Un paseo por la historia de Hondarribia, entre asedios y un pasado heroico
La lucha y sacrificio de los habitantes de Hondarribia por salir del cerco al que le sometió un organizado ejército francés en 1638 constituye el alma de una de las fiestas más tradicionales de la costa vasca, el clásico Alarde que, año tras año, reafirma el agradecimiento de la ciudad a su patrona, la Virgen de Guadalupe
Hondarribia vivió 69 días angustiosos en el verano de 1638. Dicen los historiadores que las tropas francesas pillaron desprevenidos a los habitantes del puerto vasco. Sin embargo, no faltó uno a la hora de saltar en defensa de su terruño. Poco importaba la marcialidad del ejército que tenían enfrente, nada menos que 18.000 uniformes galos dispuestos a hacerse con la plaza. Aquel arrojo y sacrificio mereció el tratamiento de “muy noble, muy leal y muy valerosa” que hoy posee.
Me hago a la idea de aquel desproporcionado enfrentamiento cuando me sitúo ante la Puerta de Santa María, uno de los lugares más interesantes para entrar en la vieja Hondarribia y rememorar la gesta histórica. En lo alto del arco se encuentra el escudo de la ciudad y sobre él la imagen de la Virgen de Guadalupe y un reloj de sol. Interpreto que simbolizan la ayuda celestial que hubo en el momento de la lucha y un eterno medidor del tiempo para que nadie olvide las circunstancias del asedio que se sufrió. A pie de calle la escultura del hatxero haciendo guardia con un gran serrote bajo el brazo derecho en representación de aquellos zapadores que precedían a las tropas facilitándoles el paso por los puntos intrincados.
Hondarribia, como plaza fronteriza ha sufrido muchos sitios; Francisco I se apoderó de ella en 1521, en 1638 las valientes tropas que guarnecían rechazaron los ataques del príncipe de Condé y del arzobispo de Burdeos, anegándose en la huida 2.000 franceses en el Bidasoa. En 1749 cayó en poder de un cuerpo de soldados franceses y sufrió otros sitios en 1808, 1823 y 1837. Son dignas de estudio las labradas rejas de sus ventanas y miradores.
Muchos hondarribitarras compartieron aventuras balleneras en océanos perdidos con sus colegas de Pasaia, en otro tiempo punto de partida de los valientes marinos guipuzcoanos que se dirigían a regiones polares para dedicarse a la pesca del cetáceo.
Al traspasar la Puerta de Santa María, el visitante se encuentra con la Kale Nagusia, para muchos no sólo la calle más bonita de Euskadi, sino también la mejor cuidada. Cada una de las casas que la forman parece rivalizar en belleza con las de su entorno. Son edificios con los canecillos tallados, balcones de hierro forjado y escudos, muchos escudos que prueban su glorioso pasado. El barroquismo del edificio del Ayuntamiento y del Palacio Zuloaga, ambos del siglo XVIII, compite con la belleza del Palacio de Casadevante, anterior en el tiempo y con el peso histórico de que en su interior se negociaron los términos de la tregua del sitio de 1638.
El casasorio del Rey Sol
A la derecha, según subimos por la Kale Nagusia, nos encontramos con la iglesia de Santa María de la Asunción y del Manzano, construida allá por los siglos XV y XVI con restos de la primitiva muralla. Distintos altares, un gran coro y un peldaño para acceder a una puerta supletoria con una inscripción en la que se recuerda que bajo él hay un enterramiento ilustre.
Este templo tuvo una gran importancia tras el resultado del sitio motivo del Alarde, ya que aquella desproporcionada batalla tuvo como arreglo los esponsales entre el rey de Francia Luis XIV y María Teresa de Austria, primogénita del rey español Felipe IV. Acudieron a Hondarribia gentes de lejanos rincones esperando ver a los novios, sobre todo al francés que ya a sus 20 años era llamado el Rey Rol. Lo cierto es que el bodorrio fue por poderes y las crónicas sociales de la época se quedaron sin material.
La parte más antigua del templo de la Asunción mira al castillo de Carlos V que tiene enfrente. Es uno de los soberbios edificios que honran a Hondarribia. Su construcción se atribuye a Sancho Abarca y su ampliación y fortificación a otro rey navarro, Sancho el Sabio. Mirando a la Arma Plaza tenemos su fachada principal, una obra que se inició en el siglo XII, la continuaron los Reyes Católicos y finalizó durante el reinado de Carlos V que se llevó la titularidad.
En las seis plantas de la fortaleza se alojaba todo un ejército, disponiendo además de almacenes, depósito de armas, caballerizas y hasta lóbregos calabozos. Nada que ver con el aspecto que presenta hoy reconvertido en un exquisito Parador.
La importancia del mar
En la rotonda de San Juan de Dios podemos ver una de las grandes obras del escultor José Díaz Bueno para la ciudad fronteriza, su particular homenaje a los balleneros hondarribitarras, un mural que refleja la valentía y el arrojo de los tripulantes de tres txalupas luchando contra un gigante del mar. La obra escultórica está flanqueada por dos imponentes anclas traídas de Pasaia y recuerda al visitante la importancia que otrora tuvo este punto del Cantábrico en la caza de la ballena.
Por aquí se colaron los vikingos en el siglo IX para llegar hasta Pamplona y coger prisionero a García Íñiguez, rey de Navarra, por el que, según las crónicas árabes de la época, se llegaron a pagar setenta mil y noventa mil dinares de rescate. Eran tiempos en que Navarra se asomaba al Cantábrico por Hondarribia y el Bidasoa empezaba a almacenar muchas páginas de Historia.
La primitiva aldea pesquera se extendía en la plataforma que corona el castillo de Carlos V, bien protegida por una muralla en saludable estado de conservación con rincones tan bellos como el baluarte de la reina que conserva sus dos patios unidos por un túnel en un bello paseo. La Puerta de San Nicolás, que en su tiempo tenía un puente levadizo, es una de las mejores atalayas de la fortaleza.
Gildas y txakoli
El colorido se desata en la calle Santiago, una vía que debe su nombre al peregrinaje que antiguamente pasaba por ella, si bien el centro neurálgico de Hondarribia lo encontramos hoy en la calle San Pedro, obviamente dedicada al patrón celestial de los marineros. El lugar constituye una explosión de color en sus encalados edificios cuyas balconadas rivalizan al ofrecer una gran diversidad de colores. Se dice que esta costumbre se inició cuando algunas familias pintaban sus ventanas y barandillas de los mismos colores de sus barcos pesqueros.
Los bajos de los edificios de la zona están ocupados preferentemente por establecimientos de hostelería, alternados con fruterías y tiendas de artesanía y souvenirs. La casa más antigua, denominada Zeria, data del año 1575 y se ha reconvertido en restaurante, como muchos viejos almacenes que otrora sirvieron para guardar aperos del viejo oficio marinero cuyos problemas se resolvían en la Cofradía de Pescadores, fundada en 1361. Es un tramo urbano en el que el txakoli fluye acompañando la más diversa colección de pintxos que imaginarse pueda. Uno de los más solicitados tal vez sea la clásica gilda.
Papillón camino del calvario
La mayor parte de los visitantes disfruta en un lugar donde hace años, allá por 1973, anduvo Steven McQueen cuando incorporó a Papillón en la película del mismo nombre. Este personaje formaba parte de un grupo de condenados a cumplir cadena perpetua en Isla del Diablo, cerca de la Guayana francesa. Pues bien, los fondos de la secuencia hacia semejante destierro correspondían a Hondarribia.
Claro que esta historia relativamente moderna no tiene ni punto de comparación con todas las que se cuentan como ocurridas en torno al Castillo de San Telmo, bautizado popularmente como Castillo de los Piratas. Esta denominación obedece al servicio como atalaya que prestó atendiendo a la inscripción que figura sobre su puerta: “Ad reprimenda piratorum latrocinia”.
Fue erigido en el siglo XVI por orden de Felipe II, y su ubicación no pudo ser más oportuna, ya que desde el extremo del Cabo Higuer defendía la plaza del frecuente asedio de bucaneros. La fortaleza, de reducida extensión, tuvo una etapa como propiedad privada para pasar a ser propiedad municipal.
El monte Jaizkibel ha sido siempre la meta de los senderistas y montañeros hondarribitarras, un magnífico púlpito desde el que se domina un enorme territorio. No es extraño encontrarse en cualquier itinerario con monumentos megalíticos, cuando no con huellas de la primera etapa del Camino de Santiago por la costa cantábrica y que fue declarada Patrimonio Mundial de la Unesco en 2015.
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