Es la capacidad que tenemos los seres humanos para encontrarnos con un Dios que no está ausente. Lo encontramos a través de señales e indicadores que aparecen en nuestra vida cotidiana, en momentos señalados y en todos los acontecimientos. Durante siglos los seres humanos han tenido un sentimiento difuso de lo religioso que se ha asociado a la práctica de una religión. Las nuevas generaciones tienen dificultades para identificar el paso de Dios por sus vidas. Pero seguramente pasa. Las encuestas de valores de los jóvenes del País Vasco dan siempre como constante que son más los jóvenes que se consideran orantes que los que se consideran creyentes. Muchos jóvenes expresan que "han tenido alguna experiencia del misterio". La Iglesia ha de afrontar un desafío: iniciar a los jóvenes en una experiencia de Dios que tiene relación con el compromiso con las personas débiles y marginadas. No se puede responder a la pregunta sobre Dios sin haber dado respuesta a la pregunta: ¿qué has hecho con tu hermano?