UPN no pasa por un buen momento. Son nueve años lejos del poder, perdiendo votos, viendo cómo surgen otros partidos que también dirigen su mensaje a la derecha. El partido necesita ilusión, volver a conectar con la gente. Quizá por eso querían hacer de la tradicional apertura de curso político algo distinto, algo parecido a una fiesta. Ayer, en el hotel Eurostars (antiguo Alma) de Pamplona, hubo saxos y teclado, clave de luz baja, cóctel en el jardín. El partido se había encargado de promocionar el acto por redes sociales y había muchos tickets (a 20 € el boleto) vendidos entre la afiliación, llegada desde todas partes de Navarra. Puesta en escena de fiesta. Hasta nuevo lema: un nuevo ritmo. Hacia adelante, proactivo, una confesión pública de que lo que viene lo afrontarán con otra marcha. Lo que pasa es que hubo pájara antes siquiera de coger el nuevo ritmo.
No hay ninguna gana de fiesta, porque no hay nada que celebrar. La base y los cargos públicos lo saben. Al contrario: hay demasiados motivos para la preocupación. Los más evidentes: el camino a la década fuera del poder, el voto menguante, la competencia, la pérdida del empuje de otros tiempos. La falta de proyecto real –y de relevo–. Todos ellos graves. Por eso es especialmente preocupante que, en lo que va de verano, hayan dimitido tres cargos públicos de primera línea: María Jesús Valdemoros, Iñaki Iriarte y, ayer mismo, la concejala María Echávarri, que había quedado con el pie cambiado tras jugar mal sus cartas en el pasado congreso regionalista. Porque el mensaje es demasiado evidente, y lo volvió a verbalizar la exconcejala ayer mismo: aquí ya no hay margen para la actuación. Nosotros nos vamos. No serán los últimos. Por supuesto, no hubo una sola mención a las dimisiones en el único discurso de la noche. Cristina Sota, secretaria general del partido, hizo una introducción canónica, breve. Ibarrola tomo enseguida la palabra. Más de veinte minutos. En su estilo, que es todo lo contrario a una fiesta: plúmbeo, plano, sin capacidad de gancho. Alejandro Toquero, vicepresidente de UPN, lo vio todo desde la primera fila. Sin intervenir. Rostros serios mientras Ibarrola enumeraba errores de gestión por parte del PSN o jugadas de Sánchez. Aburrimiento creciente y ganas de comerse un frito conforme avanzaba el discurso, que intentó situarse en ese difuso y extinto espacio del regionalismo de derechas.
Críticas a PP y PSN
No sabemos si sigue existiendo, pero Ibarrola va a empezar el curso ahí: entre críticas veladas al PP y reproches al PSN. Uno de los retos era volver a resituar al partido tras los bandazos de años anteriores, el más grave el de la coalición Navarra Suma, la hermandad con populares y Ciudadanos que arrasó el discurso regionalista y privó a Esparza –adelanto electoral mediante– de alcanzar acuerdos con el PSN. Ibarrola dijo ayer que Navarra no siempre ha sido bien entendida en España, porque “surgen voces de izquierdas y de derechas que tachan” el régimen foral de “privilegio”. Incluso habló de “jacobinos”, de centralistas, junto con los “nacionalistas vascos”, como amenazas sobre Navarra. “Ni jacobinos ni nacionalistas vascos respetan el primer artículo de la Lorafna”, que es el que establece la singular relación política de Navarra con el Estado. “Tenemos a partidos nacionales cuyo interés choca con Navarra, que no la entienden, que no toman sus decisiones aquí, y que llegado el momento la pueden poner en riesgo”, avisó, antes de recordar que “el PSN toma sus decisiones en Madrid y no tiene límites”.
Remató el discurso con una especie de decálogo para mejorar el sistema público –mejor sanidad, más ayudas para las familias, mejor acceso a la vivienda– y a la vez bajar impuestos. Ese difícil equilibrismo con el que UPN va a empezar el curso.