El pasado 6 de julio, los vecinos de Lerín miraban con preocupación una zona próxima al núcleo urbano que estaba siendo devorada por las llamas. Decenas de bomberos de los parques de Estella, Tafalla, Lodosa y Peralta, además de personal de las Brigadas de Refuerzo de Incendios Forestales y diversos medios aéreos, lucharon contra el fuego hasta última hora de aquel día, alertados también por rachas de viento de casi 50 kilómetros por hora, que ponían en riesgo una granja con ovejas y un pinar.

En la jornada siguiente se cuantificaron los daños: una superficie quemada de 560 hectáreas, principalmente de cereal sin cosechar, rastrojo y matorral, en los términos municipales de Tardana, Esquíroz, El Corvo y algunos otros junto a Miranda de Arga y Falces, en un terreno afectado cuyo perímetro superó los 12 kilómetros. El propio Ayuntamiento de Lerín dio cuenta de los estragos. "El fuego no respetó campos de cereal ni rastrojos; no respetó liecos llenos de plantas autóctonas de gran valor, con espartos y coscojos; no respetó la fauna que en estos lugares tiene su vida, su alimento y su cobijo", proclamó, al tiempo que se felicitó por que se pudiera salvar el corral de Esquíroz y frenar el avance del fuego antes de que llegara a los pinares y a la zona del enclave natural, "donde su control hubiese sido casi imposible".

En el pueblo, quienes miraban más inquietos el incendio eran los cazadores, las personas que más tiempo pasan en el campo y el monte y quienes ya pensaban que los animales del lugar, debido al paraje quemado que iba a resultar, tendrían que alejarse y desplazarse mucho más, con el peligro que ello conllevaría, al estar separados de sus madrigueras y bajo una mayor presión de los depredadores.

Así lo confirma Rubén Moreno Sola, lerinés de 29 años y presidente de la Asociación de Cazadores de Lerín, cuando expone que ya antes de que sucediera este terrible fenómeno natural tenían proyectado adecentar su coto con la instalación en puntos estratégicos de una serie de bebederos que pudieran ser utilizados no ya solo por las especies cinegéticas, sino por todos los animales que pueblan ese hábitat, desde conejos y liebres, hasta perdices, zorros, sisones o avutardas.

"Tras el incendio, estaba todo bastante pobre, sin agua, y, como era verano y hacía mucho calor, concluimos que debíamos adelantar nuestros planes y empezar ya a poner los bebederos en los parajes dañados por el fuego, sobre todo para que los animales no debieran moverse mucho y pudieran beber", explica, además de remarcar que no se trata de una iniciativa ideada solamente para las perdices, sino que es parte de un proyecto de mejora del hábitat abierto a todo tipo de animales.

De los propios bolsillos de ocho personas, entre socios del coto y guardas forestales, reunieron 2.000 euros con los que adquirir a una empresa 20 bebederos. Y la primera semana de agosto, salieron al campo para colocarlos a lo largo de todo el terreno que había quedado afectado por las llamas. "Lo veíamos muy necesario y apremiante, ya que los parajes de Esquíroz y Tardana se habían quedado muy mal", añade.

Moreno apunta a su vez que esta acción es solamente el comienzo de un trabajo que se irá desarrollando paulatinamente, cuando vayan pudiendo destinar más recursos para comprar nuevos bebederos, que instalarán en otras zonas de su acotado. Y acentúa también la tesitura de que los grupos que se autodenominan animalistas y ecologistas no hayan movido un dedo tras el incendio. Lamentablemente, es algo que ocurre con relativa frecuencia. "Critican mucho en las redes sociales y por todos los lados, pero, después, a la hora de trabajar en el monte, no se los ve por ningún sitio", declara.

Los cazadores, como suele quedar patente, son los más interesados en que los ecosistemas se conserven de la mejor manera posible. Lo atestigua Moreno, al subrayar que su objetivo es que en el coto vivan cuantas más especies animales sea factible y viable. "No queremos solo potenciar las especies cinegéticas, sino conseguir que haya más vida en el campo, con todo tipo de animales. Los que más nos preocupamos y nos llevamos el disgusto cuando ocurren cosas como esta somos nosotros. Y si hay que poner bebederos, pues ponemos bebederos; y si hay que hablar con el consistorio para dejar linderos y aprovechar el terreno comunal, también lo estamos haciendo. Nos movemos para conseguir que la zona esté de la mejor forma posible y que las poblaciones animales se mantengan", revela.

En la Asociación de Cazadores de Lerín, formada por cerca de 140 miembros, lo que sí echan en falta es que los más jóvenes adquieran esa pasión por la naturaleza. "De 30 años hacia abajo, solo estamos seis socios. No hay demasiado relevo. Creo que las nuevas generaciones están más centradas en los avances tecnológicos y están viviendo otra etapa, en la que no salen al campo, y quizá los padres tampoco los inician tanto en este mundo como se hacía en otras épocas. Pero alguien debe preocuparse por que nuestros montes sigan manteniendo su vida y su esplendor", sentencia.