uando hace ya 30 años decidimos vivir la experiencia, no esperábamos que de ella fuéramos a sacar impresiones y convicciones tan intensas y tan duraderas. Puede decirse que éramos pioneros, ya que se trataba del primer año que el Ayuntamiento de Donostia daba oportunidad a familias voluntarias para acoger en sus casas a los niños y niñas saharauis que en verano alojaba en un albergue municipal. Ingenuamente nos ofrecimos a aceptar a dos niñas, ya que dos eran nuestras hijas. Salma y Limnan se llamaban, de 8 o 9 años, un encanto de niñas indómitas, generosas, bulliciosas, que se asombraban con la misma fascinación del agua que salía del grifo que del funicular de Igeldo, que del romper las olas en la orilla. Los monitores nos dieron una hoja con vocabulario hasaní-castellano-euskera y ahí nos lanzamos con el sukan, el maa-salama, la madrasa... La verdad, se entendían mucho mejor con nuestras hijas en el lenguaje universal de la infancia que con nuestro voluntarioso chapurreo. Repetimos la experiencia durante cinco años, aunque debo decir que ya de una en una para que fuera menos agotador. Con Salma, ya madre de tres hijos, siguen en contacto nuestras hijas, incluso una de ellas ha llegado a visitar los campamentos.

Aprendimos mucho con las niñas saharauis. Aprendimos de su tenacidad por sobrevivir como pueblo, de la heroica abnegación de una juventud armada dispuesta a dar la vida -y a quitarla- por defender su derecho a la soberanía, de la durísima prueba del destierro y el éxodo vivida y relatada por sus padres y abuelos, del deambular errante por el desierto sorteando los ametrallamientos de la aviación marroquí, del resignado alivio de los campamentos de la región argelina de Tinduf, de la dura sensación de saberse en condición de refugiados desde hace 46 años. Desde entonces viven al amparo de la ayuda internacional y de la solidaridad de innumerables organizaciones y plataformas civiles.

La República Árabe Saharaui Democrática, según las Naciones Unidas tiene derecho a un referéndum de autodeterminación que Marruecos impide ante el silencio y la complacencia de los poderosos de la Tierra. Miserias de la geopolítica. El pueblo saharaui, sin embargo, ha contado siempre con la protección de los sucesivos gobiernos españoles, quizá obligados por la Historia y el remordimiento después de la vergüenza colonial de haberles abandonado sometidos a Marruecos. Euskal Herria ha sido y es lugar de acogida cordial de muchas familias saharauis y así nos lo reconocían en los frecuentes contactos que hemos mantenido con ellas y con sus representantes políticos. La geopolítica, una vez más, ha inclinado la balanza contra el pueblo saharaui y es precisamente el presidente español del PSOE, quien ha apostado por claudicar ante el máximo enemigo, Marruecos, cuyo empeño es acabar por todos los medios con la República Árabe Saharaui Democrática.

El desplante del Gobierno español, cediendo ante el chantaje de Marruecos, ha dejado aún más solo y desamparado al pueblo saharaui. No es consuelo suficiente que siga contando con el frágil apoyo de gobiernos del tercer mundo que podrán aportarles moral pero pocas herramientas para sobrevivir dignamente en su destierro. Ojalá el desamparo en que les deja la incoherente decisión del presidente español sea suplido con creces por la solidaridad redoblada de cuantos defendemos la causa saharaui. Lo de Pedro Sánchez no ha sido solamente un disparate con consecuencias políticas; ha sido un acto de cobardía con irreparables consecuencias morales y afectivas.

Lo de Sánchez ha sido un acto de cobardía con irreparables consecuencias morales y afectivas