Síguenos en redes sociales:

El príncipe azul

siempre he soñado con mi "príncipe azul". Infinidad de veces me lo he imaginado, cómo sería, cuándo llegaría y he recreado las mil y una noches en su compañía. No me siento menos mujer por ello. En más de una ocasión me he sentido y me han hecho sentir "cenicienta", y no creo ser la única.

No entiendo la lucha enfervorizada por impedir a toda costa que un hombre nos abra la puerta a nosotras, las mujeres, o nos retire la silla con amabilidad en un restaurante. ¿Somos capaces de hacerlo solas? Desde luego que sí, pero que estos comportamientos se conviertan en debate nacional raya el absurdo. Y de seguir así, el colectivo de mujeres luchando por la igualdad va a convertirse en una pantomima ridícula, puesto que nuestro problema no es que llegue ÉL, galopando, a salvarnos la vida, sino somos nosotras mismas que lo vemos venir y le abrimos la puerta de par en par, sin preguntar sus intenciones. Somos capaces de pasar horas en un supermercado para hacer la compra perfecta y que no nos engañen; pero en cuestión de amor, nos es suficiente el primero que pasa.

No nos conformamos con cualquier trabajo, cuidamos nuestra independencia económica estudiando, formándonos, ocupando puestos importantes, adquiriendo viviendas en propiedad sin pareja con las que compartirlas, tenemos vida social más allá de esa pareja, y vacaciones, y juergas nocturnas. Pero todo eso deja de tener sentido si, llegado el momento, ese príncipe azul, lejos de compartir nuestros éxitos y fracasos, lejos de amarnos en libertad, confianza y respeto, tras la primera sonrisa, falsa como todo él, nos encierra en una urna de cristal y pretende hacer de nosotras alguien que no somos y que ni mucho menos queremos ser. Deberíamos decir: "yo soy así, y si no puedes amarme así, vete por donde viniste". No siempre lo hacemos y ahí empieza la hecatombe. No ponemos límites, aguantamos lo tolerable y lo inaguantable también. Ponemos el alma, el cuerpo y lo que haga falta por mantener una relación que en absoluto merece la pena, pero por mucho que desde lejos ya "huela mal", nosotras nos repetimos hasta la saciedad que es perfume del bueno buenísimo, y de tanto repetir, nos creemos nuestras propias fantasías. A veces incluso llegamos tan lejos que es demasiado tarde y los daños son irreparables, o cuanto menos, de difícil solución.

Con el hecho de que un solo hombre, uno solo, sea capaz de tener la poca vergüenza de opinar sobre la largura de nuestra falda, ese hecho que parece aislado no lo es, y deberíamos aunar nuestros esfuerzos en propiciar que semejante individuo se quede aislado, sea él el que merezca el destierro en esa urna a la que tantos años estuvimos amarradas, y de la que, no sin poco sudar, nos vamos desprendiendo. Pero todo debe comenzar por una misma. De qué nos sirve lamentarnos y protestar por un chico que nos ha herido, si somos nosotras las primeras que día tras día nos faltamos el respeto, no nos queremos lo suficiente, porque si fuera cierto que nos valoramos individualmente, como mujeres y personas (sin necesitar una voz "en off" que continuamente te repita lo hermosas que eres), si eso fuera verdad, al comentario de la largura de la falda vendría un "no te quiero volver a ver en mi vida".

Y repetiríamos la frase ante cualquier ataque a nuestra individualidad. Porque, no te quiero menos si no paso las veinticuatro horas del día contemplando tu belleza, "cari", no te quiero menos si me siento en el sofá mientras tú planchas, "amor mío", y sobre todo no te quiero menos porque quiera ser yo. Es, sencillamente, "cielo", que te quiero muchísimo pero yo me quiero aún más!!!.

Basta ya. Basta con el extremismo barato y la demagogia para pasar el día. Basta de pelear en vano olvidando lo importante. Punto y final a la abnegación, a la sumisión, al yugo, a pasar por alto que no se me olvida que la propiedad no se ostenta sobre personas, que la esclavitud se abolió hace tiempo, que si me quieres a golpes y órdenes eso jamás será amor.

Yo quiero mi príncipe azul, pero si no llega viviré mi vida feliz y no me sentiré distinta por querer ser una princesita. Que si ser mujer hoy implica renunciar a mis sueños quizás infantiles, no lo quiero. Que lo que quiero es aprender tanto como para no confundir al príncipe con un gusano, y tener las armas suficientes para aplastarlo yo, y no al revés.

Tener los mismos derechos que vosotros, queridos hombres, esa es la cuestión. Que parece que en este mundo de hombres, la sorda, ciega y muda es la reina.

Y el castillo... Por supuesto que me lo construyo yo!!!!!