Amelia Barquín se reconoce y habla como feminista. Es también filóloga. ¿Cuál sería una definición atinada de feminismo?

-Bueno. En el diccionario se pueden encontrar acepciones precisas. A mí me gusta una definición de la escritora y periodista Nuria Varela, que dice que “el feminismo pretende que los seres humanos sean lo que quieran ser, y vivan como quieran vivir, sin un destino marcado por el sexo biológico con el que hayan nacido” Esa definición hace hincapié en la igualdad y en la libertad. Marina Subirats, feminista y educadora, escribió que “cada ser humano debe ser libre para elegir aquellas actitudes que le son afines, debe poder combinar las características masculinas o femeninas que habitan en su persona, y poder hacerlo desde la libertad, en la dosis y en las circunstancias que le parezcan más convenientes” ¿Quién dice que la ternura es una cualidad femenina o que la valentía es un valor masculino? Ambas cosas, ternura y valentía son cualidades humanas.

¿Es posible comunicarse de forma no sexista?

-Viene de hace ya mucho tiempo el debate sobre si las lenguas son sexistas, y sobre las palabras y actitudes que tenemos al comunicarnos entre personas. Hay guías editadas por instituciones públicas sobre cómo hacerlo. Y existe polémica sobre este asunto. No hay duda de que es bueno comunicarnos de manera adecuada, pero la vida cotidiana, la práctica diaria pone de manifiesto que no siempre lo hacemos bien. ¿Habría que cambiar la forma de hablar para que la sociedad sea más igualitaria? ¿O lo primero es cambiar la sociedad, y la lengua ya vendrá detrás? Sin duda, los usos lingüísticos son reflejo de las sociedades. Por ejemplo, en nuestra sociedad, llamar “gitano” a una persona que no pertenece a esa etnia, o llamar “nena” a un hombre, resulta un insulto, pero eso nos dice algo más, y es que, en nuestra sociedad, ser gitano o ser mujer está peor valorado. Hay consenso en indicar que las lenguas no son sexistas, ni xenófobas. La cuestión está en que hacemos usos lingüísticos inadecuados de las palabras. En nuestra sociedad hay abundante sexismo, menosprecio a las mujeres, y androcentrismo, consideración del varón como el centro y la medida de todo.

¿Es una buena solución, incluyente, el uso del masculino genérico?

-Eso tiene dos lecturas. Primera, la lectura gramatical, la que dicta la Academia de la Lengua; para ella, el masculino y el femenino son solo categorías gramaticales. La lengua se ha construido así, y no pasa nada si se usa el masculino genérico: si hablamos de “los derechos del niño” estamos incluyendo a los niños y a las niñas. Pero hay otra lectura que insiste en que “lo que no se nombra, no existe” y en que es preciso nombrar a unos y otras. Sobre este asunto hay una discusión acalorada y no siempre respetuosa.

Con inteligencia, y sentido del humor, ¿se pueden ver las cosas de otra manera?

-Sin duda. Por ejemplo, Álvaro García Meseguer, en su libro Lenguaje y discriminación sexual propuso jugar con una adivinanza. Él la tituló Cirujano de guardia, y dice así: “Un padre va en moto con su hijo. Tienen un accidente y el padre muere en el acto. El hijo queda malherido. Una ambulancia lo lleva al hospital más próximo, y allí todo el mundo busca al cirujano de guardia, quien, al ver al muchacho exclama: ¡No puedo operarle, es mi hijo!”.

¿Cómo se explica eso?

-La redacción dice que buscaron al “cirujano de guardia”, que es un masculino genérico, pero, ¿cuántas personas son capaces de imaginarse a una mujer detrás de ese masculino? Tal cirujano de guardia no podía ser el padre del herido, porque ya murió en el accidente; era su madre. Cuando no sabemos de quién estamos hablando, nos imaginamos, por defecto, a un hombre. El ser humano, si no está concretado, siempre es un varón. Y eso no es una cuestión de la lengua, sino del aprendizaje que hemos hecho. Además, seguimos casi siempre distinguiendo solo entre hombres y mujeres, pero ya hay personas “postgénero” que plantean: “Yo he hecho un tránsito, o estoy en tránsito, o no quiero definir mi identidad sexual, ¿por qué han de obligarme a ello?, porque vivo en un mundo en que, hasta para ir al baño tengo que definirme, si estoy en un espacio público, cada dos horas” Eso está trayendo ya muchos problemas al alumnado transexual que va a los colegios.

¿Al hablar en público, damos trato diferente, asimétrico, a las personas según su sexo?

-Es una cosa común escuchar en una reunión de empresa o delante de un grupo de socios, que alguien diga. “El señor Garmendia y Mariví van a presentar el informe”. O que, al abrir un congreso, la persona que saluda indique: “Deseamos darles la bienvenida. El señor Rector, Josu Prieto, tomará la palabra en primer lugar, y, a continuación, Miren y Nekane nos explicarán el programa del día”. ¿Y, si Miren y Nekane, que tienen su apellido propio, fueran la decana de una facultad, o la directora de un departamento? ¿Por qué a las mujeres se les da, casi siempre, un trato de mayor confianza?

¿Cuando se trata de expresar el oficio de una mujer, el femenino lo soporta todo?

-Yo estoy convencida de que así es. Pero hay profesiones en que las mujeres han estado presentes desde hace mucho tiempo y resulta muy natural decir: enfermera, maestra, administrativa, técnica o música. Otros nombres se van aceptando, tal como jueza o concejala. Pero resulta raro que suene el telefonillo de casa y alguien te diga que llama la “cartera”, o que una mujer se presente como “crítica” de arte. Y más raro conocer a una “cancillera”, “soldada”, “caba” (militar), o “pilota”. Sin embargo, es un recurso de la lengua el feminizar los nombres, y la Academia acepta ya “médica” y “cartera”.

Pero, en algunos duales aparentes, el femenino sale mal parado en significado respecto al masculino.

-Sí. Es lo que sucede, por su connotación sexual, en variaciones de género gramatical en personas, como verdulero/verdulera, zorro/zorra, lagarto/lagarta, ligero/ligera, fulano/fulana, sargento/sargenta, conejo/coneja, golfo/golfa, perro/perra, o expresiones como hombre público/mujer pública, u hombre de la calle/mujer de la calle. Pero hay otros duales aparentes tremendos en expresiones de nuestra vida diaria que recuerdan a los órganos sexuales de hombres y mujeres, tales como: es un coñazo/es cojonudo; vale un huevo/no vale un higo; es un rajado/tiene un par de huevos. Claro que decimos: “es una chorrada, es una pijada” y también “es una chuminada”. Pero en general, los términos que tienen que ver con la vulva se usan con un significado despectivo.

¿Al hablar con los niños y niñas seguimos insistiendo en los roles de género?

-Las cosas van cambiando, pero es cosa corriente oír frases como estas: “Se te ha manchado el abrigo, pero, no importa; tu mamá te lo limpiará”, o, por contra: “La bici no funciona bien; a ver si tu papá te la arregla” E igualmente, es común decirle a una niña: “¡Qué guapa estas con ese vestido, pareces una princesa”, o a un niño: “¡Ven aquí, fiera, choca esos cinco, menudo pedazo de chamarra traes, estas hecho un deportista!” No sabemos cuál es la realidad de cada casa, pero es muy probable que en muchas se escuchen frases parecidas. Transmitimos todavía a la infancia este tipo de maneras de ver el mundo. Reproducimos convenciones sociales y no ayudamos a que cada persona elija con libertad sus actitudes. “La desigualdad no nace, se hace”, como diría Simone de Beauvoir, pensando en las mujeres; pero también sabemos que los hombres “se hacen”

¿Todavía se dicen piropos?

-Bueno, es cosa distinta dedicar una frase amable entre personas amigas y en la intimidad, que un piropo, es decir, la valoración positiva del cuerpo de una mujer por un desconocido y en un espacio público. Eso es una atribución que algunos hombres creen que tienen, y hay bastantes mujeres que creemos que no deberían tenerla, o no deberían pensar que la tienen.

¿Maltratamos de palabra a muchas personas?

-A mí me preocupa la dureza e insensibilidad hacia algunos colectivos estigmatizados. A menudo decimos o escuchamos frases como estas: “Es una putada; me están puteando; las estamos pasando putas; anda como puta por rastrojo; va vestida de putilla” . Podemos tener diferentes ideas sobre la prostitución, pero no es difícil llegar al consenso de que las prostitutas no deben ser un colectivo estigmatizado.

¿Y nuestro lenguaje tan duro hacia los homosexuales varones y a prácticas sexuales que asociamos como exclusivas de ellos?

-Merece una reflexión semejante, en el sentido de si les estamos estigmatizando. No solo es el insulto directo: maricón. Sino tantas frases hechas, repetidas y ampliamente aceptadas, como si fueran chistes o meras bromas: “Maricón el último, maricón el que no bote; que te den; vete a tomar por el culo; es un lameculos; al final, nos tuvimos que bajar los pantalones y aceptar; nos la han metido sin vaselina”.

Ahora viven entre nosotros gentes de diversas culturas ¿Maltratamos a algunas con nuestros usos lingüísticos?

-Lo hacemos a menudo de manera inconsciente o con un repertorio estereotipado y repetido que ya parece hora de corregir. Cosas como: “Ese es un gitano; en esa familia andan como los gitanos; eso es un trabajo de chinos; eso es una merienda de negros; es muy celoso, un verdadero moro; habla en cristiano, que no se te entiende”. ¿Qué idea del mundo estamos transmitiendo a nuestros hijos e hijas cuando decimos esas cosas?

¿Hay violencia en el lenguaje?

-Abundan mucho las metáforas bélicas: “Tenemos muchos frentes abiertos; la sonrisa es su mejor arma; voy a matar dos pájaros de un tiro; a ver, la primera pregunta: disparad”.

¿Los medios de comunicación y los líderes de opinión transmiten mucho sexismo?

-Más allá de los usos lingüísticos inapropiados, abundan los mensajes sexistas y de un clasismo rampante. Yo no puedo olvidar dos frases sobre Ada Colau, alcaldesa de Barcelona. El político Oscar Bermán dijo de ella que: “en una sociedad seria y sana, estaría fregando suelos” y el columnista Félix de Azúa escribió: “Una ciudad civilizada y europea como Barcelona tiene como alcaldesa a Colau, una cosa de risa. Una mujer que debería estar sirviendo pescado”.

¿Hay muchas resistencias para cambiar los lenguajes con los que construimos desigualdad?

-Yo creo que la más importante es el patriarcado que es la organización social que subyace a nuestra manera de vivir, donde existen dos géneros, que son una construcción cultural, y uno está por encima del otro. Va habiendo cambios, importantes en muchos aspectos y en otros no tanto. Pero al patriarcado pertenecemos y lo construimos todas y todos, aunque no en la misma medida; por suerte hay gente que menos que otra. Hay que decir también que el tema de la lengua es bastante puñetero, porque no nos gusta nada que alguien nos diga que no estamos hablando bien. No es fácil hacer las críticas, ni tampoco aceptarlas. A las feministas, en este asunto, se nos echa en cara que nos falta sentido del humor y que podemos dejar a la lengua sin recursos expresivos, ni metáforas. Pero lo que importa es tener en cuenta desde qué posición social y desde qué punto de vista se dicen las cosas.

En el modo actual de tratarse los y las adolescentes y escolares ¿Se observa una evolución positiva hacia la igualdad o una vuelta atrás?

-Yo creo que vivimos en una sociedad que es formalmente igualitaria, pero en la práctica no lo es, y a la chavalería le llegan muchos mensajes negativos, sobre todo desde el ámbito de los productos culturales. Merece la pena analizar la tipología y comportamiento de los personajes que aparecen en audiovisuales, series, dibujos animados, videojuegos y videoclips producidos, en su mayoría por la industria estadounidense. Hay productos que ofrecen, a menores, imaginarios de narcotraficantes y de prostitutas de lujo, hipersexualizadas y a disposición de los hombres. Son productos con gran capacidad de seducción donde los roles de hombres y mujeres son muy distintos, y comportarse el hombre como un canalla es frecuente. Educadoras y educadores, en casa y en la escuela, tenemos un gran reto. Hay que estar alerta y ofrecer a menores y jóvenes alternativas y herramientas de protección, acompañándoles, individualmente y en grupo, y ayudándoles a analizar críticamente toda la producción audiovisual.