la existencia de la España republicana se contaba por horas el 28 de marzo de 1939, hace ahora 75 años. En Alicante se agolpaban cerca de 60.000 personas en la última bolsa que quedaba de un régimen que agonizaba tras la derrota en la Batalla del Ebro, la caída de Barcelona y la rendición de Madrid. La salida por mar era la única vía para todos aquellos que habían podido huir de sus casas y pueblos ante el riesgo real de ser asesinados. En el muelle de Alicante 15.000 personas esperaban a barcos ingleses y franceses cuya llegada se había propagado de boca en boca como la única salvación posible. En un ambiente apocalíptico, un viejo carguero inglés, el Stanbrook era la última carta de una partida, para muchos, a vida o muerte. Entre gritos, lágrimas, ir y venir de camiones, se amontonaban niños, mujeres, ancianos, heridos, enfermos, políticos camuflados y soldados republicanos mal armados y agotados que querían defender el último rincón de la España republicana.

En medio de todo ese caos que precede a la derrota, se encontraba la pequeña María Egea Muñoz de Zafra, de cinco años. Soldada a la mano de sus padres (María y Mateo), y a la de su hermano, Pedro (Periquín), Uca, como le conocían en casa, había huido de Cartagena días antes. El general italiano Gámbara y la compañía Littorio esperaban órdenes de Franco para entrar a sangre y fuego en el puerto y acabar con los desesperados republicanos mal armados que debían elegir entre un rápido final o hacerles frente y arriesgarse a ser apresado o fusilado.

Ese es el caos que percibían los ojos de la pequeña Uca, lejos de su cómoda casa de Cartagena, de sus juguetes y de su infancia marcada con orgullo por un padre que había sido concejal socialista y por sus tíos diputados del PSOE en el Congreso, Amancio Muñoz de Zafra y la navarra Julia Álvarez Resano. Hoy Uca, a sus 80 años, recuerda cómo las figuras de Julia y Amancio les daban calor en las frías noches en la prisión de Orán cuando los mayores discutían de política o cantaban canciones republicanas. "Creían que Franco iba a durar poco, que los aliados nos iban a ayudar. En Orán al decir que eras española se te cerraban todas las puertas y te ponían dificultades para ir al colegio".

Muchos de los recuerdos de aquel 28 de marzo, martes, se han borrado de su mente, pero la sensación de abandono de un país que parecía expulsarle permanece. "Una masa compacta se movía y se dirigía hacia el único barco amarrado en el interior de una dársena. Un viejo carbonero inglés, oxidado, estaba allí. Todo el mundo iba hacia el Stanbrook". Demasiado pequeña para sufrir era, sin embargo, lo suficientemente mayor para contagiarse del terror de sus padres. La memoria de Uca ha borrado el horror de la partida pero conserva sensaciones y sentimientos en forma de ráfagas y la incertidumbre de un momento histórico que ninguna de las 3.000 personas que embarcaron en el Stanbrook podía controlar. "En el muelle brazos tendidos, manos agitándose, voces gritando, suplicando que les vengan a socorrer, tiros de soldados nacionales... En el pesado y angustioso silencio se sucedía una agitación febril donde la esperanza de lo inconcebible rebotaba".

Como corchos en medio de una tormenta y cargados con una maleta, una manta y una cámara Kodak de fuelle (objetos que aún guarda), se dejaban llevar por la lucha contra la muerte; el tiempo se detuvo ese día para miles de personas. Los rostros desencajados, las lágrimas y la desesperación buscaban una salida en la pasarela del Stanbrook. "Huíamos de esa bestia innoble que tomaba posesión del país y que invadía Europa: el Fascismo. Éramos penosos, pero dignos en la derrota, agitando el ideal de la libertad y de la justicia, que nos daba la fuerza para continuar. El horizonte estaba vacío. Los países y sus promesas de acogida se escabullían". Para ella el ideal, la vida y los recuerdos son uno, que quedaron fundidos en el mismo mar Mediterráneo que les llevó a construir otra vida distinta a la que tendrían en su Cartagena natal.

El Stanbrook era un pequeño navío de 1.382 toneladas con 230 pies de eslora (70,1 metros) y 54 pies de manga (16,45 metros), solo disponía de alojamiento para su tripulación. Según el informe del 3 de abril de 1939 del capitán Archibald Dickson, "después de dejar Marsella, el viaje a Alicante transcurrió sin incidentes, exceptuando que tuvimos un pequeño problema para evitar a un destructor de Franco, que nos dio instrucciones de no entrar. Entramos sobre las 6.0 p.m. del 19 marzo, y nos amarramos al muelle. El 26 de marzo viajé a Madrid donde me informaron que el cargamento para mi barco estaba en camino. Volví a mi nave cuando recibí un telegrama de mis armadores informándome que tenía que zarpar inmediatamente".

embarque Pero la situación que Dickson contempla desde el timón le afecta tanto que desobedece las órdenes, carga republicanos españoles y viaja a Orán. "Al día siguiente llegó un cargamento de tabaco, naranjas y azafrán. Debido al gran número de refugiados me encontraba en un dilema sobre mi propia postura. No obstante después de ver la condición en que se hallaban decidí aceptarlos a bordo". Eran las 9 de la noche cuando los aterrados pasajeros comenzaron a subir, en un principio, de forma ordenada al Stanbrook. La memoria de Uca retiene aquellos momentos. "En el puente, el capitán del buque daba órdenes, gritaba y gesticulaba. Sabía que nadie más iba a venir a Alicante a socorrer a los desesperados, así que puso una condición por seguridad: un único bulto por persona adulta, ninguno por los niños. En un gesto de desesperación la gente tiró al agua sus últimos bienes guardando lo mínimo". La lista que se conserva de los 2.638 pasajeros registrados por la policía francesa al llegar a puerto (el número final sería bastante mayor), refleja la entrada de toda la familia Egea: "Pasajero 1.598: Mateo Egea López, 42 años, ferroviario; pasajero 2.387: Pedro Egea Muñoz, 6 años; pasajero 2.388: María Egea Muñoz, 5 años". Durante estos 75 años, Uca pensó que su madre no estaba en la lista del Stanbrook, pero con el número 2.386 aparece la pasajera "María Martínez de Zafra, 21 años, sin profesión". Los apellidos de Uca son Egea Muñoz de Zafra por lo que no es descabellado pensar que se erró al anotar el nombre. Parece evidente que teniendo justo el número anterior a sus hijos y compartiendo apellido, esta mujer era su madre. "El poder ir los cuatro juntos en el último barco era algo muy difícil por lo que siempre he pensado que mi tía Julia Álvarez intervino en algo y gracias a ella, a Amancio, y a sus contactos, consiguieron que saliéramos los cuatro", analiza.

La pasarela se colapsó y la gente empezó a tratar de subir por cualquier lado, incluso por las maromas que unían el buque al muelle, ante la atónita mirada de Dickson. "Después de que, entre 800 y 900 refugiados hubiesen subido a bordo, los guardias perdieron el control de la pasarela, de tal manera que quedó atascada con una masa forcejeante de personas, que incluía a algunos de los guardias decidieron unirse al tropel de refugiados, tirando sus armas. Viendo esta súbita avalancha estuve inclinado a dejar caer la pasarela y alejar mi nave del muelle, pero dándome cuenta de que si hacía esto por lo menos 100 personas caerían al agua decidí dejar subir a todos". Los fardos, cajas, maletas y sacos se mezclaban con niños, ancianos, gritos, lamentos y discusiones, por hacerse con un sitio.

Hacia las 11 de la noche del 28 de marzo de 1939 el capitán decidió partir, antes de poner en peligro al barco y a todos los refugiados. La línea de flotación se había sobrepasado y, de no tomar medidas, el Stanbrook no podría zarpar. "En toda mi experiencia en la mar, 33 años, nunca he visto nada así y espero no volver a verlo nunca más. Conseguí mantener a los refugiados fuera del puente de mando y di las órdenes para que se soltasen amarras". Algunos autores cifran en más de 3.000 los pasajeros que llevó el Stanbrook. La carga era de lo más variopinta, militares, gobernadores civiles, concejales, jueces, catedráticos, maestros, funcionarios, abogados, diputados, médicos, ingenieros, arquitectos, farmacéuticos, veterinarios, periodistas, músicos, artistas? En todos los lugares había alguien; en la cubierta, las bodegas, en el puente, sobre el techo de las cocinas y en la sala de máquinas.

En la penumbra del puerto las lágrimas de quienes no habían tenido la fortuna de embarcar se mezclaba con los gritos de desesperación. Uca recuerda que "el capitán Dickson sabía que la flota enemiga le acechaba pero lo que le inquietaba era ver la línea de flotación sumergida por el peso de la carga humana. Estaba firmemente decidido a subir el ancla, listo a afrontar todo, el mar, los bombardeos, para salvar a los republicanos que huían. Después de este patético embarque, largó los amarres y lentamente se separó del muelle dejando en tierra a miles de personas. En la desesperación muchos se tiraron al agua prefiriendo morir por ahogamiento que por balas enemigas. La gente huía despavorida sin saber qué dirección tomar. El generalísimo no era hombre de negociar con vencidos". Con las primeras luces de la mañana del 29 de marzo la muchedumbre que quedó en tierra, en Alicante, comenzó a organizarse y se iniciaron las discusiones sobre si entregarse o resistir. El día 30 la División Littorio entró en el puerto, mientras los derrotados rompían sus documentos de filiación política. Ya no eran nadie. Otros, antes que entregarse eligieron el suicidio. Entre las detenciones se encuentra la del navarro Ricardo Zabalza, exgobernador de Valencia, que no pudo subir a ningún barco y tras pasar por diversas prisiones fue fusilado en la tapia del cementerio de Madrid el 24 de febrero de 1940. También quedó en el puerto la gobernadora civil de Cuenca, Carmen Caamaño, con un bebé de días, "el capitán del Stanbrook al verme con un bebé me bajó la escala para que subiera, pero la gente no se apartaba y la retiró. Me quedé en el puerto y fui a un campo de concentración con mi bebé". El 1 de abril de 1939, Franco hizo público el comunicado del final de la guerra. "En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado".

Las tropas del ejército de Franco no iban a dejar partir un barco de republicanos, después de abandonar el puerto comenzaron a bombardear Alicante y la salida del puerto. Pese a las gestiones del gobierno francés, Franco impidió cualquier ayuda o acercamiento para evacuar republicanos. "En cuanto a los sentimientos de humanidad que invoca la Embajada de Francia, bien notoria es la generosidad del Caudillo para aquellos que no sean reos de delitos comunes, a los cuales no se pretenderá, sin duda, extender la impunidad con el fin de tranquilizar a una opinión pública internacional que no pareció conmoverse ante los crímenes y depredaciones cometidos por los que ahora se trata de salvar".

Uca, con su familia, buscó un hueco en la húmeda y oscura bodega entre lamentos, gritos, lágrimas y discusiones. "El Stanbrook soltó amarras. Pesadamente se alejaba en la oscuridad de las aguas portuarias. Dos buques nacionales nos esperaban con orden de hundirnos. Todavía no habíamos escapado de lo peor. Durante los bombardeos nocturnos, el barco cabeceó de babor a estribor, rozamos el desastre pero la sangre fría y la habilidad del ingenioso capitán lograron enderezar la popa y singular las aguas en una oscuridad absoluta. Bogábamos con todas las luces apagadas". La embarcación tenía solo dos aseos para más de 3.000 pasajeros, las condiciones humanas y sanitarias fueron penosas: chinches, piojos y enfermedades también montaron en el barco en el que muchos hombres se hacían sujetar en la borda para hacer sus necesidades. La noche se hizo eterna, los cuerpos se retorcían en el suelo y buscaban encajarse unos con otros, como en un trágico puzzle.

en orán Después de 22 horas de navegación vieron las costas africanas. Uca se despertó abrazada a su madre. "Después de una noche agitada e inolvidable, vimos aparecer en el Este los primeros rayos de sol. Estábamos vivos, salvados. África iba a ser nuestra tierra de acogida. Pero, ¿hacia qué destino africano íbamos? El nombre de Orán circula rápidamente entre los pasajeros. ¿Qué suerte nos esperaba? Nadie quería saber de esta embarazosa carga humana".

Sobre las 10 de la noche llegaron a puerto, aunque las autoridades no les dejaron atracar y debieron fondear en la bahía. Lejos de significar el final de una epopeya, comenzaba un largo penar. Dickson apuntó en su informe, "fondeamos en la bahía externa, 20 horas después de dejar Alicante, pero como no teníamos autorización para entrar, tuvimos que quedarnos fuera y pasar otra noche en malas condiciones. Algunos refugiados se acurrucaron en torno a la chimenea, otros penetraron en la sala de máquinas pero tuvieron que ser expulsados ante el riesgo de herirse ellos mismos".

Para Francia la llegada de unos 10.000 socialistas, comunistas y anarquistas en varios barcos era un problema político y humanitario. Uca recuerda la incertidumbre y la sensación de orfandad que les invadía. "Después de los avisos llegó un ultimátum: si el barco no obedecía las órdenes, la defensa portuaria abriría fuego. Éramos los no deseados. Nos rechazaban por rojos. La Europa diplomática permanecía en silencio".

El 31 de marzo el capitán Dickson se dirigió "a tierra para telefonear a mis agentes para conseguir permiso para que los refugiados desembarcasen ya que temía que se desatase una enfermedad si no bajaban pronto". Pese a las gestiones del capitán, los trámites fueron extremadamente lentos. Si bien en los primeros días de abril desembarcaron mujeres, niños, enfermos y ancianos, la mayoría de los refugiados tuvieron que esperar casi un mes para hacerlo. El informe de Dickson concluye el 3 de abril de 1939, con unas pocas frases que muestran la desesperante situación en que se veían inmersos capitán, tripulación y pasaje. "En este momento el barco sigue abarrotado con refugiados de todas las clases que atestan los costados del navío y truecan dinero y posesiones por comida o cigarrillos con personas en barcas de remos. Muchos de estos refugiados no han podido lavarse desde que subieron a bordo de mi barco y algunos incluso mucho antes de esto".

Durante los primeros días, el auxilio vino de los españoles residentes en Orán, que llegaban en pequeñas barcas y lanzaban bolsas con alimentos básicos, esa solidaridad resultó decisiva, debido a la inhibición de las autoridades francesas. El hacinamiento humano y la imposible higiene, convirtieron al Stanbrook en una inmunda prisión flotante. En el barco se carecía de agua potable excepto la escasa que llegaba para beber, un único grifo de agua sucia racionada, ante el que se formaban largas colas, para lavarse se subía el agua de mar con cubos.

La pequeña Uca no era ajena a lo que se estaba viviendo y su memoria guarda la sensación de ser un animal de feria. "Finalmente las autoridades portuarias consintieron el atracamiento del Stanbrook. Fuimos tratados como portadores de un virus mortal, leprosos que había que hacinar y poner en cuarentena, nos prohibieron tener contacto con la gente. Esta situación de aislamiento dura varias semanas. Vivimos un encarcelamiento en el barco. Nuestro estado llamaba la atención de los curiosos, venían a vernos como si fuera el zoo".

La mayoría de los mujeres y niños embarcados, entre ellos María Muñoz de Zafra y sus dos hijos Uca y Periquín, fueron instalados, después de varios días, en la antigua cárcel de Orán rehabilitada. El primer contingente de pasajeros varones, unos 500, no desembarcó hasta dos semanas después e internados en campos de trabajo provisionales, donde mejoraron sensiblemente las condiciones de higiene. Todavía quedaron en el barco 1.500 pasajeros. El aprovisionamiento de alimentos, la atención a las mujeres, niños, ancianos y a los hospitalizados, había ocasionado cuantiosos gastos, a los que alguien debía de hacer frente antes de liberar el Stanbrook. Por ello, la decisión de retener a bordo a los pasajeros fue, en realidad, la mayor garantía del rescate del embargo del barco. Las autoridades exigieron 205.000 francos, que luego elevaron a 250.000. Tras tiras y aflojas, aceptaron 170.000 francos, aportados por el SERE (Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles). Pero lo que realmente precipitó el desalojo fue la declaración de un brote epidémico de tifus en el barco. Por fin, el 1 de mayo de 1939 el Stanbrook fue liberado. Los hombres fueron conducidos a campos de trabajo, formados por barracones de madera rodeados de alambradas. La familia Egea sufrió así su primera separación. María, y sus hijos, Uca y Periquín, pasaron muchos meses en la cárcel de Orán, muy cerca del puerto. "Después de semanas de miseria, las salas de la cárcel nos parecían espaciosas. Respirábamos, estábamos en tierra firme. Nos dejaron en medio del patio de la cárcel y nos dieron un colchón y una manta por persona. En el interior de las salas cada familia delimitaba su pequeño territorio con ayuda de sus maletas y de colchones. Cada uno quería construir su pequeño rincón de vida privada. Los baños se encontraban en una esquina de la celda, sin biombo, a la vista de todos".

El 19 de noviembre de 1939 el Stanbrook chocó con una mina y fue alcanzado por un torpedo alemán. Se hundió en la entrada del puerto de Amberes. Stanbrook y su capitán, Archibald Dickson, desaparecieron en las aguas glaciales del Mar del Norte.