Casi uno de cada cuatro estudiantes participantes en el estudio asegura que ha necesitado asistencia psicológica motivada por cuadros de ansiedad, depresión, alteraciones alimenticias, problemas familiares, de rendimiento académico, de uso y abuso de tecnologías, alcohol o drogas y acoso escolar.

Las consecuencias del bullying y ciberbullyig para el desarrollo de la salud mental de las víctimas son académicas, emocionales, psicosociales, psicopatológicas o físicas. En relación a los efectos de la victimización-cibervictimización, según indica el estudio, en torno al 21% asegura que no le ha afectado nada ni le ha dejado ningún trauma, mientras que casi el 10% dice haber experimentado efectos negativos y/o graves consecuencias psicológicas y psicopatológicas. De ellos, un porcentaje del 5,3% expresa que les ha provocado consecuencias relevantes y que se sienten “peor, más inseguros, tristes, sin ganas de ir al colegio, con problemas para hacer amistades y con más problemas físicos”. En el 1,8% de los casos han necesitado ayuda psicológica por cuadros de depresión y ansiedad.

En el extremo, algunas víctimas han sufrido efectos “muy graves” ya que 216 estudiantes reconocen haber tenido ideación suicida (1,14%) y 121 de los estudiantes participantes han realizado tentativas de suicidio (0,8%).

Solo el 7% de los agresores se siente culpable 

Mientras las víctimas dicen haber sentido “preocupación, nerviosismo, deseos de venganza o miedo-temor, además de vergüenza, impotencia, indefensión y rencor”, entre los agresores destaca un porcentaje del 7% que reconoce haberse sentido culpable posteriormente, mientras que un 3,6% “no sienten nada” frente a la situación de la víctima e incluso un 3,6% habla de “odio o rencor” hacia ellas, “alegría por haberles acosado” (2,4%) “placer por vengarse” (2,2%) y sentimientos de bienestar “porque les gusta ver sufrir a la víctima” (0,7%).

En relación a las razones que dan los agresores-ciberagresores para acosar, el mayor porcentaje dice que las víctimas “se lo merecen”. Es decir, realizan “una atribución externa de su conducta agresiva, atribuyendo a la víctima la responsabilidad de sus propias conductas” (4,2%). Entre las razonas de mayor prevalencia en las agresiones destaca el racismo (2,5%), pensar distinto al agresor (2%), evitar ser víctima (1,7%), la homofobia (1,6%), además de la atribución de cualidades de “debilidad” o “torpeza” hacia la víctima.

En lo que respecta a grupo mayor, el de observadores, un 30% asegura que cuando ha visto un caso de acoso ha ayudado a la víctima mientras que un 12% reconoce no haber hecho nada y un 3% dice haber apoyado con el agresor. Los sentimientos que genera ser testigo de estas agresiones son principalmente rabia-ira, enojo-enfado (27,5%), seguido de ansiedad (14,2%). Otro grupo dice sentir: miedo-temor (8,2%), rencor (7,7%), deseos de venganza (7,2%) o impotencia-indefensión (6,8%). 

Uno de los grandes problemas del acoso y ciberacoso es que en muchas ocasiones las víctimas no verbalizan que lo están padeciendo. Así lo reconoce el 18,5% de las víctimas. Algunos se lo han contado a los progenitores (16,9%), o bien a los amigos (11,6%). Un porcentaje menor lo ha compartido con el profesorado (5,6%) y los hermanos (5,3%).

Educación afectivo-sexual

Los resultados de este estudio sobre la prevalencia de acoso y ciberacoso se unen a las conclusiones de las recientes jornadas impulasadas por el Departamento de Educación sobre alternativas al porno desde la escuela y las familias. En las tres sesiones participaron más de 600 personas, mayoritariamente (60%) familias pero también profesorado y se puso en valor la importancia de poner los mimbres para llevar a cabo una buena educación afectivo sexual en los centros educativos en colaboración con las familias. 

“Hay que hablar y acompañar, desde el no juicio, a los estudiantes para que no tengan en la pornografía su primer acercamiento al sexo. La edad de acceso al porno son los 9 años y eso es muy peligroso”, ha remarcado la jefa de la sección de Igualdad y Convivencia, Itziar Irazabal, que remarcó la vinculación que tienen tanto el programa Laguntza sobre educación emocional y Skolae, que trabaja la educación afectivo-sexual.