de la Diputación Foral de Navarra y miembro de la Real Academia de Legislación.
Fue además comendador de la Orden de Alfonso XII, caballero de la Orden de Isabel la Católica, y director de la Escuela de Comercio de Zaragoza, motivo por el que la familia residió durante algunos años en la capital aragonesa. Francisca y Juan Cancio tuvieron 3 hijos, de los cuales dos, Joaquín y María, fallecidos en 1952 y 1983 respectivamente, se encuentran enterrados en el panteón familiar que el matrimonio se mandó construir en 1912 en el cementerio de Pamplona.
Una obra amplia, variopinta y desconocida
Francisca Sarasate fue en vida mucho más conocida de lo que hoy en día pudiera parecer. Su hermano Pablo llegó a musicar algunas de sus poesías, como por ejemplo “La canción del marino”, y el compositor francés Camille Saint-Saëns (1835-1921) le brindó una de sus obras, la titulada “Jota Aragonesa” (op. 64), firmada con la dedicatoria “a mademoisselle Paquita Sarasate”. Colaboró en publicaciones de su época como la revista “La Ilustración Española y Americana” o los diarios madrileños “El Día” y “La Época”. En Pamplona, fue colaboradora habitual del periódico “La Tradición Navarra”, donde escribe textos como “Orgullo espiritual” (15-4-1900) o la fábula en verso titulada “El mérito y la modestia” (7-7-1904). Fue también autora de un “Himno a Santa Teresa” (La Tradición Navarra, 6-10-1898), musicada por el compositor Enrique Camó, director de la banda de Tafalla.
Colaboró activamente en la revista navarra “La Avalancha”, donde publicó todo tipo de escritos, desde poemas y folletines hasta traducciones de obras amoroso-religiosas de Jacinto Verdaguer, una vida de San Francisco Javier en verso, por entregas, o el obituario del presbítero baztandarra Dámaso Legaz Laurencena. Fue además fundadora y directora de una revista de modas, “La Gaceta de París”, y pronunció diversas conferencias, algunas de ellas en el reputado Ateneo de Zaragoza. Entre sus obras editadas podemos destacar novelas como “Un libro para las pollas” (1876), una suerte de manual para educar a las mujeres y alejarlas de los peligros del mundo. También escribió “Una actriz” (1887), y “Fulvia o los primeros cristianos” (1889), novela histórica de contenido religioso.
Citaremos igualmente los “Cuentos vascongados” (1896), recopilación de 13 relatos cortos ambientados en Euskal Herria, donde se ensalza la vida austera y sencilla. Tocó también el género del ensayo en “Pensamientos místicos” (1910), aunque la mayor parte de su producción fueron poesías. Mencionaremos “Horizontes poéticos” (1881), compuesto por 27 poesías, “Amor Divino”, galardonada con la Pluma de Oro en 1883, y el “Romancero aragonés” (1894). Podemos citar igualmente el recopilatorio “Una velada poética en el Ateneo de Zaragoza” (1890), y “Poesías religiosas” (1899), donde trata de armonizar Razón y Fe. Poco antes de morir, en 1921, publicó en “La Avalancha” una biografía de carácter intimista de su hermano Pablo, en ocho entregas, titulada “Recuerdos de Sarasate”.
Una mujer de su tiempo
Como puede comprobarse, Francisca Sarasate no escapa ni a los prejuicios ni a la mentalidad de su tiempo, y sus obras, incluso las poesías más encendidamente amorosas, tienen un carácter marcadamente religioso. Criticó el gusto por el lujo desmedido y la afición por el juego, y alertó de los peligros que acechan a las mujeres demasiado liberales. De hecho, a uno de sus relatos le dio el significativo título de “Antes de que te cases, mira lo que haces”. En septiembre de 1909, y mientras se llevaban a cabo las ejecuciones de algunos detenidos durante la Semana Trágica de Barcelona, Francisca, junto con un grupo de personalidades navarras, firma un telegrama de adhesión al ministro de Gobernación, Juan de la Cierva, responsable de la represión, animándole en “su campaña contra los elementos díscolos” (Diario de Navarra, 28-9-1909).
En otro orden de cosas, y aunque nacida en A Coruña, Francisca Sarasate compartió con su hermano Pablo un irrenunciable sentimiento navarro y vasquista, algo ciertamente habitual entre las élites culturales de la época. La escritora se refería al conjunto del solar vasco, incluida Navarra, como “País Éuskaro”, y en 1894, coincidiendo con la rebelión foral conocida como “Gamazada”, tomó parte en una iniciativa literaria, denominada “Navarra Ilustrada”, en la que participaron también ilustres napartarras y euskaltzales como Florencio Ansoleaga, Estanislao Aranzadi, Arturo Campión, Fiacro Iraizoz, Juan Iturralde y Suit, Francisco Navarro Villoslada o Hermilio Olóriz. Para dicho fanzine Francisca escribió un apasionado “Himno a los Fueros”, en cuyos versos se refiere a Vasconia como “nuestro patrio suelo”, y habla encendidamente del “cántico sagrado del vasco pabellón”.
El final
Los últimos años de Francisca estuvieron definidos por la desaparición de los hombres que habían marcado su vida. Enterada en Zaragoza de la muerte de su hermano Pablo en Biarritz, se indispuso de tal modo que no pudo desplazarse hasta Pamplona para recibir el féretro. Sí se encontró presente, en cambio, al año siguiente en París, para hacerse cargo de su herencia (Diario de Navarra, 17-10-1909). En cuanto a su marido Juan Cancio Mena, moriría pocos años después, el 26 de abril de 1916, tal y como reza el panteón que el matrimonio se había hecho construir años antes.
Francisca Sarasate enfermó gravemente en abril de 1922, de suerte que a finales de dicho mes se le administró el viático (Diario de Navarra, 27-4-1917), y murió cuatro días después, el 1 de mayo. Hoy en día, en la pamplonesa calle de San Gregorio, el lugar donde estuvo la casa familiar de Francisca Sarasate Navascués va señalada por una placa conmemorativa, pero dicha lápida ni siquiera menciona a la escritora, y va enteramente dedicada a la figura de su hermano Pablo, el violinista. Un silencio inducido, que siempre ha acompañado a las mujeres a lo largo de la Historia, y que en el caso de Francisca llegó incluso más allá de la muerte. No podemos evitar pensar que, si la escritora hubiera podido ver y leer dicha placa, tal vez se habría acordado de los versos que ella misma escribiera en 1921, poco antes de morir: “Soy la Fortuna y te amo, no te ofrezco mis favores, quiero seguir tus mandatos, quiero cumplir tus deseos escucharte será el pago...”