El tantas veces nombrado y deseado proceso de paz ha quedado empantanado en el punto clave, es decir, en la decisión de ETA de abandonar definitivamente la lucha armada y en la implicación del Gobierno español para gestionar ese momento. Pero no podemos obviar que cincuenta años de violencia, represión y sufrimiento no quedan resueltos cuando callan las armas, porque en nuestra sociedad vasca hay muchas víctimas a las que resarcir, muchas injusticias que recomponer, muchas actitudes antidemocráticas que corregir, muchos desencuentros que reparar y muchos culpables que reinsertar.

Demasiados frentes todavía abiertos como para dar por cerrado un proceso o para desentenderse de su consolidación.

Hasta el actual punto del proceso se ha llegado, sin duda, por una decisión unilateral primero de algunos dirigentes de la izquierda abertzale y después, y como consecuencia, por la organización armada. En ese recorrido han acompañado a ETA de manera explícita las organizaciones como Lokarri, los agentes internacionales como Brian Currin además de las personalidades comisionadas como verificadores, las gestiones directas del lehendakari Iñigo Urkullu y su partido y las iniciativas institucionales creadas ex profeso para avanzar en la resolución de las consecuencias que el conflicto ha dejado en nuestra convivencia. En este sentido, el conflicto puede estar atascado, pero no empantanado.

Tras la publicación del último comunicado de ETA, los dirigentes de Sortu han insistido, una vez más, en la necesidad de que todas las fuerzas políticas y todos los agentes arrimen el hombro para "la resolución del conflicto" y han arremetido contra PP y PSE porque no parecen haberse tomado en serio el comunicado de la organización armada y porque no parecen estar dispuestos a realizar el esfuerzo que la izquierda abertzale le reclama.

Evidentemente, Sortu y cualesquiera de las denominaciones en las que se hayan agrupado todos los sectores de la izquierda abertzale y los adjuntos por necesidad, tienen unas urgencias mayores que el resto para que culmine esa "resolución del conflicto", ya que por una parte está presente la presión y el profundo problema de los centenares de presos políticos y sus familias, y por otra ven seriamente dificultada su actividad política por la persistencia de ETA en el escenario. Se entiende, por tanto, la impaciencia de Sortu por activar el proceso y la necesidad de acompañantes para un camino que no pueden recorrer en solitario.

El problema es que entre los apremiados a arrimar el hombro hay quienes están dispuestos a hacerlo pero llegan hasta donde llegan, y los hay también quienes no ven ninguna necesidad de comprometerse a ello. El PNV, con el lehendakari como primer implicado, no solamente ha trasladado la necesidad de desbloquear la situación a quien tiene en su mano el poder de hacerlo, sino que se ha empeñado en tejer en las instituciones iniciativas encaminadas a una solución. Pero ni puede modificar la política penitenciaria española, ni puede obligar a compartir sus iniciativas con quien no quiere aceptarlas. A estas alturas, al PSE se le puede suponer cierta complicidad para echar a andar el camino, pero con excesivas cautelas y ambigüedades. El PP, por el contrario, parte de la convicción de que nadie tiene que implicarse en ayudar a la izquierda abertzale a salir del atolladero, no hay nada que cooperar, ellos lo comenzaron, que lo arreglen ellos. Por supuesto, esta actitud va referenciada exclusivamente al terrorismo de ETA, y solo él, sin tener para nada en cuenta las consecuencias resultantes de cincuenta años de violencia multilateral en la sociedad vasca.

Es innegable que la consolidación de la paz y la convivencia es tarea de todos y nadie debería desentenderse de ella. Arrimar el hombro, cada uno desde sus principios ideológicos, es inexcusable y cada una de las fuerzas políticas va desempeñando su labor con distintas ganas y distintos ritmos. Tiene sentido, por tanto, la apelación de Sortu para que nadie quede ajeno al esfuerzo común por la paz definitiva y la restauración de la convivencia. Pero lo que no pueden pretender ETA en su comunicado y Sortu en su empeño, es que todos los demás se sometan a sus criterios sobre cómo debe ser la resolución del conflicto, a que todos deban atenerse a su hoja de ruta en cuya definición no han sido llamados a participar.

No pueden imponer sus propios criterios respecto al desarme, ni la ensoñación de esa vía vasca que contraponen al inmovilismo del Gobierno español. El criterio unánime y sin matices de todos los sectores ajenos a la izquierda abertzale es que ETA tiene que proceder a su desarme cuanto antes mejor. Sobre los que exigen inapelablemente su disolución y nada más que su disolución sin ningún otro compromiso planea la sospecha de que hacen trampa, porque sin armas no existe organización armada, y da la impresión de que únicamente la agitan como pretexto para seguir rentabilizando la existencia de ETA aunque se trate de una existencia quimérica.

En cualquier caso, hay que estar alerta a los movimientos que se están produciendo. Están a punto de llegar a Euskadi Brian Currin y los verificadores, el Foro Social celebra asamblea en Baiona y se habla de acuerdos multilaterales para gestionar el nuevo tiempo. Algo va a ocurrir en breve, pero habrá que seguir empujando.