“La operación me ha cambiado la vida”, repiten una y otra vez Maite Piñas y Óscar Amostegui en una de las consultas del Área de Obesidad de la CUN. Ambos pasaron por una cirugía bariátrica que reinició su vida. En aquella operación, dejaron muchos kilogramos atrás, pero también dejaron complejos, años de sufrimiento y la sensación de ser incapaz de afrontar el problema. Ahora, Maite y Óscar viven felices con sus familias, han aprendido a comer y sonríen ante todo lo que viene.

Maite Piñas es sanitaria, tiene 47 años, dos niñas y hace ya 17 años que se realizó la operación. “Me encontré con 30 años y con obesidad mórbida. Yo quería formar una familia y claro, con el peso que yo tenía más el que me iba a proporcionar el embarazo, no era posible”, admite. “Cuando me hice la operación, se decía que estas eran peligrosas y que podía correr riesgo mi vida. Hoy, si tuviera que pasar por quirófano ahora mismo, lo haría incluso en aquellas condiciones; todo cambia para bien”, sonríe Piñas. La sanitaria admite ser presumida, pero le era difícil con el sobrepeso. “La ropa de talla grande es muy cara y fea, no puedes comprar cualquier cosa”, señala. La sanitaria ha borrado casi todas las fotos de cuando vestía entre 6 y 8 tallas más. “Yo me casé con muchos kilos más, la foto de mi boda es de las pocas que guardo de antes y cuando se la enseño a mis hijas, me preguntan: ¿quién es esa señora que se casó con papá?”.

Óscar Apesteguía pesaba 118 kg cuando le realizaron la cirugía bariátrica. Siendo el presidente del comité de taxistas, explotó la huelga. La enorme responsabilidad y los 3 años de lucha sumieron a Apesteguía en una depresión que pagó su cuerpo. “Fue duro. Metido en el taxi todo el día, me puse en 100 sin querer. De ahí subí a 110 y en 120 dije se acabó”, afirma. Hace ya 5 años que la operación le permite hacer “miles de cosas que antes no podía”. “Antes, cuando pasaba por delante de una pastelería, en lugar de comprarme un cruasán, me comía 6. Ahora mis amigos tratan de ponerse al mi lado en las comidas porque nunca termino lo que hay en el plato”, ríe. A sus 58 años, padece un cáncer de pulmón metastásico que, por suerte, los médicos han podido reducir hasta la estabilidad.

Antes de la operación, le dijeron que no le daban mucho tiempo. “Yo creo que la autoestima que gané perdiendo semejante cantidad de kilogramos fue la que me sacó de esa metástasis”, afirma. “El oncólogo me dijo que si se me hubieran juntado los 120 kg que tenía antes, con este cáncer, no lo hubiera contado”, asegura. La inmunoterapia y radioterapia que recibe no sería posible con el peso de antes. Su movilidad se vería reducida y tendría que ir en silla de ruedas. “Yo soy feliz, me noto súper bien, a pesar de este problema de salud que tengo. Tengo la autoestima por las nubes, y de ahí no voy a bajar porque me ha costado mucho conseguirlo”.

Los dos han recuperado una fuerza que no tenían. Muchas veces tenemos interiorizado que los cambios son difíciles y peligrosos, y que suelen ser para mal. Maite y Óscar son el ejemplo perfecto de que no siempre es así. “Como menos, ahora que puedo comprar en todas las tiendas, me gasto el dinero que antes me comía en ropa”, afirma Piñas. Óscar también cambio de oficio. Dejó el taxi y trabajó de tendero, y compró un Carrefour Express. La bollería fue tentación antes de la operación, pero el postoperatorio también lo fue. “El mes después de la operación lo pase muy mal. Sólo comía purés y sopas, pero fue un mes. Luego se te pasa y te sientes mucho mejor”, admite Apesteguía. 

Ahora que disfrutan de una vida nueva, el pasado sólo son recuerdos y anécdotas que les hacen reír. “Recuerdo apuestas con los amigos de ver quién comía más. Una vez, me comí un plato de alubias, el plato de mi amigo y un kg de chuletón”, relata atónito a la capacidad de engullir que tenía. “El peso me machacó, sigo teniendo repercusión de esa masa que transportaba en los huesos. Me rompí el tendón de Aquiles y no lo he recuperado bien”, asegura. El mal comer y la depresión también derivó a malos hábitos diarios. “Fumaba como un carretero, no era alcohólico pero de vez en cuando, sólo en el sofá, me echaba un par de copas y me iba a la cama medio borracho; la cirugía me cambio de golpe”, repite una y otra vez.

Maite habla de la cirugía como algo más que un recorte de estómago. “Yo siempre digo que en lugar de operarte del estómago, parece que te operan de la cabeza. Y con los kilos que te quitas, te quitas los años”, afirma. “Cambias de forma de pensar, de forma de vestir, de relacionarte... Tengo el armario lleno de colores, me llena de ilusión”, señala. 

"Mañana mismo"

Mucha gente que tiene sobrepeso u obesidad valora la opción de realizarse una operación como esta para tratar de dar solución a su problema. Sin embargo, a muchos les cuesta dar el paso por miedo al qué dirán y a posibles efectos secundarios. El miedo al cambio, una vez más. Ambos son francos. “Si me encontrara en la misma situación que hace unos años, llamaría y cogería cita para que me operaran mañana”. “Es una cirugía muy agradecida, en la que ves los resultados muy pronto, pero volvemos a lo mismo. Lo más importante es la fuerza que te da para avanzar y conseguir el cambio que tanto ansías”, apunta Piñas. “Me operaron y al día siguiente estaba en casa. De verdad, si alguien se encuentra en esta situación, que no dude ni un segundo. Vuelves a vivir”, asegura Apesteguía. 

No hay nada como volver a sentirse bien con uno mismo. Significa sentirse bien con los demás, y sobre todo, vivir la vida con todas las ganas posibles. Maite y Óscar cambiaron sus vidas para siempre. Aprendieron a comer y volvieron a vivir. Sonríen a la vida a cada instante.