Se consumó el fracaso. Cristina Ibarrola será la alcaldesa de Pamplona después de que la mayoría progresista haya sido incapaz de consensuar una candidatura alternativa por segunda vez consecutiva. Un escenario previsible y esperado prácticamente desde la misma noche electoral, y que condena al Ayuntamiento de la capital a una nueva alcaldía de derechas en minoría, sin estabilidad y previsiblemente con presupuestos prorrogados una y otra vez. Ibarrola ha logrado la alcaldía, pero no la gobernabilidad.

Todos han hecho lo que dijeron que iban a hacer, aunque eso tenga como consecuencia lo que todos dijeron que querían evitar. Triste contradicción de una mayoría municipal que ahora debe decidir si apuesta por una oposición conjunta como los últimos cuatro años o se abre a facilitar el mandato de Ibarrola para evitar que la ciudad vuelva a sufrir otros cuatro años de parálisis institucional.

Los cinco votos en blanco del PSN abren esa posibilidad y le hacen responsable primero de un escenario que ya propició en 2019. Y que repite ahora después de una legislatura de pactos con EH Bildu en Navarra y en Madrid. Pero no es el único. Los socialistas esta vez se han movido y a diferencia de hace cuatro años han planteado una alternativa. De difícil viabilidad, pero una alternativa al fin y al cabo.

Tiene toda lógica política y toda la legitimidad que EH Bildu defienda sus intereses. Que el partido que ha sido primera entre las cuatro fuerzas llamadas a sostener el Gobierno foral reivindique su liderazgo en la capital navarra y rechace terceras vías. Pero también es cierto que apostó fuerte por ser primera fuerza porque sabía que esto podía ocurrir y no lo consiguió. Y tampoco ha logrado articular una alternativa.

En gran medida la campaña se movió donde más le interesó a la derecha, que ante su incapacidad para construir mayorías buscó una polarización entre Ibarrola y Asiron que EH Bildu asumió con gusto, pero que no deja de ser un juego interesado que ha acabado facilitando a UPN la vara de mando. No ya en Pamplona, sino en lugares como el Valle de Egüés, Estella o Barañáin. Aunque sea en una situación tan precaria como esta.

Pese a todo no parece correr peligro la investidura de María Chivite. La estrategia de la izquierda abertzale mira al largo plazo y pasa por facilitar gobiernos progresistas para tratar de influir desde un pragmatismo que le ha llevado a ser primera fuerza municipal y tercera en el Parlamento de Navarra. Aunque ello suponga asumir de facto el veto que el PSN le ha vuelto a imponer tanto en los ayuntamientos como en la negociación del Gobierno foral.

De poco sirve especular ahora con una moción de censura que resulta inviable a corto plazo, y que no sirve más que de triste consuelo para tapar un nuevo fracaso de la mayoría progresista que debe invitar a la reflexión. Porque UPN está en minoría y tendrá muchas dificultades para gobernar, pero la elección de Ibarrola no es inocua. La alcaldía tiene competencias y se verán pronto. En Pamplona saben bien cómo se las gasta la derecha.