En los altos cordales que custodian la localidad navarra de Arano se ubican gran cantidad de monumentos megalíticos dominando el valle del río Urumea. Son la excusa perfecta para pasear sin prisa por estos bellos parajes, pero no quedan aquí los elementos que descubriremos en nuestro caminar. Conoceremos un poco más de una especie de árbol, que fue fundamental en la vida de nuestros ancestros por ser árbol protector.
Aparcamos en un parking habilitado y señalizado en la parte superior del pueblo. Junto al aparcamiento, una pista asfaltada en su inicio, se dirige hacia el S., pasando junto al cementerio de la localidad, justo donde el asfalto desaparece. Sin pérdida, nos vamos introduciendo en el bosque para pasar junto a la ermita de San Roque, que se ubica en mitad del hayedo. Seguimos caminando hasta llegar al collado de Oraune, donde suele ser habitual encontrar vehículos estacionados.
Avanzamos unos metros por la pista en ascenso hasta encontrar un sendero que sale a nuestra izquierda. Subimos por él hasta un claro, en el cual podemos ver unos túmulos, monumentos funerarios compuestos por amontonamientos de piedra y tierra, entre la vegetación. A nuestra derecha, un sendero asciende el cordal, por el que debemos seguir. Vamos subiendo por terreno despejado, disfrutando de unas soberbias vistas, y pasamos un par de langas, mientras varios túmulos salen a nuestro encuentro, hasta alcanzar la cota de Arriurdigain de 709 metros de altitud. Seguimos caminando por el cordal, iniciando un descenso por la vertiente contraria y pasando junto a varios cromlech.
Estos monumentos se componen de testigos de piedra clavados en el suelo, que forman un círculo o un óvalo en cuyo centro se enterraban las cenizas del difunto. Descendemos hasta el marcado collado de Errekaleku, donde encontramos la mayor concentración de cromlech del territorio navarro, en concreto 25 megalitos. Una valla separa las localidades de Arano y de Goiuzeta y podemos ver un panel informativo. En este punto, la ruta cambia de componente, girando decididamente a nuestra izquierda.
Caminamos sin pérdida por ella; sobre nuestras cabezas queda el cordal que hemos recorrido. Junto a la pista, vemos una pequeña majada, con varios árboles junto a ella, hacia la que nos desviamos a la izquierda, junto a un poste indicativo. Alcanzamos el paraje y lo primero que llama nuestra atención es el precioso dolmen de Añoenea Soroa. Un megalito del primer milenio antes de Cristo, la Edad del Hierro. A la vera del monumento, vemos el motivo que nos ha traído hasta aquí: un grupo de árboles que custodian las construcciones pastoriles; son fresnos.
Un árbol que, al igual que otras especies, ha sido tenido por protector de establecimientos humanos. Por ello, suele ser habitual, como sucede en este paraje, verlos junto a bordas, cuadras, ermitas o caseríos, ya que era creencia que atraía el rayo, siendo, por tanto un pararrayos natural. Era costumbre de la misma forma colocar enramadas de fresnos, recogidas en la mañana del día de San Juan, en las puertas de los caseríos, bajo la creencia de que ahuyentaba a los malos espíritus, aojamientos, brujas, o malas energías. En determinados lugares, como en Ataun, Gipuzkoa, se colocaba el fresno entrelazado con otro árbol mágico como es el laurel, según recogiera José Miguel de Barandiaran.
Talismán protector Por este carácter protector, se colocaban cruces elaboradas con la madera de este árbol, con idéntico objetivo protector. Se puede observar en este dato una clara cristianización de un culto arbóreo. De la misma manera, vemos esta influencia cristiana en una tradición pagana, en el hecho de bendecir en las iglesias ramas de fresno, al igual que laurel, para, guardándolas en las casas utilizarlas si se acercaba una tormenta, momento en que se quemaban estas ramas.
Al relámpago se le llama en euskera “tximista” y a la piedra, “arria”; de ahí procede el término “Tximistarri” o “Piedra del Relámpago”. Las piedras de rayo, también conocidas como ceraunias -denominación latina- son los nombres que recibían ciertas piedras con forma puntiaguda e interpretadas por diversas culturas como objetos de origen celeste o divino, y con propiedades curativas y supersticiosas. Muchas de estas piedras son naturales, pero la mayoría son hachas manufacturadas por el hombre paleolítico, generalmente bifaces, aunque también entran dentro de este catálogo piedras pulimentadas del neolítico.
“En zonas como en la Bajanavarra, se cree que, cuando un rayo cae sobre un roble, haya o fresno, éste clava unas piedras en la tierra, son las ceraunias o piedras del rayo, aunque también se ha relacionada estas piedras con hachas neolíticas de sílex o con cuchillos. El caso es que al tocar el suelo, se introduce 7 estados (estadales) en él. Año tras año, va ascendiendo un estado, hasta que al séptimo año, aflora a la superficie en forma de piedra. Si se recoge este canto, tendremos un potente talismán contra los seres tenebrosos que portan el rayo. Uno de estos genios es Aidegaxto, que se camufla en un negro nubarrón”.
Ascendemos la colina que, frente a nosotros, nos lleva a una zona elevada, un pequeño cordal donde localizamos la otra estación megalítica de la ruta, Urgaratako Lepoa. Son varios los cromlech que se localizan en este paraje, compuestos por piedras blancas, algunos de los cuales miden hasta 8 metros de diámetro.
Continuamos descendiendo una cuesta hacia el Norte, hasta un cruce balizado que nos indica la dirección a seguir. Nos metemos en el bosque, sorteando un regato, y llegamos a un bello rincón con una borda entre el robledal. El sendero no tiene perdida y nos lleva hasta el collado de Oraune, desde el que regresamos de nuevo a Arano.
ACCESO: Para alcanzar Arano, debemos seguir la GI-3410 desde Hernani o la NA-4150 desde Goizueta. Un cruce nos dirige hasta la localidad por la NA-4016.
DISTANCIA: 10,8 kilómetros
DESNIVEL: 500 metros
DIFICULTAD: Fácil