Tomás Catalán Eguíllor cumplió recientemente 63 años y reconoce que su vida está marcada por el momento en el que, a los 49 años, sufrió un ictus. Este pamplonés es uno de los casos incluidos en las estimaciones de cómo afecta esta enfermedad a Navarra. Se encontraba en el trabajo a las ocho de la mañana, en Mutilva, en una empresa que suministraba sistemas de seguridad contra incendios. Era técnico y comercial, y “dicen” que el estrés pudo tener que ver en el golpe. “Me podían haber avisado antes”, bromea.

En el momento de sufrirlo, estaba hablando con un cliente por teléfono, sentado y solo. Su compañera nunca había faltado un día a la oficina, pero, “casualidad”, esa vez fue así. No sintió nada, pero cuando fue a levantarse, “la pierna no me apoyaba” y se cayó al suelo. Se le había paralizado la mitad izquierda del cuerpo. Con dificultades, pudo llamar a los servicios de emergencias y a otro trabajador para que les abriera la puerta.

Fue el 10 de enero de 2003. Hasta entonces, “nunca había oído hablar de un ictus y, al principio, te asustas un poco porque dices: ¿qué pasa aquí?”, rememora. “Pensé que sería algo pasajero”, pero una ambulancia movilizada por el 112 lo trasladó al hospital, donde sufrió un derrame cerebral, pasó por una operación y estuvo varias semanas en coma.

Tomás recuerda que entonces fumaba, pero también que siempre hacía deporte. “Si había alguien que hacía deporte y comía ensaladas, ese era yo”, precisa. Desde la Asociación de Daño Cerebral de Navarra (Adacen), adonde acude a rehabilitación, lanzan la hipótesis de que quizá por eso pudo evitar más secuelas. No obstante, él también matiza que, tras comunicarle el diagnóstico, le cambió la vida. Sintió que tenía que adaptarse “a lo que hay”. Y eso es desde una silla de ruedas. “Me dije: bueno, Tomás, esto es lo que te ha pasado y hay que tirar para adelante”.

Catalán insiste en que muchos de los pasos siguientes podían haber sido más sencillos. “No sé si a las instituciones les pediría más medios, pero sí que no pongan tantas trabas”. La rehabilitación, lamenta, se le hizo demasiado corta, y tuvo que acudir a los tribunales para que en la mutua le reconociera “la gran invalidez”, y por enfermedad laboral. Además, tuvo que pelear con el Gobierno de Navarra para que le facilitaran una nueva silla de ruedas.

para lourdes Y, en ese impulso, insiste en que ha sido clave el apoyo de Lourdes, su mujer: “Ella dice que lo lleva bien porque me ve que yo lo llevo bien. Pero, si yo estoy así, es porque ella está conmigo. Siempre”. Ahí se emociona y subraya: “Ponlo, que todo se lo debo a ella”. Ella, que trabaja, le ayuda todos los días a asearse y vestirse. A partir de ese momento, recalca, ya puede empezar el día.

Con la silla de ruedas (“tiene una autonomía de 40 kilómetros”, explica) y la villavesa se mueve por Pamplona, porque no conduce al poder utilizar solo una mano. Hace recados, compra en el mercado, “juega la partida” con los amigos y visita a sus sobrinos. El ictus le ha limitado de forma notable, “pero vaya”, exclama como consuelo .

Ahora, con los fisioterapeutas, intenta hacer ejercicio para que los brazos y las piernas no se queden agarrotados, desde bicicleta a piscina. Y dice que, tras la rehabilitación, puede andar. Eso sí, “despacillo”. “Antes no veías ninguna barrera, no creías que un rebaje fuera necesario”, y ahora las ve siempre. También al irse de vacaciones (representantes de asociaciones como Cermin o Cocemfe reclamaron a finales de julio una mayor apuesta por la accesibilidad al sector turístico navarro y de fuera de la comunidad), porque asegura que hay hoteles que dicen que están adaptados y, luego, no es así. Lo mismo ocurre con los restaurantes, porque advierte que “normalmente” no hay muchos locales con mesas más elevadas para que quepa la silla de ruedas. Destaca uno que sí: “El Olaverri”.

Tomás resalta que la gran diferencia en su vida antes y después del ictus es que en el pasado trabajaba “y ahora no”. “Además, me llegó un papel de la Seguridad Social en el que decía que no era apto para ningún trabajo”. Cobra una pensión, que “no es mala” y bromea de nuevo cuando se le pregunta si echa en falta trabajar. Y con todo, sigue acordándose de cuando estaba ingresado en el hospital: “El médico no daba un duro por mí. Y yo, cuando me vi rodeado de tantos cacharros, tampoco”, finaliza.