Jordi Calvo (Castellón, 1975) aborda el panorama bélico en el segundo aniversario de la invasión de Rusia sobre Ucrania y los posibles escenarios a futuro para un conflicto “complejo, que viene de lejos, de gran calado, conectado a una relación de poder entre bloques y a sentimientos e intereses”. Este especialista reclama una negociación precedida del trabajo diplomático, para “evitar el sufrimiento de la guerra y el coste de su reparación”. Y se pregunta si ha llegado un punto, en uno y otro lado, en el que se entienda que es “imposible ganar mucho más”, y desembocar así en una mesa diálogo. 

Hay incertidumbre sobre la duración de la guerra, la capacidad de Ucrania, y el papel de la UE y EEUU.

–La última fase del conflicto cumple dos años. El inicio podemos situarlo en 2014, con la ocupación de Crimea y de una amplia zona del este de Ucrania por parte de Rusia. La comunidad internacional obviamente no lo aceptó. 

Política rusa de hechos consumados por la vía de la invasión militar.

–Mucha gente tuvo dudas en 2022 de si una guerra podía llevar a una solución. Dos años después la salida que se vislumbra probablemente sea de mantenimiento de unos territorios en manos de Rusia, como ya ocurre en otros lugares de las exrepúblicas soviéticas, donde Rusia pretende mantener su influencia de un modo u otro por razones políticas, históricas, y posiblemente de consumo interno, de legitimación del régimen.

Estados Unidos afronta elecciones este año, y se especula sobre un posible cambio de rumbo político.

–Según un experto militar estadounidense se barajaba desde un inicio que esta guerra sería larga, de 8 o 10 años como mínimo.

¿Ucrania tendría capacidad de movilizar reclutas tanto tiempo?

–En una guerra así quien tiene las de ganar es el país grande, con una estructura, una economía y una política dirigidas a mantenerla a largo plazo. Es lo que ha hecho Rusia, adaptando parte de sus industrias a la producción de armamento, con un sistema interno represor en el que la disidencia es prácticamente imposible. Muy diferente a Europa y EEUU, donde las dudas siempre van a estar presentes sobre la participación en cualquier guerra y su impacto económico. Ucrania mantiene su acción bélica endeudándose con ambos. Esto puede debilitarse en el tiempo como se preveía desde el inicio.

“En una guerra larga quien tiene las de ganar es Rusia, con una estructura, una economía y una política dirigidas a mantenerla”

En esa hipótesis también puede estar Putin, y seguramente forme parte del órdago.

–En Europa quizá ha faltado capacidad de comprender cómo funciona Rusia, un régimen muy bien construido en las últimas décadas para el beneficio del Kremlin. Putin lleva muchos años en el poder, y ha sido capaz de generar un país a su medida, en el que una acción de este tipo le legitima internamente.

Se pensaba que las sanciones económicas podrían hacer daño a su entramado de poder.

–Son aparentemente duras y difíciles de gestionar. Quizá ha sorprendido la capacidad de adaptación de Rusia, y de conseguir pactos con otros países. Lo tenía muy bien preparado en muchos aspectos, por lo que empieza a haber voces que hablan de la posibilidad de un acuerdo en el que haya que hacer concesiones territoriales.

La relación de la UE seguiría marcada por la nula confianza. Costaría lustros recuperar la normalidad.

–El impacto humano es terrible. Las cifras hablan de cientos de miles de soldados muertos de Ucrania y de Rusia, además de 10.000 o 20.000, víctimas civiles, según distintas fuentes. Sobre las consecuencias en la política europea, en la paz y la seguridad, y el coste para las generaciones venideras, no va a ser fácil de cambiar el dolor y la desconfianza generada. Pero a medio y largo plazo en algún momento tendrá que haber un cambio en Rusia. Putin no estará para siempre, las sociedades y las demandas políticas van modificándose y puede haber una esperanza en el momento en que quienes controlan ahora Rusia tengan menos capacidad de influencia o desaparezcan de la primera línea.

Rusia parece albergar pulsiones imperialistas, de poderío con violencia y sin democracia interna.

–Es una dificultad añadida, pero lo que ha hecho Rusia no es tan diferente a lo que ha hecho EEUU ni a lo que China puede pretender, quizá con otros medios. Las grandes potencias quieren ser tratadas y consideradas como tales. Creo que se pensó desde el bloque occidental, en EEUU en particular, que Rusia estaba tan debilitada que podía dejar de ser aquello que había sido. Ha sido un error. Intentar llegar tan lejos en el debilitamiento del tradicional enemigo al final ha conseguido el efecto contrario. Creo que ha tenido que ver con la tutela de la seguridad europea por la OTAN, en la que conviven dos intereses, el de Europa occidental y el de EEUU, que no son los mismos.

Zelenski observaba en diciembre que la guerra en Gaza ha restado foco al conflicto de su país. La matanza israelí ha evidenciado dobles baremos en la UE.

–El conflicto entre Israel y Palestina nos ha llevado a una situación nueva. Europa se encuentra con la difícil justificación de reaccionar de manera diferente. Se supone que apoya a Ucrania porque es la débil frente a Rusia. Y no apoya a Palestina más que retóricamente de manera muy limitada, frente al fuerte, que es Israel.  

“La guerra en Ucrania ha empujado el gasto militar a niveles altísimos y ha generado una expectativa de aumento de gastos a futuro”

¿Y Estados Unidos?

–Está viendo que sus esfuerzos militares prioritarios pueden tener que volver a Oriente Medio, y los recursos son limitados. De aquí creo que viene la presión de Donald Trump y probablemente de buena parte del establishment estadounidense, de que lo de Europa tendrá que gestionarlo Europa.

¿Le sorprendió que Arancha González Laya, exministra de Exteriores, diga que Europa debe producir más munición y armamento?

–Si miramos los indicadores que muestran el nivel de militarización de Europa con respecto a quien justificaría este aumento, vemos que Europa tiene muchísimas más capacidades militares que Rusia. Triplica su gasto militar, han aumentado mucho ambos. Y tiene más fuerza en muchos de los indicadores. Y además, Europa enmarca su estrategia militar dentro de la OTAN en la que se añade obviamente la fuerza armada de EEUU y de muchos otros aliados. Así que en total tiene 10 veces más de capacidades militares que Rusia. Es decir, no le hace falta este rearme para conseguir nada que no tenga ya.

¿Entonces?

–Creo que tanto la exministra como muchos mandatarios que ahora animan al rearme de Europa están respondiendo a un elemento que a veces olvidamos. La guerra en Ucrania ha empujado el gasto militar a niveles altísimos y ha generado una expectativa muy elevada de aumento de gastos militares a futuro. Ello hace pensar en que puede haber un gran negocio para mantener este statu quo congelado con Rusia en territorio ucraniano, lo que supone muchísimos beneficios para un gran número de empresas muy influyentes en la política de seguridad y defensa europea y estadounidense. A EEUU le conviene que Europa se rearme porque también le compra. 

¿Estas amenazas cruzadas están frenando la conciencia pacifista?

–Hay demasiadas previsiones de futuro pesimistas para los jóvenes de hoy.

Y el miedo insensibiliza y alimenta la lógica belicista. 

–El militarismo también se promueve. La percepción de amenaza militar genera un refuerzo del uso de la fuerza, y al pacifismo se le deja un poco de lado. Tenemos la obligación de buscar alternativas, porque si no, poca esperanza albergaríamos de cara al futuro. Esta cultura belicista no es nueva, viene lejos, está muy asentada. Es la que hemos hecho durante generaciones y el resultado no es positivo. Vista la situación a la que hemos llegado, hay que cambiar el tablero, porque la acción militar nos está llevando a menos paz, a más guerra e intranquilidad, y a la sensación de mayores amenazas.