PAMPLONA - A lo largo de cuatro décadas en esta institución, desde una vocación de servicio público e independencia, Luis Ordoki (Pamplona, 1957) vio pasar a sucesivos presidentes del Parlamento, del Gobierno de Navarra y de la propia Cámara. Hace ya más de un año que se jubiló, y ahora se confiesa "feliz" aunque "un poco abrumado" por el reconocimiento a su trabajo durante 36 años en el órgano fiscalizador. El martes recibió, en un nutrido acto en el Parlamento, la medalla de oro de Comptos. Fue la mejor coda a un trayecto laboral y vital que concluyó en noviembre de 2018. Bajo esa experiencia acumulada y conocimiento activo de la historia contemporánea de Navarra, subraya la singularidad y el valor de Comptos, y aboga por la necesidad de articular mayores consensos políticos y priorizar cuestiones estructurales, como forma de avance de nuestra Comunidad.
Con una trayectoria tan fiel como la suya, y tras el reconocimiento que se le tributó el martes, es inevitable hacer balance.
-Pues sí, 36 años y medio en una institución es una pasada. Tuve
ofertas de trabajo fuera, dije que no y creo que he acertado.
Porque la Cámara de Comptos es una pequeña joya de Navarra. Una
institución muy pequeña, que tiene mucho impacto en lo que hace,
y además un trabajo muy variado. Lo mismo estás en un ayuntamiento
hablando con un secretario o un alcalde de los problemas del
consistorio, que en la Universidad Pública haciendo un estudio
de las contrataciones del personal, que analizando las cuentas
de Navarra, o de instituciones como el Defensor del Pueblo, el
Parlamento, el Consejo de Navarra, el Ayuntamiento de Pamplona€
Una proyección muy fuerte. Yo, gracias a la Cámara de Comptos
pasé seis meses en Washington, dos meses en Boston y una semana
en Hamburgo, aprendiendo cómo se hacían allí las cosas. Entre
todos hemos procurado trascender de los muros de Navarra, y la
Cámara hoy tiene un reconocimiento en todo el Estado, e incluso
en instituciones europeas. Nos conocen en Estados Unidos y en
muchos sitios. Hemos escrito artículos, participado en foros
y nos hemos dado a conocer en una labor de equipo. Y ha sido
un trabajo tan variado, tan entretenido y tan bonito, que pienso
que acerté quedándome.
De Washington se trajo una idea singular.
-Era un programa que organizaba el Tribunal de Cuentas americano
para funcionarios de distintos países. Fue un curso espectacular,
a finales de los ochenta, y entre todo lo que aprendí me hizo
gracia que en casos con más impacto visual hacían las auditorías
en formato vídeo, idea que copiamos, sobre la calidad de las
aguas y otro sobre vertederos. Fueron un éxito, pero costaba
mucho hacerlos.
Su medalla es un broche, que coincide con un aniversario redondo, los 40 años del restablecimiento de la Cámara.
-Para mí recibirla ha sido el no va más. Haber estado tantos
años, tan agusto, en una institución clave para Navarra y su
régimen financiero, defendiendo, a veces con tensiones con el
Tribunal de Cuentas u otras instituciones del Estado, los derechos
históricos. Retener en una institución originaria, propia de
Navarra, esa función de control externo, cierra la autonomía
financiera de Navarra.
¿Esa conciencia de singularidad la tenían también en el arranque de los ochenta, o se ha ido adquiriendo a lo largo del tiempo?
-Había un embrión. Prueba de ello es que un mes después de aprobarse
la Constitución, en enero de 1979, los representantes de Navarra
de aquella época pactaron con el Estado la democratización de
las instituciones forales y, entre ellas, apareció la Cámara
de Comptos. Hubo una sensibilidad de que había existido una Cámara
histórica que había que recuperar, como pieza clave del autogobierno
de Navarra. Que además daría transparencia y control a la gestión
pública en una nueva época democrática que no admitía ya oscurantismos.
En 1981 el Parlamento designó a Mariano Zufía como presidente
de Comptos, para buscar una sede y unos técnicos. Poco después
entré yo. Zufía, que venía del Partido Carlista, tenía arraigada
la importancia de los derechos históricos y la autonomía financiera
de Navarra. Y todos los que fuimos entrando en la institución
nos impregnamos un poco de ese espíritu. Yo he procurado inculcar
a todas las personas que han ido entrando por oposiciones, inculcar
que esta institución es diferente y especial, que tiene una historia
y un prestigio, y que hace un servicio para mejorar la gestión
pública. Les decía que había que ser muy responsables, que todo
lo que se hace tiene un impacto tremendo. Puedes hundir a un
alcalde o a un gestor, y hay que ser muy prudente. Creo que el
equipo ha ido interiorizando esas reflexiones en su quehacer.
Se dice que Comptos es un órgano de tipo anglosajón frente a los Tribunales de Cuentas autonómicos que se han ido creando. ¿Cuál es la diferencia?
-En el mundo hay fundamentalmente dos modelos básicos. Los de
tipo anglosajón, en los que se pone una persona al frente, normalmente
muy relacionada con temas de auditoría o de gestión pública,
muy profesional, con muchos años de experiencia, independiente,
asumido por todos, y que tiene como función fundamental fiscalizar
la gestión de las cuentas públicas, hacer recomendaciones para
mejorar esa gestión y asesorar en ocasiones a los parlamentos.
Y luego está el modelo continental, con España entre ellos, con
órganos colegiados. No hay un presidente y unos técnicos, sino
un tribunal, porque, además de la fiscalización, enjuician las
responsabilidades contables en caso de presunto delito. La Cámara
de Comptos no tiene esa vertiente judicial . Aquí, llegado al
caso, se remiten las posibles sospechas al propio Tribunal de
Cuentas o a los tribunales ordinarios si hemos encontrado un
desfalco o una malversación, pero son ellos los que juzgan, basándose
en nuestros informes. Comptos históricamente fue también tribunal,
pero ahora ya no enjuicia. En los tribunales de ámbito continental
normalmente los parlamentos nombran a una serie de personas no
tan independientes ni tan técnicas, sino que muchas veces están
vinculadas a partidos políticos o han ejercido cargos públicos.
Gente muy competente, pero en donde lo político se mezcla con
lo técnico. Por eso, muchas veces el pleno se rompe con votos
a favor y en contra de un informe de auditoría, que tendría que
ser un producto técnico avalado por todos. Aparte de que se organizan
tribunales con mucha estructura, en ocasiones están bastante
politizados. No quiero señalar a nadie, pero la experiencia de
estos años me dice que los tribunales colegiados, que en el caso
de España es el de Cuentas y todos los autonómicos salvo Navarra,
al final se politizan, con muchas pugnas internas y complejidad
a la hora de aprobar los informes, sin que los respectivos parlamentos
tampoco les den mucho eco.
Ha contado que en Comptos vivieron momentos delicados, el primero a comienzos de los años ochenta. Supongo que entonces había voluntad democratizadora, pero falta de cultura al respecto en muchos estamentos.
-Exacto. Hubo buena voluntad, pero no había una cultura del control.
En Navarra hubo un salto entre la teoría y la práctica. Cuando
la Cámara empezó a funcionar, a ir por los departamentos y a
pedir datos, los funcionarios y los altos directivos eran reticentes.
Al final nos daban las cosas, pero después de insistir mucho.
Los informes en esos primeros años, por su carácter público,
levantaban ampollas. No había esa cultura de la transparencia
y control que ahora existe. Eso duró tres o cuatro años, de 1982
a 1985. Yo tuve la suerte de estar con Mariano Zufía en ese tiempo,
pero era duro. A los auditores a veces no les daban los papeles,
y tenía que llamar el presidente, o yo mismo, advirtiendo sobre
la falta de colaboración. Pero eso enseguida se corrigió y vinieron
años ya de asentamiento y costumbre en el control.
La Cámara tiene su actual sede en un edificio histórico en la calle Ansoleaga de Pamplona. Sorprende que a mediados de los ochenta les situaran la sede en una oficina en la calle Olite. ¿Lo interpretaron como un cierto menosprecio a su labor?
-Era un primer piso encima de una tienda de muebles. Yo no quiero
llevarlo a ese terreno, pero algo de eso hubo. Nosotros en el
año 82, 83 y 84, estuvimos en la sede del antiguo Parlamento
de Navarra, en la calle Arrieta, en la cuarta planta. Colaborábamos
con los técnicos, con los parlamentarios, había una relación
muy estrecha.
¿A lo mejor estaban demasiado cerca?
-No, por un lado, los informes crearon malestar. Nos llevaron
a un piso al lado de los cines. Entrabas en la oficina y olía
a cocido de toda la escalera. Yo creo que no era una sede digna
para la Cámara. Se vendió que el Parlamento necesitaba la cuarta
planta y nos habilitaron aquel piso. Gracias a Dios estuvimos
solo un año, porque luego ya nos dieron la sede en la Avenida
del Ejército, en el edificio de la antigua Caja Municipal. Pero
fue un episodio que efectivamente pudo obedecer a algún enfado.
Y luego hubo otro suceso. La norma del restablecimiento del año
80 era muy bonita, pero adolecía de un desarrollo. Nada más entrar
yo en la Cámara, en 1982, el primer encargo que me hizo Mariano
Zufía fue desarrollarla. Ese proyecto de ley lo hicimos enseguida,
nos lo demandaron desde la Hacienda Foral, lo remitimos al consejero,
pero no sé por qué se fue a un cajón, y hasta diciembre de 1984
no se aprobó, prácticamente sin modificaciones. Hoy será una
de las leyes forales más antiguas que todavía está plenamente
en vigor. Quizás todo ello fue el precio que tuvo que pagar la
Cámara por ser valiente e independiente.
El otro momento delicado se engloba en los años noventa. Ha dicho que recibieron múltiples amenazas en aquella época. ¿De qué tipo y de qué sectores?
-Quiero ser prudente, no sé los sectores de los que venía, pero
coincidió con aquellos informes delicados que nos tocó hacer
de grandes obras públicas que se estaban haciendo en Navarra.
Luego se demostró que había habido grandes desviaciones. Nosotros
al auditar, vimos desviaciones que no entendíamos. Nos las justificaban
por modificaciones debidas a las características de la obra y
por la amenaza de ETA, pero bajo la batuta de Patxi Tuñón hicimos
algo nuevo. Complementamos el análisis financiero con informes
externos de técnicos independientes, ingenieros y arquitectos,
de despachos prestigiosos. Muchos llegaron a la conclusión de
que estaba habiendo una serie de sobrecostes muy altos en muchas
partidas. Cuando se judicializó el asunto, facilitamos la labor
de la Justicia, y en aquel contexto se producían llamadas, toques
de atención, amenazas. Yo no las padecí en primera persona. Pero
las padeció Patxi Tuñón, que sé que pasó malas temporadas y que
estuvo preocupado.
Cuando surgió en el siglo XIV la Cámara de Comptos a sus antecesores se les llamaba oidores. A día de hoy ustedes deben saber mucho más que lo que cuentan.
-Había oidores antes de que se institucionalizase la Cámara de
Comptos en 1365. Pero eran oidores del rey nombrados para cometidos
determinados. Se llamaban así porque todos los funcionarios del
reino, que muchos no sabían escribir, comparecían delante de
los oidores reales para explicarse lo que habían pasado, y los
auditores oían. Hoy, efectivamente, de la información que un
auditor recibe a lo que luego se plasma en un informe hay bastante
distancia. Ahí está la profesionalidad del auditor, su prudencia,
para filtrar lo que es importante y lo que no, y utilizar las
palabras adecuadas en los informes sin sacar excesiva sangre
en algunas ocasiones. El hecho de que los informes sean públicos
da un poder a la Cámara de Comptos tremendo. Por eso, hay que
ser muy prudente en lo que se dice, y lo que decimos tiene que
estar muy contrastado. Toda prudencia es poca, porque puedes
hacer mucho daño. Claro, si ves que la gente se está llevando
el dinero al bolsillo hay que ser muy duros, e ir al fiscal y
a la jurisdicción penal o a la del Tribunal de Cuentas. Pero
hay ocasiones en que te justifican, te pones en lugar del gestor,
no tiene medios, hay que darle la posibilidad de audiencia, y
de que se explique. Muchas veces, cuando te lo explican, encuentras
atenuantes. Hay gestores públicos, que a pesar de haberlo hecho
mal, tienen una actitud positiva, están dispuestos a escuchar,
cambiar y hacer caso de las recomendaciones. El objetivo de la
Cámara de Comptos no es hacer sangre. Es que mejore la gestión
pública. Y muchas veces esta mejora es a través del convencimiento.
¿A partir del año 2000 la relación con los poderes políticos evolucionó en esa línea, o no tanto?
-Hubo una época muy buena, los años finales de Patxi Tuñón, los
años de Luis Muñoz y los primeros de Helio Robleda. La Cámara
de Comptos consiguió asentarse, con un prestigio y una solvencia,
y éramos reconocidos en muchos sitios. Pero también he sido testigo
en estos últimos años que la crispación política que ha habido
en el ambiente, ha influido en que se quisiese utilizar más que
antes a la Cámara de Comptos como ariete contra el otro. Con
eso quiero referirme a peticiones que más allá de buscar el interés
general y la buena gestión pública de los fondos, buscan un resultado
predeterminado en función de unos u otros colores, con peticiones
un poco sesgadas. Lo he visto en esa última etapa, entre los
últimos años de Helio Robleda y primeros de Asun Olaetxea. Todo
eso no es bueno.
¿Y ahora?
-Yo llevo un año feliz con mi jubileo. Pero eso se ha mantenido
en los últimos cuatro o cinco años. Los partidos políticos tienen
que dar ejemplo de una cierta moderación, de buscar el interés
general y estar a cosas importantes. Hay que ir a las cosas gordas,
donde se ventilan los fondos públicos. El fraude fiscal, la gestión
general de las subvenciones, la gestión de la sanidad, la educación,
o el personal en las administraciones, que en estos años se ha
ido deteriorando en muchos sitios, quizá por las tasas de reposición
del Estado, quizá porque no se ha tenido la suficiente agilidad
en negociar tasas de reposición mayores, en el caso de Navarra
con una situación económica no tan negativa.
En los últimos años dos focos, el de la Junta de Bardenas y la planta de Ultzama, coparon mucha atención. ¿Fueron los más candentes?
-Especialmente el de la planta de Ultzama, que dio lugar incluso
a una comisión de investigación en el Parlamento, lo que generó
más polémica. Pero bueno, siendo importantes, en el contexto
navarro, para mí eran temas menores. Asuntos muy polémicos, pero
donde no está la enjundia de las cosas de Navarra, que creo que
se halla en otros sitios. El Parlamento, que nos ha pedido tantas
fiscalizaciones, ha dejado de lado otra función que tenemos por
ley, la de asesoramiento al Parlamento en materias financieras.
Esa función históricamente se utilizaba en los años noventa con
Patxi Tuñón, y con Luis Muñoz se llegó a utilizar en varias ocasiones.
Llevamos un montón de años que el Parlamento no nos demanda que
le asesoremos para temas fiscales de importancia.
¿Eso es porque ha crecido su propia plantilla de asesores?
-Yo creo que no. Quizá por dar más preponderancia a la función
fiscalizadora. Cuando el Parlamento te pide algo es muy difícil
negarte. A veces lo hemos hecho cuando hemos visto que eran peticiones
descabelladas. Pero cuesta decir que no. Y así se nos van nuestros
recursos, de cuatro equipos de auditoría con cuatro personas
más o menos en cada equipo. Tal vez la Cámara de Comptos a futuro
tendría que estar a cosas importantes, y el Parlamento pedirnos
asesoramiento sobre materias gordas en las que está en juego
el futuro de la Comunidad Foral. El Convenio Económico, el endeudamiento,
la política fiscal€
¿En todos estos años ha visto a algún político que haya perdido los papeles con ustedes?
-Conmigo personalmente no. Sí que lo vi en alguna ocasión con
la presidencia de la Institución. Palabras gruesas, poniendo
en entredicho el prestigio o solvencia de la Cámara.
¿Visitas por sorpresa en la sede?
-No recuerdo. Recibí una llamada amenazándome de muerte, pero
son cosas que van en el sueldo y en los gajes del oficio, por
lo que a mí respecta. Algunos presidentes sí las padecieron.
A veces me las comentaban y otras no. Recuerdo en tiempos de
Mariano Zufía. Nos amenazaron con que nos iban a tirar al pantano
de Yesa, fuimos a juicio, un lío. Al final era la palabra de
quien nos amenazó contra la nuestra. Cosas de esas sí que ha
habido, muy desagradables.
El acto del martes y la relación con quienes han sido sus compañeros y compañeras endulza el balance.
-Compensa con creces. Me sentí super arropado, super querido,
emocionado. Demasiado. Yo hice el IESE en Barcelona, y compañeros
míos no entendieron mi decisión de volver a Navarra a prepararme
las oposiciones para la Cámara. Yo les decía: soy feliz donde
estoy, no os podéis imaginar, no me cambio por nadie. En mi continuidad
ha ayudado mucho el equipo que tenemos aquí: Fermin Erbiti, Nacho
Cabeza, Jesús Muruzabal, auditores muy queridos como Paco Sesma,
que ya falleció, o compañeros como Merche Rodríguez o Patxi Etayo,
entre otros, a los que también habría que reconocerles el mérito
y la pericia que han tenido. Todo el equipo merece un reconocimiento,
y se ha sentido muy involucrado en esta institución. Desde el
ordenanza, pasando por los letrados, hasta la junta de personal.
Ha sido una pasada. No creo que en muchos puestos de trabajo
hayan podido sentir lo que he sentido yo aquí. Ha sido una suerte,
y de ahí mi agradecimiento y mi reconocimiento.