Con 12 años, Juan Luis no había visto nunca el mar, así que aquella excursión a la playa de Peñíscola, le dejó absorto. ¡Como para no embaucar a la gente del interior! Corría el verano de 1974. La escapada la sufragaba el seminario de Villarreal (Castellón) de los padres Carmelitas y suponía, además de un anzuelo para captar alumnado, el preludio del curso escolar.

La congregación buscaba en provincias de Aragón, Navarra y ambas Castillas novicios “dóciles, sanos e inteligentes”, precisa Juan Luis, para formarles en el seminario. Juan Luis Chueca Baquedano vivía entonces con sus padres en Novallas (Zaragoza) y se marchó voluntario a aquel colegio donde estaba becado. En junio de 1977 emprendió el viaje de regreso puesto que le abrieron la puerta de salida. La justificación era que “no era apto porque era un líder negativo, tenía bastante personalidad”.

Además de afilar ese perfil crítico, Chueca, vecino de Tudela desde 1989, profesor jubilado de Literatura y durante décadas miembro de la junta directiva del instituto Benjamín de Tudela, el paso por el seminario de Villarreal le sirvió para hacer amistades para toda la vida, enamorarse de la Filología que después impartió como adulto formado (por ello admite que recibió una buena educación) y para repudiar y ahora denunciar el comportamiento de ciertos agresores sexuales que campaban impunes alrededor de ese lugar.

El principal de ellos era el padre Francisco Armell, que no era un cargo cualquiera, sino el prior de la congregación y profesor de Religión. Juan Luis no fue víctima directa de sus abusos, pero sí secundaria, testigo y oyente de varios de ellos, sobre todo de los que sufrieron dos de sus grandes amigos, Emilio Alventosa y Julián Sarrión, que han fallecido recientemente y cuya historia contó el diario El País. Preguntado por qué ahora cuenta todo aquello, el tudelano responde que hay circunstancias innegables que le han pesado para inclinarse por que este sea el momento oportuno. “Lo que me ha motivado es el deseo de hacer Justicia por mis amigos, porque uno de ellos tenía mucho empeño en que esto se conociera y al otro le destrozaron la vida. Eso no me priva de decirlo. Al contrario, su memoria me motiva. Es un descanso y una descarga, ya que lo he contado después de 45 años aunque ya lo supiera mi familia y mis amigos. No busco por mi parte ningún tipo de venganza o de compensación, sino un resarcimiento moral y ético. Y también denunciar a todos aquellos que ocultar lo que ocurrió, al colegio, a la institución, a los profesores y a los compañeros que compatíamos clase y habitación para dormir y sabían que eso ocurría”.

El denunciado Francisco Armell. Redacción DNN

Juan Luis Chueca ha denunciado en el propio Seminario y también ante el Defensor del Pueblo del Estado (Ángel Gabilondo) todos los abusos que conoció del padre Armell, al que destinaron luego a República Dominicana y en Puerto Rico con alguna excusa peregrina como que “se iba de misiones” después de que otro alumno del colegio le denunciara en 1976 y sus padres se presentaran a rendir cuentas ante los responsables de la orden. Fue entonces cuando se esfumó de allí. Al tiempo, Armell escribió a un exalumno con el que guardaba relación y le manifestó que le daba mucha pena que no le hubiera escrito nadie del centro. “Se quejaba de ello y le contó que estaba de párroco en varias comunidades dando catequesis a unos 80 chavales. No me cabe en la cabeza que ningún responsable del colegio supiera lo que había pasado. Y lo más sangrante, no es solo que lo permitieran, sino que como tantas veces ocurre en casos así, enviaron el tumor a otro lado, lejos, donde nadie tenía por qué conocer sus prácticas y por eso se le podía poner también a cargo de menores inocentes”.

4 VÍCTIMAS, 3 TESTIGOS

El tudelano conoce al menos a cuatro víctimas y tres testigos que daban fe de las prácticas delictivas de Armell y de otro religioso. “Dormíamos en una habitación enorme unos 80 alumnos de 12 a 14 años. Armell tenía el despacho justo al lado de nuestra estancia. Él se paseaba por las camas y sacaba al que quería. Pasaba directamente a su despacho. Si te quejabas de que te dolía la tripa, te empezaba a tocar como si tuvieras algún problema de fimosis. A Emilio le ofreció una vez una pastilla y lo único que recuerda es que se despertó a su lado en la misma cama. Además, si íbamos de excursión, él decidía con quién dormía esa noche en la tienda de campaña. Me extraña no escuchar más testimonios”.

Chueca recuerda que su cuadrilla de amigos formaban “el grupo antifútbol” y que la amistad con Emilio y Julián se vio rasgada por los ataques sexuales que recibieron. “Armell era un tio grande, algunos le recuerdan como violento, a mí más bien me resultaba baboso y desagradable. Yo creo que a mí me veía con más personalidad y no se atrevió a hacerme nada, pero se lo hizo a los cercanos”.

Luego del colegio, como Chueca conservaba una guía con los teléfonos de sus compañeros, retomó el contacto. Y observó algo que le espantó. Fue el hecho de hasta qué punto les pudo afectar a sus amigos aquellas experiencias traumáticas. “Ambos tuvieron vidas muy desgraciadas, sobre todo Emilio que con 18 años se fue de casa tras contar los abusos sufridos. Le marcó todo lo que le ocurrió y guardaba mucho odio y rencor”.

Chueca (2º izqda.) y sus amigos Emilio Alventosa (4º izqda, el más alto) y Julián Sarrión (3º derecha). Redacción DNN

Juan Luis, sin embargo, dedicó su vida a la docencia responsable y motivadora en el Benjamín de Tudela. Y en el tránsito de esa experiencia descubrió lo qué significaba estar al otro lado del pupitre: “Nunca me planteé problemas de este tipo, pero visto el pasado, cómo eran aquellos internados con castigos, piensas en lo fácil que era para un superior hacerse con la voluntad del niño que quisiera. Es el abuso de la autoridad religiosa en la máxima expresión. Era poner al lobo a cuidar de las ovejas. Aquel cura era un depredador”.

Juan Luis Chueca explica que sus amigos eran al principio reacios a la denuncia, pero desde hacía tres años se habían decantado por contarlo todo. También conocían que Armell había fallecido y escribieron al buzón que el diario El País pone a disposición de sus lectores para denunciar estos casos. No pudieron ver escritos sus artículos ya que fallecieron antes, pero al menos, el reportaje del periódico sirvió para que retiraran a Armell una distinción ciudadana. En mayo de 2021 Chueca acudió al propio colegio a denunciar. Y en febrero de este año tuvo el último contacto con el presidente de la comisión de Ambientes Seguros de los padres Carmelitas. A partir de ahí, ni le responden a los correos. No parecen muy comprometidos con la reparación del daño causado.

A modo de resumen, Chueca exige a la Iglesia y a la Orden “que se reconozcan los abusos cometidos, que se facilite conocer la verdad, que ayuden a las víctimas que lo pasen mal. No hay que señalar a toda la Iglesia, pero hay que marcar a esta minoría. Y tengo claro que el principal problema viene originado por el celibato, puesto que si estos religiosos tuvieran una plenitud de desarrollo esto no ocurriría”.