Aunque la gran fecha marcada en sangre del movimiento obrero en Álava es el 3 de marzo de 1976, en los años anteriores hubo otras luchas que se van desdibujando en la memoria. Una de las más importantes fundamental para entender lo que ocurriría después fue la huelga de Michelin de 1972. Durante más de un mes, entre el 26 de enero y los primeros días de marzo, los 3.500 trabajadores de la empresa más grande del territorio secundaron un paro que tuvo en jaque, además de a los inflexibles directivos, a la autoridad civil franquista, que se empleó a fondo para acabar con una protesta que había provocado en la sociedad gasteiztarra y alavesa una explosión de solidaridad. Casi cuarenta años después del episodio, resulta curioso que ni siquiera quienes lo protagonizaron tengan muy claro cómo se tomó la decisión de salir a la huelga. "Yo presumo medio en broma de haber parado la fábrica", recuerda con una sonrisa José Luis Anguiano, convertido sin pretenderlo en uno de los líderes de aquel gran órdago. "Yo hacía de portavoz de las negociaciones con la empresa cuando estaba trabajando. Aquel día, el 26 de enero, la reunión fue muy tensa. La directiva nos había mandado a tomar viento fresco y uno de nuestros representantes, José Ramón Berasategi, salió muy cabreado. Me dijo que no quedaba otra que ir a la huelga. En mi turno, cogí mi caja de herramientas y fui pabellón por pabellón a informar a los compañeros. Había varios muy exaltados, ya dispuestos a todo, y prácticamente sin que nadie tomara la decisión, se fueron parando las máquinas. No fue algo que estuviera previsto. Salió así". La versión la corrobora Joaquín Polo, enlace del Sindicato Vertical, que en aquellos tiempos estaba ya trufado de elementos que hacían la oposición al régimen desde dentro: "A nosotros nos desbordó la huelga. Cuando fuimos a comunicar cómo estaban las negociaciones con la dirección, que se había cerrado en banda y había rechazado todo lo que pedíamos, nos encontramos con que había secciones de la empresa que estaban paradas. El cabreo había llegado al colmo. Es que tampoco fue una cosa que pasó de un día para otro. Las cosas venían de muy atrás". Descontento acumulado Efectivamente, antes de la hora cero de la huelga había meses incluso años de descontento acumulado. Según José Luis Anguiano, "el cabreo en Michelin creció con la empresa. En poco tiempo se había duplicado la plantilla y se fueron creando unas enormes desigualdades entre los trabajadores. Se habían suprimido una serie de primas y perdido un montón de derechos en poco tiempo. La construcción de una rueda gigante en unas condiciones nada dignas contribuyó a empeorarlo todo". Su compañero Polo añade: "Eso, por no hablar de las temperaturas de hasta diez grados bajo cero en que se trabajaba en el pabellón Z o de la arrogancia y la prepotencia de algunos de los mandos intermedios, que trataban del peor modo a los trabajadores". El veterano sindicalista y estudioso de los movimientos obreros, Arturo Val del Olmo, cuenta en su libro Tres de marzo, una lucha inacabada que todo ese descontento se quiso plasmar en una plataforma reivindicativa cuyas peticiones básicas eran un salario mensual de entre 10.500 y 13.500 pesetas la media en Michelin estaba en 7.500, una reducción de la jornada semanal de 48 a 44 horas y un convenio para un solo año. Segura de su fuerza, la empresa negó todo y los representantes de los trabajadores redujeron las exigencias al salario mínimo de 10.500 pesetas. Ni siquiera hubo respuesta. Probablemente, lo último que esperaban los directivos es que la plantilla respondiera con la huelga. Paco Lekuona, histórico sindicalista y líder vecinal gasteiztarra, comprende ese error de cálculo de la patronal. "Es que no era tan fácil de prever dice porque la de Michelin fue una huelga totalmente atípica. Salvo uno, Berasategi, que había estado en Alemania y creo que se había afiliado a USO, no había líderes sindicales formados. Los únicos afiliados estaban o estábamos en la periferia, apoyando desde fuera. Se tuvo que improvisar. Los líderes salieron de la noche a la mañana de la plantilla, sin conocimiento, sin preparación". una manifestación histórica Aun en esas circunstancias, la cuestión es que la huelga prendió. Los trabajadores salieron en bloque, dispuestos a asumir cualquier consecuencia, y pronto llegaron las muestras de solidaridad desde otras empresas, como Esmaltaciones San Ignacio, Fournier, BH o Forjas alavesas. Varias manifestaciones de apoyo se fueron sucediendo hasta que el 12 de febrero tuvo lugar la mayor movilización ciudadana conocida hasta entonces en la capital alavesa. "Aquello fue histórico", evoca José Luis Anguiano. "fue un martes. Para entonces, los trabajadores de Michelin estábamos muy aglutinados. Sólo nosotros y nuestras familias podíamos llevar cinco o seis mil personas. Pero hubo empresas, como Fournier, que jamás habían parado, y se fueron en masa a la manifestación. Total, que hubo más de diez mil personas, y todas con ganas de pelea. Hubo 27 heridos y cuatro detenidos. Y es muy importante un dato: hubo muchos policías heridos, y el señor Fraga dijo aquello de Ni un servidor público más herido. Marcó un antes y un después". Cristina Valverde, entonces estudiante de Magisterio que se había involucrado en el conflicto desde su militancia en UGT, tiene grabado en la memoria un episodio de aquella manifestación: "Había una señora, que se llamaba María, y que estuvo en la cárcel por tirar desde el balcón de su casa unos tiestos a unos policías. Me impactó verla allí, porque era una mujer normal y corriente, mientras todos los demás que estábamos allí teníamos algún tipo de vinculación con la lucha". A Cristina le salió muy cara esa vinculación. Fue torturada con saña por haber participado en la canalización del apoyo económico a los huelguistas que llegaba del exterior. "A través de la organización belga CIOSL llegaron unas 90.000 pesetas y luego otras 50.000", relata. A ese dinero hay que sumar las generosas cantidades procedentes de la solidaridad gasteiztarra, recaudadas en tiendas y bares. "Las mujeres tuvieron un papel fundamental en la distribución de la caja de resistencia", recalca Cristina Valverde, y José Luis Anguiano añade que "también hay que destacar a las asistentas sociales, que hicieron llegar puntualmente a las familias el dinero". Otra Iglesia ya era posible El ex diputado general de Álava y por entonces sacerdote, Félix Ormazabal, fue represaliado por su participación en el trasiego de ese dinero: "Ya con gente detenida, a mi me llevaron un paquetito (billetes) que yo no abrí ni nada. La policía, que estaba detrás del asunto, me llevó a comisaría y allí vi cómo les habían puesto a los detenidos. Quisieron meterme en la cárcel, pero yo apelé al Concordato, y al final me tuvieron un mes y tres días confinado en los Carmelitas". Además de Ormazabal, y frente al inmovilismo de la Iglesia oficial, muchos sacerdotes se implicaron en la huelga de Michelin, cediendo sus templos para las asambleas o colaborando en la recaudación y distribución de la caja de resistencia. El párroco Félix Placer, que años después participaría activamente a favor de los trabajadores en los sucesos del 3 de marzo del 76, recuerda la homilía firmada por 75 curas: "Se leyó en algunas parroquias el 24 de febrero y contenía una detallada reivindicación de derechos civiles, políticos y humanos. Había una Iglesia que no quería plegarse a su jerarquía", defiende. Pese a las dimensiones que había adquirido la protesta, la empresa, ya decididamente respaldada por las autoridades políticas, se mantenía inflexible. "A partir del día 23 ó 24 fue cuando la policía empezó a intervenir en plan salvaje", rememora el sindicalista Joaquín Polo. "Y eso fue al mismo tiempo que la empresa nos mandó una carta amenazándonos con despedirnos a todos si no nos incorporábamos en una fecha determinada". Del mismo modo que nadie acierta a explicar cómo se paró, tampoco se tiene muy claro cómo se volvió al trabajo. Arturo Val señala que "hubo una asamblea en la que 1.862 trabajadores se posicionaron a favor de mantener la huelga, frente a 225 que querían terminar con ella". Eso no impidió que en los últimos días de febrero y los primeros de marzo los operarios se fueran reincorporando a sus puestos. ¿Fracaso? Una veintena larga de empleados entre ellos José Luis Anguiano y Joaquín Polo fueron despedidos e incluidos en listas negras distribuidas por todas las empresas de la zona. Ni la más mínima de las reivindicaciones fue atendida. Las cosas siguieron igual o peor que antes de la huelga. ¿Fue un fracaso? 38 años después, Anguiano no lo ve así: "Yo estoy muy satisfecho de mi participación en la huelga de Michelin a pesar del fracaso que en su momento nos dejó a todos aplanados. Salió así, nosotros lo encabezamos y ya está. Pero era la primera movida que tenía yo en mi vida. Mi madre, poniéndome Radio España Independiente desde que era pequeño... ¡Joder, pues había llegado el momento de hacer una movida de rojillos! No me arrepiento de ello", dice con rotundidad. Cristina Valverde comparte esa convicción: "Fue un revulsivo para toda la sociedad vitoriana. Mi padre era del partido comunista, y yo creo que después de haber estado en los campos de concentración que él estuvo tras la guerra del 36, el hecho de que hubiese en el 72 esa movida tan grande fue un poco como decir que todo aquello por lo que lucharon entonces, en el 72, empieza otra vez a resurgir aquí, en Vitoria". También en clave personal, Félix Ormazabal cree que su vivencia le fue de mucho provecho: "La detención, el procesamiento, el desacuerdo total con el Obispo... Todo eso fue el momento de decir: Mira, hasta aquí hemos llegado. No soy cura para hacer lo que diga el ministro de Justicia". Más allá de la influencia en su propia vida, el ex sacerdote ve en aquella aparente derrota el comienzo de un tiempo nuevo: "Fue como la expresión y, a la vez, el revulsivo de algo que estaba eclosionando, de algo que estaba apareciendo de nuevo. Esa situación de exigencia de los derechos sindicales, sociales, políticos, humanos, de igualdad, de justicia social. Eso se nos reveló ahí".