1.795.212 ciudadanos están llamados este domingo a las urnas en unas elecciones que no solo decidirán el rumbo de Euskadi sino que pueden dibujar un horizonte inédito ante la pulsión y pugna que se dirime en el espectro soberanista. Si retrospectivamente las convocatorias de 2001 y 2009 se saldaron en términos de liderazgo nacionalista o constitucionalista, la diatriba en estas elecciones, que supondrán la cesión del testigo por parte de Iñigo Urkullu, reside en si el cambio en términos de victoria en escaños y en votos –o en alguno de estos parámetros– sacude el espectro abertzale, en tanto que las encuestas vaticinan una dura pelea entre el PNV y EH Bildu, que a priori abanderan dos modelos diferentes de gestionar y encarar los problemas del país. Otra cuestión será la combinación que propicie una mayoría absoluta, donde jeltzales y socialistas parecen dispuestos a reeditar un gobierno de coalición que ya es costumbre en el periodo democrático en la CAV, ya que el PSE ha proclamado en campaña que no está por la labor de calcar una fórmula de izquierdas como la que sostiene el Ejecutivo navarro. 

El PNV, vencedor en las doce citas autonómicas celebradas –aunque en 1986 los socialistas lograron más escaños y otorgaron el bastón de mando al recientemente fallecido José Antonio Ardanza; mientras que hace 15 años los jeltzales, aún con Juan José Ibarretxe al frente, ganaron y fue el binomio PSE-PP el que le arrebató el poder–, se ha arremangado las últimas semanas para trasladar a la población el “riesgo” que supondría el vuelco en favor de Bildu, enarbolando el currículo jeltzale en estas cuatro décadas en pro de la transformación, modernización y progreso de Euskadi. Los rescoldos de la pandemia y el desgaste que supone siempre llevar las riendas, amén del cuestionamiento abierto en áreas como Osakidetza, podrían hacer mella en las expectativas del partido, que enarboló como candidato a Imanol Pradales, que ha remado estos meses para penetrar en las casas de la sociedad vasca. El PNV ha realizado además sucesivos llamamientos a la movilización, quizás porque una mayor abstención minaría su objetivo de mantener con suficiencia y no mayores ataduras el sillón de Lakua. Cabe recordar que en julio de 2020, en plena crisis sanitaria, la participación se atascó en el 50,78%, pero toca compararse más con el dato de 2016, cuando la participación fue del 60,02%. El reto de mantener los 31 escaños en la Cámara, con Bizkaia como un fortín hasta ahora inexpugnable, se prevé complejo, por lo que rondar esa cifra supondría saldar bien el expediente.

También EH Bildu optó por rejuvenecer sus filas colocando al frente de su plancha a Pello Otxandiano y todo apunta a que su estrategia de moderación en el discurso, primando el aspecto social frente al identitario, seguirá reportándole frutos, con un crecimiento considerable partiendo de las 21 actas obtenidas hace cuatro años. Una evolución que ya se plasmó en las recientes municipales y generales. Todo marchaba viento en popa en campaña hasta que a principios de esta última semana se cruzó la referencia de su candidato al pasado de ETA que provocó un seísmo en el marchamo hacia el 21 de abril después de que la disputa se abriera casi entre bostezos y los festejos futbolísticos que aparcaron toda la atención sobre estas elecciones. Bildu sostiene que “no tiene prisa” por culminar el cambio que propugna y asegura a su vez que éste, sociológicamente, ya se ha producido, algo que tiene relación con el factor generacional, con una nueva oleada de votantes que se incorporan al electorado y a quienes la cruenta actividad terrorista les queda como algo lejano. El coordinador general, Arnaldo Otegi, colocó el listón a última hora en superar los 300.00 votos para disputarle ese triunfo al PNV.

Araba, feudo clave

Con Gipuzkoa cayendo posiblemente del lado de Bildu, Araba se erige en un territorio clave para todos los partidos, por la igualdad que se vislumbra y por tener el escaño más barato dado el sistema vasco que reparte 25 asientos por cada herrialde pese a que allí el censo es de solo 260.000 electores, de ahí que Vox lograra penetrar con un escaño en la anterior convocatoria. En este contexto, el resto de formaciones, tanto las fuerzas puramente constitucionalistas como la izquierda confederal, disputan su partido particular. El PSE, esta vez con su secretario general Eneko Andueza como candidato, parte con la finalidad de continuar siendo determinante en la conformación del Ejecutivo, ganando capacidad de decisión pero lejos de ser una alternativa como la que ostentó Patxi López cuando la izquierda abertzale estaba ilegalizada. Los sondeos no han mostrado que los socialistas puedan rebañar en ese espacio a la deriva que se dibuja a su izquierda y temen incluso que pueda haber alguna fuga de votos bien hacia Bildu bien hacia el PP, en este último caso como desapego a las alianzas de Pedro Sánchez en La Moncloa. Ahora bien, tampoco se espera un descalabro, como el que afectó al partido en Galicia, que les despeñe de los 10 parlamentarios que ostentan y que han sido llave en Lakua

Mientras, el PP confía en el efecto Feijóo para propulsar ligeramente al candidato Javier de Andrés y superar los 6 escaños que, junto a la extinta Ciudadanos, apenas pudieron amarrar la última ocasión. Sus llamadas como dique de contención ante Bildu y los reproches a nacionalistas y socialistas por sus compañeros de viaje en Madrid han sido los ejes en que se han movido los populares vascos, esperanzados en que retornen a su parcela lo que denominaron como votos prestados hacia el PNV a lo largo de la última década. Sus guiños a la ultraderecha no han venido contribuyendo a que gire el viento en este sentido, aunque incluso las relaciones entre PP y jeltzales podrían variar, no solo por lo que se cueza en la capital del Estado, sino porque puede acabar siendo necesario si la suma entre PNV y PSE no alcanza la franja de los 38 escaños. El PP busca arañar el asiento que posee Amaia Martínez, de Vox.

De la ruptura entre Elkarrekin Podemos y Sumar, qué decir. La líder morada, Miren Gorrotxategi, es consciente de la imposibilidad de sostener los 6 escaños en la Cámara vasca, pero aspira a que su partido no calque el descalabro acontecido en otros territorios y pueda seguir dando pelea en un hemiciclo donde su trabajo se ha hecho notar en ciertas leyes. El divorcio con la otra pata de la izquierda confederal, la del ala que representa Yolanda Díaz y que en Euskadi encabeza Alba García, incapaces ambos sectores de unir fuerzas, podría dejar a ambas marcas fuera de juego. Y es que el Parlamento, que ha contado esta legislatura con una pluralidad de fuerzas, podría quedar reducido a un número de épocas pretéritas justo cuando se abre un nuevo tiempo. Solo sea por sus protagonistas.