Imanol Querejeta y
Javier vizcaíno
J.V.- Las emociones son la seña de identidad humana por excelencia. Lo afirmo, pero a la vez, te lo pregunto. ¿Lo son?
I.Q.- Bueno, lo son, pero no en primer orden. La seña de identidad de primer orden del ser humano es el pensamiento, que es el que da paso a la emoción. Como diríamos en términos muy llanos, lo que tenemos en la cabeza es lo que nos genera una emoción. Si lo que pensamos es agradable, la emoción será agradable (simpatía, amor, deseo, paz); si, por el contrario, lo que pensamos es desagradable, la emoción será desagradable (aversión, miedo, odio). Lo que sí es cierto es que es lo que más se nos ve.
J.V.- Sí parece que no todo el mundo las vive del mismo modo. Hay quien es la emotividad en persona y quien parece un témpano de hielo.
I.Q.- Así es. Esto también tiene dos orígenes, lo que nos viene al nacer y también lo que se entrena. Luego, hay personas que lo que ocurre es que no las pueden expresar aunque las sientan, especialmente las agradables. Se reprimen de hacerlo, mientras que en otros casos, como los grandes psicópatas, que son fríos y calculadores, no expresan emociones más que para seducir y sacar beneficios de los demás. Los narcisistas también son muy fríos.
J.V.- Incluso, la misma persona, en diferentes etapas de su vida, reacciona de forma distinta a los mismos estímulos.
I.Q.- Sin duda. El ser humano está en un cambio permanente, aunque a veces no se dé cuenta. Cambio de edad, conocimientos y experiencia; cambios en las situaciones a las que intentamos adaptarnos; y también cambios en los intereses y necesidades que nos hacen vivir las situaciones de forma muy diferente.
J.V.- Se suelen identificar con la debilidad de carácter. ¿Hay algo de cierto?
I.Q.- Yo creo que no. Las emociones son la antesala de lo que vamos a hacer y están promovidas por lo que nos induce a pensar una situación determinada. Las emociones son todas: el amor, la ternura, pero también la ira. Unos expresan preferentemente un estilo de emoción y otros uno diferente, pero no son una muestra de debilidad de carácter, por lo menos, no siempre.
J.V.- Por lo anterior, algunas personas tratan de reprimirlas o esconderlas. ¿Hacen bien?
I.Q.- Sí, hay personas que como tú dices, intentan esconder sus emociones porque las consideran un signo de debilidad y yo creo que no es así. La semana pasada mencionaba el buen humor como uno de los mecanismos de defensa que mejor facilitan la adaptación, y esta semana tengo que decir que la represión y la negación son de los más desadaptadores. Reprimirse conduce a estar un poquito más solo y a dar pie a malos entendidos con quienes nos rodean.
J.V.- De todos modos, también tenemos conocidos que van todo el día con ellas en ristre. Quizá voy a parecer un vinagre, pero a veces se ponen muy pesaditos...
I.Q.- Hombre, todo tiene su justa medida. Eso es como las parejas que están todo el tiempo, como vulgarmente se suele decir, comiéndose los mocos, y que al final empalagan. Se suele asociar expresar emociones con teatralidad y no es correcto. Hay personas más histriónicas que otras y que expresan sus emociones con más aparatosidad y vehemencia. Esas pueden llegar a cansar.
J.V.- Para tomar determinadas decisiones, tal vez sea necesario templarlas un poco. De nuevo pareceré ácido, pero algunas personas que dicen ir adonde el corazón las lleva acaban estampadas contra la pared.
I.Q.- Sí, sobre todo porque, como te matizaba al principio, lo que nos conduce es el pensamiento. El corazón no es más que un músculo que se ocupa de bombear sangre al resto del cuerpo y no alberga nada más. Los que dicen que obran con el corazón es porque no piensan las cosas, y ya hemos dicho más de una vez que no hay que pensar para seguir pensado, sino para hacer. Pero hacer sin pensar y dejándose llevar siempre por el primer impulso suele conducir a tomar muchas decisiones erróneas. "Cogito ergo sum", que dijo Descartes en su maravilloso Discurso del Método allá por 1637, sentando las bases del racionalismo. Ya sabes que él es uno de mis héroes, lo que seguro que no sabes es que la menor de mis hijas nació el mismo día del mismo mes de, exactamente, 400 años más tarde. Cosas simpáticas que te da la vida.
J.V.- Otro temor: sospecho que se pueden manipular fácilmente. Hay expertos en buscar las teclas emotivas de la gente para utilizarlas en su beneficio.
I.Q.- Sí, para ello se desinforma y/o se intoxica a las personas a quienes se quiere someter, para más tarde usarlas a conveniencia. En esto consiste la manipulación, en crear una corriente de pensamiento favorable a mis intereses para utilizar las emociones que este pensamiento induce en el propio beneficio del manipulador.
J.V.- ¿Cómo saber si algo lo estoy sintiendo yo porque me sale de dentro o porque alguien ha sabido llegarme a las teclas esas que te decía en la pregunta anterior?
I.Q.- Pues ambas posiciones no son excluyentes. De hecho, puedo tener una primera respuesta desfavorable hacia algo que me expresan por desconocimiento, y un poco más tarde, alguien me completa la información y cambio de opinión y de emoción. Párate a pensar y te darás cuenta.
J.V.- Si me contestas a esta, te propongo para el Nobel: ¿Por qué leemos sin pestañear que una bomba ha matado a cien personas en Kabul y, sin embargo, se nos caen lagrimones al ver en un titular un poco más abajo que un perrito ha sido atropellado por un camión?
I.Q.- Bueno, te diré que a mí me dan pena ambas cosas y que reacciono con más crítica y dolor a la bomba de Kabul que al perrito atropellado, y me imagino que cuando la gente se para a pensar hace lo mismo que yo. En cualquier caso, creo que hay dos elementos que yo destacaría en esta respuesta que tú dices. La primera es que por desgracia hay algo que nos pasa y que es terrible; las noticias de bombas, ataques, asesinatos etcétera se dan todos los días y hemos llegado a acostumbrarnos hasta el punto de que ya no nos sorprenden y sólo nos horrorizan cuando nos sentamos un rato a pensar en ello. Y la segunda es que nos protegemos de tanto horror relativizando estas noticias. Hay gente que ya ni quiere saber. Terrible, pero así es. También pienso que la manera en la que se sirven las noticias, a veces de forma sensacionalista y cruda, nos aleja del núcleo del problema. La casquería nos anula la posibilidad de hacer otros análisis y sentirnos de otra manera.