En los ayuntamientos de Navarra, nada que no se supiera de antemano. EH Bildu y UPN se reparten la mayoría de las alcaldías. La primera fuerza se impone en el número de concejales y la segunda se ha visto beneficiada en ayuntamientos importantes como lista más votada una vez más por la posición del PSN de no votar a los candidatos de EH Bildu pese a que estos contaban de antemano con el apoyo de otros partidos como Geroa Bai y Contigo-Zurekin o de agrupaciones municipales para desbancar a las derechas. Ya ocurrió en 2011 y 2019 y no sucedió en 2015 porque en buena parte de esos municipios, Pamplona incluida, el voto del PSN no influía en la elección de los alcaldes. “Es solo política, amigos”.

Será eso, una posición táctica, pero no acabo de ver el objetivo estratégico. Al PSN no le da nada electoralmente esa posición –al contrario, limita su capacidad de crecimiento–, le cierra la puerta a gestionar áreas de gobierno municipal en ayuntamientos importantes y tampoco le sirve siquiera para quitarse de encima la presión de la derecha y la extrema derecha desde Madrid. Pero el caso de Iruña es paradigmático. Por tercera vez en cuatro legislaturas, UPN gobernará en minoría pese a que la ciudad ha votado por una alternativa plural. Ahora con Cristina Ibarrola.

Las dos anteriores con Maya al frente han sido un enorme fiasco. Ibarrola se hizo con la vara de mando de Pamplona sin despeinarse, con solo 9 de los 27 concejales del Ayuntamiento y el apoyo sin entusiasmo de los dos ediles del PP. Los 16 restantes –nunca había habido una mayoría progresista tan amplia en Pamplona–, asistieron al desaguisado con la boca abierta pese a las explicaciones, los cruces de reproches y la euforia popular escenificada para disimular la derrota. No pinta bien para una Iruña que necesita y demanda transformaciones y una mejor cultura de la tolerancia y la convivencia entre el poder municipal y sus vecinos, asociaciones, barrios, etcétera. Todas esas demandas que buena parte de los pamploneses y pamplonesas confiaron en sus votos a los partidos que ahora han sido incapaces de pactar un gobierno municipal se quedarán no solo en agua de borrajas, sino que previsiblemente volverán a ser ninguneadas y machacadas por UPN y PP. Había que construir una alternativa de gobierno municipal conjunto a la derecha, que sigue siendo la lista más votada, y no se ha hecho y llega el tiempo de los miedos y la habitual excusa de los culpables para unos y para otros para llegar al Pleno sin nada que ofrecer a la ciudadanía que les votó el 28-M. Cada palo que aguante su vela, porque creo que lo ocurrido esta vez en Pamplona tendrá consecuencias políticas a futuro que quizá hoy no imaginamos.

No es tiempo de exclusiones, pero tampoco de victimismos exagerados. Es más fácil gobernar una ciudad en minoría desde la alcaldía que tratar de controlar –casi siempre inútilmente–, desde la oposición el ayuntamiento. Basta repasar las decisiones de Maya los últimos cuatro años, incluso las que ha tomado con nocturnidad y alevosía de última hora desde su cargo en funciones. Es lo que viene de nuevo. Porque lo de una hipotética moción de censura a corto plazo por parte de los mismos partidos –sobre todo EH Bildu y PSN–, que ahora han fracasado no lo veo venir. Cuatro años de agur, agur a la vieja Iruña de todas y todos.