mañana se cumple un año de la llegada del expresident catalán Carles Puigdemont a Bruselas. Desde allí mantiene vivo su objetivo de internacionalizar el procés, tanto viajando a diversos países de la Unión Europea como desde su residencia en Waterloo.

El político gerundense vive hoy en la que ha bautizado como Casa de la República, en una de las habitaciones del chalet ajardinado que usa también para sus reuniones, donde cocina, recibe también a amigos y cada dos semanas vienen a visitarle su mujer, Marcela Topor, y sus dos hijas, explican fuentes cercanas al dirigente.

Puigdemont, que viajó a Bélgica con otros cinco consejeros de su gabinete horas después de que la Justicia española anunciara una querella por presuntos delitos de sedición, rebelión y malversación de fondos contra él, vive en Bélgica como un ciudadano libre desde el pasado 19 de julio.

Fue entonces cuando el Tribunal Supremo retiró la euroorden contra él y renunció a juzgarle en España solo por el delito de malversación, como habían autorizado los tribunales de Alemania.

Precisamente, su detención en Alemania sucedió en uno de sus viajes por Europa, cuando el pasado marzo intentaba volver a Bruselas desde Finlandia por carretera tras dar una conferencia en la universidad de Helsinki. También ha viajado a Copenhague, Ámsterdam y recientemente a las Islas Feroe, aunque solo parte de sus viajes trascienden a la prensa.

En agosto, en su primera comparecencia en Bruselas tras su paso por Alemania, donde fue detenido, encarcelado doce días y puesto posteriormente en libertad, Puigdemont dijo que su viaje no acababa en la capital belga y que iría “hasta el último rincón de Europa” en defensa de la “justa causa del pueblo catalán”, hasta la puesta en libertad de todos los independentistas.

El exgobernante no puede regresar a España, donde sería detenido automáticamente, hasta pasados al menos 20 años, tiempo que tarda en prescribir el delito de rebelión, aunque él espera que pueda variar su situación.

Su llegada a Bruselas en octubre del año pasado cogió por sorpresa a la prensa, que durante meses trató de dar con su paradero en un juego casi detectivesco con un enorme secretismo por su parte y su entorno, que aún hoy se mantiene, dado que sus convocatorias siguen siendo a menudo imprevistas.

El viaje se hizo público horas después de que el exfiscal general del Estado, José Manuel Maza, anunciara una querella ante la Audiencia Nacional por rebelión, sedición y malversación contra él y el resto del Gobierno catalán, y otra ante el Tribunal Supremo contra la mesa del Parlamento.

El día antes, el secretario de Estado belga de Migración, Theo Francken, del partido independentista flamenco N-VA, sugirió que Puigdemont podría solicitar “asilo político” en el país. Puigdemont compareció por primera vez en Bélgica el 31 de octubre, en una rueda de prensa caótica y multitudinaria, marcada por la incógnita sobre la duración y el motivo de su estancia en Bruselas y la situación en Catalunya, en la que no dijo que huyera de la justicia sino que pretendía “concienciar” a la comunidad internacional sobre la cuestión catalana.

Empezó entonces la persecución de los medios, que trataban de conocer su domicilio: primero se alojó en un hotel en el barrio europeo, el Chambord, y abrumado por la prensa se mudó a Lovaina, donde pasó de un sombrío apartahotel a un piso, aunque los rumores apuntaban entonces a que vivía en el hotel Husa President Park, propiedad de la familia del expresidente del FC Barcelona Joan Gaspart. Ese hotel fue el cuartel general para su candidatura en las elecciones del 21 de diciembre; allí convocó el primer acto de campaña de Junts per Catalunya, al que acudió el expresidente Artur Mas, y celebró su cena de Fin de Año junto a su mujer y una pareja de amigos.

En febrero se reveló que se había instalado en Waterloo, una localidad situada en las afueras de Bruselas, en un chalet de 550 metros cuadrados, con un alquiler de 4.400 euros mensuales alquilado por el empresario Josep Maria Matamala.

“la casa de la república” Solo a su regreso de Alemania la Generalitat hizo oficial esa residencia como la “Casa de la República”, convertida en supuesta sede del “gobierno paralelo” que Puigdemont pretende dirigir desde Bruselas y donde convoca la mayoría de sus reuniones y comparecencias ante la prensa.

Quienes le rodean dicen que su “falta de apego a lo material” le permite vivir con “relativa normalidad” lejos de su casa y que aprovecha los fines de semana con su familia para conocer el país “en función del clima y los deseos de sus hijas”, a quienes ayuda a diario a hacer los deberes por videoconferencia, según las fuentes.

La veintena de kilómetros que separan Waterloo del centro de Bruselas no impide a muchos separatistas desplazarse hasta allí para tomarse fotos con el propio Puigdemont, que suele salir a saludar a quienes han convertido su casa en centro de peregrinación de la causa independentista.

erc se desmarca de la crida

“Espacio posconvergente”. El presidente de ERC en el Parlament, Sergi Sabrià, consideró ayer que la Crida Nacional per la República es una reorganización del “espacio posconvergente” y que es un movimiento de “centroderecha”, con el que no obstante cree que será posible acordar ya una “estrategia unitaria” del soberanismo. En un acto en Mollet del Vallès (Barcelona), Sabrià se refirió así a la convención fundacional de la Crida Nacional per la República del sábado, el movimiento político liderado por Carles Puigdemont, que militó en CDC, con vocación de unir al soberanismo, pero al que se han adherido principalmente asociados y cuadros del PDeCAT, mientras que la otra gran fuerza del independentismo, ERC, se ha desmarcado. Según Sabrià, “si tenemos el espacio de la derecha y centroderecha organizado -en alusión a la Crida-, una Esquerra fuerte en el espacio del centroizquierda y la socialdemocracia y la CUP hace su trabajo en el espacio que le corresponde, -los soberanistas- seremos más fuertes”, dijo.