Desde Pamplona hasta Madagascar, pasando por Camerún, Marruecos o Colombia, crear en estos lugares espacios seguros para las mujeres no es una tarea fácil, pero tampoco imposible. Así lo demuestran día a día Estíbaliz Guillén, Ana Sarobe, Mira EL Abboudi, María Arcos y Ainhoa Carrera, cinco mujeres que la semana pasada compartieron en la Universidad Pública de Navarra (UPNA) los proyectos en los que participan a través de las jornadas Mujeres en plural.

Agua de coco: Fuerza malgache

La trabajadora social Estíbaliz Guillén lleva colaborando con Agua de coco desde 2013, ONG con una trayectoria de tres décadas de ayuda humanitaria en países del sur. Entre sus más de 30 proyectos, Guillén destacó la creación del Centro de Atención Integral a Mujeres en Madagascar.  

Con esta iniciativa, subvencionada por el Ayuntamiento de Pamplona, la ONG acoge cada año a entre 50 y 80 mujeres embarazadas o que acaban de ser madres, “muchas veces adolescentes”, con muy pocas posibilidades económicas, familiares o sociales. Además, reciben formación a todos los niveles durante uno o dos años para que salgan con una profesión aprendida, un negocio o un trabajo.  

El proyecto busca, de alguna manera, proteger a las mujeres malgaches en un país donde “el 74% viven por debajo de la línea de la pobreza”, aseguró Guillén. Una escasez que, en muchas ocasiones, obliga a las familias a aceptar el matrimonio infantil o la prostitución de sus hijos e hijas a cambio de un plato de comida. 

En su lucha contra estas “lacras”, Agua de coco ha creado otros centros deportivos y artísticos en el país para fomentar el desarrollo de sus niños y, en especial, de las niñas. Con estos jóvenes en talentos, en disciplinas como gospel o batukada, la ONG ha organizado giras internacionales para “demostrar que países como Madagascar tienen muchísimo que ofrecer al mundo, y no solo que recibir”

ONEKA: La lucha pensionista

Cuando Ana Sarobe se jubiló a los 70 años sabía que quería formar parte de un proyecto como ONEKA, una plataforma de mujeres pensionistas de Euskal Herria. Esta maestra navarra de 75 años ha “sufrido” en sus “carnes” el “cuidado gratis” que hacen las mujeres. “Dejé de trabajar cotizando, porque seguí trabajando en casa. Sin días libres, encima. A todas a esas mujeres no nos han contado para nada”. 

Una “violencia económica” que en muchas ocasiones se manifiesta a través de la imposibilidad de llegar a fin de mes. En algunas reuniones de la plataforma, reconoció, “vemos mujeres con muy baja pensión que en invierno muchas veces ni encienden la calefacción porque no les llega”. Desde ONEKA, Sarobe lucha para denunciar también otras formas de discriminación, como la “pobreza, soledad, desigualdad, violencia machista y el olvido” hacia las mujeres mayores. 

Flor de África: Unión de culturas

Flor de África es un lugar seguro y de confianza, donde las mujeres pueden expresar sus sentimientos libremente sin ser juzgadas”. Así definió esta asociación Mira EL Abboudi, mujer marroquí de 41 años y madre soltera de cuatro hijos. Acompañada por otras 70 mujeres, juntas buscan integrarse en la sociedad navarra “sin perder la cultura propia”.

Entre charlas y talleres, ayudan a subirse la autoestima las unas a las otras, donde en ocasiones algunas de ellas “llegan frustradas”. “Allí lloramos y reímos juntas”. También acaban con tabúes en sus conversaciones y llevan a cabo un intercambio cultural que les “sirve para romper barreras y eliminar los prejuicios que podamos tener sobre lo que no conocemos. Es un ambiente muy rico”, concluyó Mira EL Abboudi.   

Baobab Danza: Proyecto ‘Latidos’

A través de la danza comunitaria, el grupo Baobab Danza, en la Milagrosa, emplea esta disciplina artística como una “herramienta de transformación social” que ayude a sus integrantes a trabajar su propia identidad, como explicó Aihnoa Carrera, una de sus impulsoras.  

El proyecto, Latidos, celebra este curso su segunda edición dentro del programa Innova. El año pasado acogió a 35 mujeres “en situación de vulnerabilidad”, en unas sesiones en las que se dedicaron a trabajar con el cuerpo. María Arcos, su otra promotora, explicó que “el lenguaje corporal es algo que nos unifica a todas”. Llegadas desde Nicaragua, Camerún, Marruecos o Colombia, estas mujeres emplean sus cuerpos como un “lenguaje que habla más allá de las palabras y cuenta más cosas de las que somos capaces de transmitir.