Agustín Ibarrola utilizó ese toro y dibujó en la parte inferior, los corredores, brazos en alto y puños cerrados, el pueblo trabajador, en medio una franja roja, Sanfermines de 1974, un cartel encargado por la Casa de Misericordia y censurado.
La tauromaquia es historia de España. Hoy en día sus defensores subrayan el aspecto cultural, la tradición, llegando a predicar, “los toros son la fiesta más culta del mundo”, palabras de Lorca, y algunos de ellos tratan de arrimar el ascua a su sardina, vinculándola con posiciones ultras, anti-democráticas. Recientemente, Morante de la Puebla dedicó su último toro al líder de Vox, Santiago Abascal, como antes con la monarquía o en el franquismo, la montera, el brindis siempre con el poder. Sin embargo, la llamada “fiesta nacional” no ha sido siempre patrimonio exclusivo de la derecha y la reacción.
Cambiaron los capotes y las espadas por pistolas y fusiles
La mañana del 18 de julio de 1936 una cuadrilla de muletillas y novilleros pamploneses encabezados por El Chico de Artajona se dirigía a la Estación de tren El Plazaola. Tenían previsto actuar esa misma tarde en un festival taurino en Pasajes. Previa ingesta de alguna copa, los viajeros emprendieron la marcha con gran alegría, despreocupados por lo que ocurría. Tan pronto como se apearon en Donosti, enseguida escucharon las noticias del golpe militar y la declaración de Huelga General de las organizaciones populares. Tras al asombro inicial, la cuadrilla taurina no dudó y se dirigió a la sede de la CNT, prestos a pertrecharse con armas con las que defender la República en el frente del Alto de Urnieta.
”Las cosas del destino quisieron que aquel mismo 18 de julio me salvase del encarcelamiento, o una muy posible muerte a manos de los fascistas y golpistas militares que aquel día se sublevaron en toda España“, escribió cuatro décadas más tarde, José Iglesias Sada, uno de los integrantes de la cuadrilla. Trabajadores y afiliados al sindicato anarquista, se enrolaron en el Batallón Celta y fueron a combatir en el frente contra voluntarios civiles venidos de Navarra. Con algunos de ellos, seguramente, habrían coincidido en espectáculos taurinos. Conquistada Gipuzkoa por los golpistas, fueron a defender Bilbao contra el fascismo. Tras su caída y la de Santander, fueron hechos prisioneros en campos de concentración.
“¡Quién iba a pensar que tardaría 21 años en volver a Pamplona!”. José pasó un tiempo en la cárcel, después vendrían los trabajos forzados; la posguerra junto a su familia fue muy dura, hambre y penurias, para mucho tiempo después, regresar a su ciudad, Iruña, el lugar donde “su gran sueño era ser torero”.
En agosto de 1936, según el portal digital Toreo en Red Hondo, seiscientos toreros liderados por Manuel Vilches del Río, Parrita, se ofrecieron como milicianos en Madrid. Querían ir al frente para luchar en favor de la República y contra el fascismo. Acaba de nacer el conocido Batallón Francisco Galán.

Saturio Torón, murió al explotar una mina
“De pronto una llamarada envolvió su silueta y una tremenda explosión nos derribó. En el sitio del estallido había un gran hoyo y en las inmediaciones aparecían dispersos los miembros destrozados del capitán”, fue el testimonio de Pedro Mateo Merino, compañero suyo en el frente, ambos formaban parte de este Batallón. Según informó la prensa republicana, el torero falleció en el frente de Somosierra el 21 de diciembre de 1936.
“Pronto llegó a ser capitán y jefe de una compañía de zapadores que se distinguió en múltiples ocasiones por su heroísmo y su combatividad. Toda su conducta hablaba a su favor. Más de una noche acudía a ofrecernos su ayuda fraternal. Siempre que los tiroteos alarmaban por su intensidad, venía él con su unidad al puesto de mando por iniciativa propia. Su espíritu de solidaridad y su compañerismo impresionaban”, fueron las palabras de Merino.
Saturio Torón Goyanes (Tafalla, 1903), conocido como El León Navarro, había sido boxeador, y se convirtió en el primer torero navarro en tomar oficialmente la alternativa, concretamente en los Sanfermines de 1930. Su confirmación se produjo el 12 de abril de 1931, dos días antes de la proclamación de la República. El 9 de julio de aquel año fue sacado a hombros hasta la plaza de la República (hoy del Castillo), llevado en volandas por la chavalería. Sus amigos de la Peña Los Iruñshemes celebraron un banquete en su honor. Disfrutó del favor del público en Estella y en Madrid, pero la crítica no fue tan complaciente con él. Saturio no era una figura del toreo, a pesar de su gran valentía, empeño y afición. Ernest Hemingway dijo de él: “es un excelente banderillero, muy valiente, que tiene la peor manera de lidiar, la más ignorante y la más peligrosa que jamás háyase visto”.
Sobre su pensamiento político, siempre ha existido una gran controversia. Se afilió a Falange, y según algunas fuentes, se definía como anti-monárquico, lo que posteriormente le llevo a decantarse por la República. Según Dionisio Ridruejo, “sentía inclinación por el sindicalismo anarquista de su tierra pero no sé por qué había entrado en Falange, si bien se pasaba el día gruñendo porque ésta le parecía estar llena de señoritos (…) A mí me gustaba Torón porque era pueblo puro, algo de agradecer cuando hay tanto petulante vulgar semiilustrado”, son palabras recogidas por Toreo en Red Hondo.
En 1934 se cortó la coleta como torero y continuó como novillero. Quiso ser crítico taurino, periodista. Para aprender el oficio entró en la Escuela de El Debate. Su primer artículo fue publicado en el diario La Nación con motivo de la revolución de octubre, bastante crítico con los trabajadores en huelga. Según el periodista José Luis Salado, se arrepintió, y para redimirse, escribió tiempo después una obra de teatro, un drama sobre “la verdadera tragedia del torero”, nunca bien contada, a su parecer. Pidió consejo al periodista de La Voz de Madrid, pues quería estrenarla y contar la verdad. Acaso fuera una crítica sobre la utilización interesada de la tauromaquia y la figura del torero por parte del poder y la política, ¡Quién sabe!
Ambos quedaron en volver a verse. Cinco meses después, ya fallecido, el elogio fúnebre de La Voz lamentaba que lo que no habían conseguido la infinidad de cornadas sufridas, lo había logrado un campo minado por los fascistas. El periodista hacía un llamamiento público con el objetivo de encontrar esa obra y representarla en un teatro como homenaje a su autor, el héroe Torón.
Durante la guerra la prensa de uno y otro bando siguió defendiendo el mundo del toreo como propio. El diario ABC de Madrid se posicionaba con la República, mientras que el mismo rotativo, en su edición de Sevilla, lo hacía con los fascistas. Ambos recogían información taurina. Entre bombas y toros, una foto de agosto de 1936 tomada en las Ventas mostraba una plaza abarrotada de público, con el paseíllo de los toreros, que marchaban con el puño en alto en apoyo a la República.
Conforme la guerra avanza y la represión se intensifica, los cuerpos de los asesinados por todo el país fueron arrojados a fosas comunes. En una de ellas yacerá Lorca, el poeta español más conocido en el mundo, junto a Dióscoro Galindo, maestro republicano, y dos banderilleros anarquistas, Juan Arcollas y Francisco Galadí, según asegura el hispanista Ian Gibson.
En Teruel se libra una de las batallas más duras y allí se reúnen algunos de los compañeros de Torón en la 96 Brigada del Ejército de la República, la de los toreros. Formada en su mayoría por novilleros comunistas, como señala Javier Pérez Gómez, autor de La Brigada del Litri, no habían llegado a tomar la alternativa y a debutar como toreros. Aquella Brigada era conocida así por su jefe, el novillero madrileño Luis Prados, Litri II.
Toreros anarquistas navarros desaparecidos
Emilio Mola se valió de la fiesta y la algarabía de los Sanfermines de 1936 para desarrollar su plan golpista, utilizando corridas de toros, cafés y ambiente festivo para aparentar normalidad. Así se establecieron fechas, preparativos y detallaron los términos de la represión que hizo correr la sangre por toda Navarra.
Cinco años antes, el 3 de diciembre de 1931, jaleado por la multitud, el sobresaliente Constantino Preciado subió por una escalera al balcón del Palacio de la Diputación para descolgar la bandera de Navarra. Su acción fue acompañada de vivas a la república. Acababa de cenar con sus amigos en Casa Cuevas, el Bar-Restaurante de taurinos e izquierdistas, y su escalada al balcón se produjo como respuesta al infructuoso intento de hacer ondear la bandera republicana junto a la de Navarra. Cinco años después de ese incidente sería asesinado junto a otros dos novilleros de un total de 50 compañeros en Valcardera, la segunda mayor matanza realizada en Navarra durante la guerra. Según contaba Galo Vierge en su libro Los Culpables, la retirada de la bandera pudo ser el motivo por el que lo asesinaron, al menos, eso temía Constantino. Ambos, que compartían afición taurina e ideología política, coincidieron en la prisión provincial de Pamplona, repleta de presos políticos aquel trágico verano de 1936. Cada día se pasaba lista, anunciando los nombres de los que se llevaban a fusilar. La dura realidad de Pamplona después de aquellos últimos sanfermines felices.
Un importante sector de la afición a la torería estaba comandada por un grupo de amigos, anarquistas y trabajadores, que compartían el sueño de ser toreros en Pamplona. Era aquello a lo que se refería Ridruejo sobre Saturio y su “inclinación por el sindicalismo anarquista de su tierra”. Entre estos, Octavio López Jiménez, conocido como Niño de Balboa; Luis Esparza Portillo, llamado El argentino; Joaquín Beorlegui Zaratiegui, el mismo Constantino Preciado Trevijano, o uno de los líderes del Frente Popular navarro, Tomás Ariz Oteiza, apodado Minuto, todos ellos asesinados después de San Fermín.
Entre espectadores y aficionados, la plaza de toros tenía capacidad para un tercio de la población de Iruña, y reunía a sectores de toda la sociedad. Entre ellos, personalidades notables como el abogado Natalio Cayuela, presidente de Osasuna y de la Comisión taurina de la Meca o su compañero de Izquierda Republicana, el empresario Ramón Bengaray. Ambos corrieron idéntica suerte, víctimas de la barbarie. En una de las últimas fotos en vida de Bengaray, se aprecia al líder republicano y a su familia, asistiendo sonrientes a un espectáculo taurino protagonizado por una cuadrilla de novilleros de Pasajes. En otra, aparece en compañía de Ramona Zapatero, su mujer, felices a la salida del coso taurino.
Quienes marcharon en tren a Donostia tuvieron mejor suerte: Ángel Gracia Saldise, conocido como El Chele, Jesús Daroca Lizarraga, El temerario (su hermano Cipriano fue asesinado), Rafael Gimeno Armendáriz, El Chico de Artajona y José Iglesias Sada, que, con todo, aun sufrieron la cárcel y el exilio. También la tuvo y mucha, Honorino Arteta, único superviviente de la matanza de Valcardera, al que no lograron matar y mal herido logró escapar, era anarco-sindicalista y novillero como sus compañeros. A su regreso del exilio, contó detalles de aquella tragedia. Otros represaliados sobrevivieron como el sindicalista de UGT, Félix Lezáun Alonso, participante en becerradas, de la misma forma que el crítico taurino Galo Vierge, Bonarillo, o el hostelero Juan Quintana, al que un viaje a Francia por motivos taurinos le salvó de ser detenido y quién sabe qué suerte habría corrido. O los pintores, Gerardo Lizarraga y Emilio Sánchez Cayuela, Gutxi, cuñado este último de Eladio Cilveti, dejando testimonio escrito o artístico de aquella pasión taurina.
Más allá de nuestra consideración por la fiesta nacional, rescatamos aquí la memoria silenciada y olvidada de los que siguen desaparecidos, como García Lorca, “el desaparecido más llorado del mundo” en palabras de Gibson, y de decenas de miles de republicanos en este país. Va por ellos, y por aquellos toreros y sus familias.