isparad contra nosotros que el enemigo está dentro". Aquel desgarrador grito en el cuartel de Simancas resuena amargamente los últimos días en la Zarzuela, Génova, la Generalitat, Más Madrid o entre las fétidas alcantarillas policiales y hasta del Cesid. Nada peor que la cuña de la misma madera. A este desestabilizador pelotón se incorporan la despreciable desfachatez de las hermanas vacunadas de Felipe VI y el desvarío fiscal de su padre; la mafiosa verborrea del capo del blanqueo Luis Bárcenas en el interminable serial de la corrupción del PP; la impúdica reclamación de los camorristas callejeros de la CUP para formar gobierno a partir de la defenestración de los Mossos; la sangre política derramada por las navajas cruzadas en el último naufragio de una opción de izquierdas en la capital de España; y la altanería amenazante -y con pruebas, que es peor- del chantajista mayor del Reino, el putrefacto comisario Villarejo. Bochornoso retrato de líos de familia en blanco y negro en un país atrampado por más de cuatro millones de parados, sometido a la incertidumbre social y económica de una pandemia que sigue estando ahí.

Acechan al rey sin salir de palacio. Ocurre que encarna una institución manchada por corruptelas y desvergüenzas familiares que desinflan progresivamente el respeto monárquico, alientan con avidez el fervor republicano y, sobre todo, desbaratan sus denodados esfuerzos de regeneración. El monarca sufre en su propia gatera los jirones exógenos como son las comisiones millonarias de Juan Carlos I y su lujuriosa vida, la prevaricación, juicio y encarcelamiento de su cuñado Iñaki Urdangarin o las recientes vacunas de sus hermanas en Abu Dabi que destilan un infame privilegio insolidario. Es así como se expone sin escudo al descrédito -demasiado permanente- y el desafecto consiguiente por encima de gestos tan significativos como la visita compartida con el presidente Sánchez a la factoría de Seat en Martorell y así solidarizarse con el acribillado sector de la automoción.

La legitimación monárquica sigue siendo una piedra demasiado incómoda en el zapato del PSOE, sobre todo en función de sus compañeros de viaje. También puede entenderse como una distracción mediática que aleja convenientemente el foco de cuestiones domésticas tan dramáticas como el paro creciente, la insolvencia de miles de negocios, las incógnitas de los fondos europeos, esas ayudas sociales que no llegan, el manoseo de la justicia o el desesperante guadiana de las vacunas disponibles. Un escalofriante panorama azuzado por las permanentes desavenencias entre ideológicas y posturales en el seno de un Gobierno de coalición engendrado para detentar el poder cuanto más tiempo mejor.

Casado, en cambio, sufre para mantenerse como líder de la oposición. Le persiguen los fantasmas del pasado y en el presente le cuestionan a la cara. El líder del PP quiso entender el apoyo pontifical de Aznar para deshacerse de la heredera de Rajoy y ahora solo siente su aliento intimidatorio para que aglutine de una vez -como si fuera fácil- al batallón de la derecha dispersa. Ha bastado el 25º aniversario de aquella victoria que destronó a Felipe González para que Casado sienta el peso de la púrpura en medio del estallido de la enésima andanada de Bárcenas, en este caso con los billetes de 500 euros de la caja B a Esperanza Aguirre, y del acoso permanente de Vox para debilitar su figura política. Una semana aciaga para su proyección, viendo cómo el alcalde Almeida le saca del foco mediático con una distendida actuación que agrada a una audiencia millonaria y Díaz Ayuso alarga sin oposición su desafío de cuerpo a cuerpo con Sánchez sin reparar en los preocupantes índices de contagio de su Comunidad. Madrid es terreno conquistado para el PP ante la perplejidad de una izquierda incapaz de superar el trauma. La intempestiva ruptura del partido que idearon Carmena y Errejón supone el penúltimo eslabón del desencuentro de una alternativa sólida al poder de la derecha.

En Catalunya, quienes se tiran de los pelos son los independentistas. Se sienten condenados a entenderse, pero son conscientes de que no se soportan. Un desencuentro entre ERC y Junts que las distintas asambleas de la CUP aprovechan para echar sal en la discrepancia y hacerse un hueco en las negociaciones del futuro Govern al socaire del fuego vandálico en las calles. A ERC le tiemblan las piernas pensando en el panorama que se le avecina. Auténtico lío de familias desavenidas.