En el norte de la Navarra montañosa, al arrullo de los valles pirenaicos bañados por la magia del Bidasoa, se acurruca un lugar esencial en la vieja tradición de los vascos: se trata de la bella localidad de Ituren. Y cuando mencionamos el nombre de este pueblo, bañado por la regata del Ezkurra, inevitablemente viene a nuestras cabezas la esencia milenaria de los Ioaldunes, los que portan los Ioares, o cencerros. Y es que cada invierno, el atávico eco de los cencerros resuena por estos parajes de belleza inexplicable, despertando de su letargo invernal a la Ama Lurra, la Madre Tierra. Pero, más allá de la esencia de estas conocidas mascaradas invernales, en Ituren se esconde uno de los secretos insólitos mejor guardados de la cultura vasca: algunos de los dinteles de las puertas del pueblo nos hablan.

Cuando el viajero llega al valle de Malerreka, donde se asienta Ituren junto con otros 12 municipios, se encuentra con vetustos caseríos propios de la montaña navarra, robustas casas de piedra y tejado a dos aguas con balcones en las fachadas. Caserones que, en muchos casos, tienen a bien susurrarnos su nombre e incluso quién los construyó. Pero vayamos poco a poco, puesto que la mejor forma de conocer este enigma es caminando sin prisa y, de paso, descubrir estos paisajes de bosques, ríos, montañas y belleza.

Aparcamos el coche, junto a la iglesia de San Martín, del barrio de Aurtitz, bajo la atenta mirada de la magnética cumbre de Mendaur. Descendemos hacia el centro de la barriada, en dirección N., siguiendo una pista asfaltada que se abre paso entre campos verdes, rodeados de enormes losas de piedra, que ejercen de lindes.

FICHA PRÁCTICA

  • ACCESO: Desde la carretera NA-170, que une Leitza con Doneztebe, llegamos al barrio de Aurtitz. Desde el núcleo de la barriada, una pista asfaltada, nos lleva a la iglesia de San Martín, visible en lo alto de la loma.
  • DISTANCIA: 3,5 kilómetros.
  • DESNIVEL: 100 metros.
  • DIFICULTAD: Fácil.

Tras caminar 500 metros, aproximadamente, llegamos a la carretera general NA-170, por la que giramos hacia nuestra izquierda en dirección Ituren y caminamos por la vía unos 300 metros. Vemos un sendero, a la derecha, que en un marcado descenso se encamina hacia el río. Tomamos este desvío y llegamos a un precioso paraje como es puente de Latsaga, que salva la regata de Ezkurra. Anualmente, son cientos los curiosos que se agolpan en este paraje, cada último lunes de enero, para disfrutar del paso de los Ioaldunes, que se dirigen hacia Ituren tras llegar desde Zubieta y unirse en Aurtitz con sus vecinos. Más arriba, en la plaza de Latsaga, les esperan los Ioaldunes de Ituren, junto con el atávico Hartza. Allí les reciben y todos, juntos, al son de decenas de cencerros resonando entre los bosques y cumbres, llegan a la plaza de la localidad, renovando el rito milenario. Al día siguiente, el martes, serán los de Ituren y Aurtitz, quienes les devuelvan la visita a los de Zubieta.

Del puente a los dinteles

Bajo las centenarias piedras del puente, cuentan las leyendas que viven las lamias, esas hadas buenas de las aguas, que peinan sus largos cabellos con un peine de oro, mientras remojan sus pies de pato en el río. El eco de los viejos ritos y de las leyendas contadas al amor de la lumbre nos acompaña en este paseo. El itinerario que siguen los Ioaldunes está balizado, siguiendo la llamada “Ruta del Agua”, y asciende por un sendero empedrado entre un bosque autóctono hasta las primeras casonas de Latsaga, barrio perteneciente a Ituren. Descendemos por el asfalto, caminando entre las primeras casas del pueblo, hasta la plaza central de la localidad.

Y es aquí donde surge el misterio, donde sale a nuestro encuentro esa Euskal Herria extraordinaria. Algunas de las casas presentan dinteles de piedra labrados sobre sus puertas, hasta aquí algo normal en muchos caseríos vascos. Pero lo insólito surge cuando nos fijamos más detalladamente en ellos, y descubrimos que nos hablan directamente, desde su pétreo silencio. “Me llamo Recaldea. Año 1814”, “Me llamo Miguelenea y soy de Francisco Iriarte. Año 1815”, son un par de ejemplos de estas vigas de piedra. Un paseo por las deliciosas calles de la localidad nos revelará este secreto, guardado entre los recios muros de las casonas de Ituren. El caminar ha de ser pausado, de esos caminares de descubrimiento, esos caminares que buscan dejarnos sorprender por nuestra tradición más secreta. El susurro de los dinteles se mezcla con el rumor del río, que los baña con su magia.

Continuamos con nuestro paseo. En la plaza, podemos disfrutar de la arquitectura del llamado palacio de Ituren, datado en el año 1715 pero edificado sobre los restos de una casa fuerte de la Baja Edad Media. Consta de planta baja y otras tres elevadas, con frente y lateral de piedra de sillería, un escudo barroco en la fachada y una puerta adintelada, con un impresionante dintel tallado. Remontamos la calle principal, hasta llegar al consultorio local, donde nos desviamos hacia la derecha. Frente a nosotros se localizan las peñas de Joane, ocultas entre el bosque en un promontorio, donde dicen que viven igualmente las lamias. Hacia ellas nos encaminamos, ascendiendo por la calle Palazio, unos 250 metros. Es entonces cuando sale un sendero a nuestra izquierda, que se interna sin miramientos en la floresta. En un breve ascenso, alcanzamos la iglesia de San Martín para dar por finalizada la ruta.