Millones de personas vivimos el lunes una situación insólita tras el apagón que afectó a la península Ibérica. El fallo eléctrico provocó la paralización total de numerosas ciudades, dejando fuera de servicio los transportes, los bancos, los comercios y buena parte de las comunicaciones. En medio del desconcierto general, uno de los mayores desafíos fue afrontar el temor generado por el colapso.
Oliver Serrano, director del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Europea de Canarias, lo resume con claridad: “Hubo un incremento de situaciones de ansiedad y, sobre todo, de esa sensación de incertidumbre”. La dependencia tecnológica, explica, es tan estructural que la falta de recursos habituales genera inseguridad.
“Creemos que siempre tendremos electricidad, acceso a internet o televisión, y cuando de pronto todo eso desaparece, sentimos que hemos perdido el control. Eso puede disparar nuestra ansiedad”, apunta Serrano.
No todas las personas reaccionamos igual ante una situación así. Algunas entraron en pánico el lunes a mediodía, otras lo afrontaron con mayor tranquilidad. “No podemos banalizar ninguna reacción. Todas son legítimas”, explica Serrano. La experiencia previa y el perfil emocional condicionan la respuesta. “Si hemos vivido reciente un episodio como el de la dana en Valencia, por ejemplo, eso puede intensificar la respuesta emocional”, insiste. También influye el contexto. No es lo mismo estar acompañado en casa que solo en la calle, sin luz ni orientación. Que el apagón ocurriera de día fue un factor positivo en este sentido. “Por lo menos puedes ver lo que pasa y desplazarte a pie sin tantos problemas”, reconoce Oliver Serrano.
Sin embargo, la incertidumbre crece cuando falta información. Saber qué ocurre y cuánto durará se convierte en una necesidad apremiante. Y en este punto, la tecnología —habitualmente aliada— se convierte en obstáculo. “Dependemos de medios digitales que requieren electricidad. Si los móviles no funcionan, la ansiedad crece porque no podemos acceder a la información”, señala Serrano.
En este vacío, la radio volvió a ser el canal más accesible y tranquilizador para la población. “La necesidad de información es básica. Uno de los pilares en cualquier protocolo de intervención psicológica ante catástrofes es establecer un buen flujo de información”, subraya Serrano.
Los niños, como es lógico, también sienten la presión de una situación tan estresante, aunque su respuesta depende en gran medida del comportamiento de los adultos a su alrededor. “Los niños tienden a imitar el comportamiento de los adultos. Si les mostramos calma, ellos también estarán tranquilos”, afirma Serrano.
En este sentido, el director del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Europea de Canarias, resalta que los niños se adaptan mejor de lo que creemos a situación de crisis. “Mientras sepamos gestionar la información y les expliquemos lo que pasa con serenidad, ellos no deberían verse demasiado afectados, sobre todo si el apagón es limitado en el tiempo”, apunta.
Durante el apagón del lunes, más allá del desconcierto y la ansiedad generalizada, surgieron también reacciones inesperadas que revelan aspectos profundos del comportamiento humano ante lo imprevisto. “Aunque vivimos en una sociedad cada vez más individualista, cuando pasan cosas así, aflora el sentimiento de solidaridad y eso reconforta”, señala el experto en psicología.
Aunque el apagón fue algo puntual, Serrano considera que este tipo de situaciones pueden ser una oportunidad para reflexionar sobre cómo nos enfrentamos a la incertidumbre. La gestión de la ansiedad, la necesidad de información clara y el fortalecimiento del sentimiento comunitario son fundamentales para que sucesos como el del lunes no nos afecten emocionalmente más allá de la incomodidad que suponen.
Consejos prácticos
Aceptar la situación. Resistirse o negarla es natural, pero inútil. La clave está en aceptar que no podemos cambiarla por nosotros mismos.
Confiar en quienes saben. Por mucho que uno quiera actuar, hay situaciones en las que solo los técnicos o profesionales pueden intervenir. No depende de nosotros que vuelva la luz, por ejemplo. Saber esto ayuda a rebajar la ansiedad.
Mantener las rutinas. Es útil preguntarse: ¿puedo seguir con lo que tenía previsto? ¿Puedo trabajar, ir a buscar a los niños, comer en casa? Si es así, continuar con esas rutinas aporta estabilidad mental.
Atender las necesidades básicas. Cuidar el cuerpo es fundamental ante situaciones de estrés como la vida el lunes. Los especialistas recomiendan descansar y alimentarse bien.
Conexión emocional. Aunque los móviles o internet no estén operativos, es importante mantener el vínculo con los seres queridos. Sentirse cerca emocionalmente puede ayudar.