El último disco de La Casa Azul, ‘La gran esfera’, es de 2019. El año pasado publicó un epé, ‘Prometo no olvidar’, y últimamente han salido canciones que ha producido a Soleá Morente. ¿En qué momento está Guille Milkyway?

–Queda un poco pretencioso decirlo porque parece que son como partos, pero llevo ya tiempo grabando lo que será el próximo disco de La Casa Azul, también con el disco de Soleá prácticamente terminado. El de La Casa Azul, veremos; no es tanto porque no haya material, sino porque cada vez soy más crítico. Si no lo veo claro, prefiero esperar. Con la edad tiendo más a eso, igual cuando eres más joven eres más inconsciente, pero una vez que publicas algo, queda para siempre. Igual ahora soy más miedoso. Pero vamos, todo va bien. A paso lento, pero bien. Estoy feliz con lo que estoy haciendo y con el momento del grupo en directo, que durante años fue una especie de asignatura pendiente.

¿Le resulta complicado poder mantener sus tiempos ante una industria tan frenética?

–Tengo la suerte y la desgracia de que siempre me he mantenido un poco al margen. He tenido la suerte de estar en Elefant, un sello independiente que nunca me ha pretendido imponer nada que no quisiera hacer. Si hubiera entrado de una manera más agresiva en la industria, como les ha pasado a otros grupos, ahora mismo estaría sufriendo mucho, no solo por el ritmo que tú decías, sino porque hay mucha conciencia y detalle de todo, constantemente ves si un lanzamiento ha tenido más o menos éxito que lo anterior. Todo va muy rápido, el primer impacto marca mucho por los algoritmos. Esto de poder ver en tiempo real cómo está funcionando cada canción, cada disco y cada publicación, y luego en paralelo toda esta cosa horrible de crear contenido en redes… Desde el principio tuve claro que quería funcionar de otro modo y creo que he sido afortunado por ello, porque puedo mantener mis ritmos, mi manera más pausada de crear.

Combina su trabajo al frente de La Casa Azul con las producciones a otros artistas. ¿Dónde se siente más cómodo?

–Son cosas que se asemejan, el entorno y las metodologías se parecen. Cuando trabajo para mí, se crean unas dinámicas que tienes que aprender a controlar. Son equilibrios que hay que ir gestionando. El motivo más primario por el que llegué a dedicarme a esto fue mi fascinación por el juego que sucede en el estudio, este descubrimiento, que es un poco infantil porque tiene su inocencia. Eso me sigue haciendo feliz. Si quieres sonar más profesional, hay una barrera, porque puedes externalizar el trabajo y recurrir a profesionales muy buenos que seguro que hacen que tus discos suenen mejor y se graben más rápidamente, pero se pierde esa parte que tanto me gusta de probar y jugar. Es un trabajo más artesanal, pero muy divertido. Cuando produzco a otros artistas el trabajo ya no es tan individual, sino en equipo. En el caso de Soleá, es una de las primeras veces que estoy tantas horas en el estudio con alguien, trabajando juntos, y lo estoy disfrutando mucho. Seguramente, porque Soleá también tiene este impuso de descubrimiento infantil continuo, no tanto para que las cosas acaben siendo excepcionales, sino para disfrutar del trayecto.

La música de La Casa Azul está llena de referencias, en las canciones pasan muchas cosas. ¿Cómo se hace para meter tantos elementos y que el resultado sea tan fácil de asimilar?

–Te agradezco que me lo digas, porque siempre he pretendido eso. Desde siempre me han gustado esas cosas que son aparentemente barrocas, pero en las que predomina la sencillez de la canción que puedes silbar en la ducha. A veces eso se pierde en el camino, la experimentación en el estudio es muy golosa. Un día, Ibon Errazkin me decía que las vanguardias y los movimientos contraculturales, generalmente, huyen del elemento melódico, que está más presente en las músicas populares. Pero lo contracultural acaba siendo superado por la melodía. Lo que sucede en el underground tiene mucho que ver con la experimentación, pero siempre acaba siendo sobrepasado por lo melódico. Pasan los géneros y las décadas y siempre es así. Paco Tamarit, guitarrista de La Casa Azul, siempre dice que le da igual que sea trap, afro beat o punk; si en medio de todo eso puede cantar Wendolyne, le va a gustar. Está guay que digas que en las canciones pasan muchas cosas, pero el resultado es muy directo y poco enrevesado. Lo valoro mucho.

¿Cómo lleva su relación con el escenario? Durante años no lo disfrutó.

–Durante muchos años, sí. Grabar un disco y tocar en directo son dos disciplinas distintas. Es como si a un director de cine le dices que haga una gira por teatros presentado algo parecido a su película. Está claro que es distinto, pero en la música parece que no, incluso parece que el directo tiene más valor, eso de ‘los músicos buenos lo demuestran en el escenario’. Yo de joven creía mucho en eso de una manera muy dogmática, quería hacer discos y el directo no me atraía, me parecía terrible. Como fan de la música yo disfruto mucho en los conciertos de otros artistas, y en 2016 me propuse que yo tenía que ofrecer eso con La Casa Azul. Para ello me rodeé de músicos excelentes, no quería renunciar a lo orgánico. Me di cuenta de que el espectáculo tenía que ir muy rodado, todo muy sincronizado porque el grupo es así, eso que dices tú de que en las canciones pasan muchas cosas y que teníamos que mantener, que los elementos visuales tenían que ir perfectamente coordinados con el sonido… He entendido que es otra disciplina, y el resultado me ha dado otra vida, porque he descubierto algo que estaba en mí y he podido desarrollarlo.

Hace años que se acostumbró a tocar para grandes audiencias. El octubre actúa en el Wizink y el concierto de San Fermín será también multitudinario. ¿Se prepara igual una actuación en el que la gente paga una entrada que otra gratuita, en la que habrá también que no conozca la música del grupo?

–No, claramente son cosas distintas y así las entiendo. Hace tiempo que ya hablamos de eso en el grupo. No estaba bien, por ejemplo, que alguien que hubiese venido a un concierto de acompañante tuviese como que pagar un peaje. Queremos transmitir lo nuestro de una manera muy pura, ser muy respetuosos con nuestra pulsión artística, pero a la vez permitir que alguien que no sea muy fan lo pueda disfrutar. Ahí hicimos un cambio a nivel escénico, de selección de canciones y de nuestra propia actitud como músicos, buscando quizás algo más celebrativo. La Casa Azul busca llegar a un lugar en el que te puedas olvidar del mundo y celebrar que la música merece la pena. En el caso de San Fermín, siento un poco de vértigo. Además, tengo una motivación especial, porque mi abuela, que ha sido una de las personas más importantes de mi vida, era de Cizur, y la recuerdo desde muy pequeño, cada San Fermín, levantándose para ver los encierros. Va a ser muy emocionante, porque hubiera sido tan feliz viéndome actuar en Sanfermines… La tendré en el recuerdo y seguro que parte de la familia estará allí.