Este año ha sido muy intenso para Rodrigo Cortés, director gallego criado en Salamanca y de prestigio internacional. A Love gets a room (El amor en su lugar), la película que se estrenó en cines hace una semana, hay que añadir su segunda novela y cuarto libro, Los años extraordinarios, y un capítulo de Historias para no dormir. No habla de proyectos a futuro y prefiere esperar a que se materialicen, en cine o en papel. Ha dirigido a actores de talla internacional como Sigourney Weaver, Robert De Niro, Anna Sophia Robb o Uma Thurman. El guion de Love gets a room lo firma con David Safier, escritor alemán y autor del éxito editorial Maldito karma.

Hablemos de su última película: Love gets a room (El amor en su lugar)

Recoge la historia de un grupo de actores en mitad del gueto de Varsovia que representan una obra de teatro en las circunstancias más imposibles. Esto sucede en el invierno de 1942, en plena ocupación, y paradójicamente la obra es muy divertida. Eso, a pesar de las circunstancias que se viven en el propio gueto. Se hacen chistes sobre la muerte, la enfermedad, el tifus, el cólera, la violencia de la policía… Lo hacen en forma de sainetes, bailando y con canciones. Mientras esta representación continúa, los actores deben tomar una decisión a vida o muerte antes del toque de queda.

Incluso en las peores circunstancias aflora el sentido del humor.

Es inevitable para el ser humano y parte de la naturaleza judía. Es una forma fatalista de reírte de todo, cosa que muchas veces se hace de manera vitriólica y pesarosa. Esta forma de sacar a flote el humor incluso en las peores situaciones es casi lo que nos hace humanos. El humor muchas veces no tiene una relación directa con la comedia.

¿Sí con el drama?

Puede ser. Tiene mucho que ver con mirar las cosas con una cierta distancia. Es una manera de relativizar y de mirar el entorno con cierta indulgencia, pero es inevitable. Por eso es imposible a veces evitar la risa en clase en el peor momento, o en un funeral.

Las circunstancias actuales no son precisamente las mejores y no nos lucimos utilizando el sentido del humor. Da la sensación de que estamos todos eternamente enfadados, ¿no le parece?

No estoy de acuerdo. Creo que la gente es muy normal. El enfado, la crispación, sucede en los medios de comunicación, sucede con los líderes de opinión, sucede con los prescriptores de ciertas elites, pero la gente no es así en su entorno, no es así con su grupo de amigos, donde se sienten a salvo. Los WhatsApp de cualquiera serían totalmente impublicables, lo que demuestra que vivimos en un entorno sano. Creo que hay una diferencia enorme entre la manifestación pública y teórica de lo que somos y lo que en realidad somos y hacemos.

¿Y cómo se supone que somos realmente?

Mucho más normales de lo que parece en Twitter o en una tertulia de cualquier medio de comunicación.

¿Le gusta estar al día en las redes sociales?

Solamente en Twitter y de una forma un poco particular. Interacciono muy poco. Durante un tiempo utilicé la cuenta como una especie de taller literario experimental para lanzar antiaforismos, pedradas o bombas de mano. Actualmente lo utilizo para lanzar las cosas que estoy haciendo, el lanzamiento de la novela o el estreno de una película, pero no utilizo ninguna red para opinar.

¿No le gusta opinar?

Es algo que cada vez hago menos. El hecho de que todos tengamos opinión demuestra el poco valor que ésta tiene. Las cosas importantes siempre son minoritarias.

El guion de Love gets a room

Él escribió el primer borrador de la obra. Descubrió la historia en el gueto de Varsovia mientras investigaba para uno de sus trabajos. Me llegó ese primer esqueleto escrito por David y a partir de ese punto me hice cargo de la escritura del guion e hice las versiones subsiguientes. Eso significa que no escribimos a cuatro manos, pero toda mi relación con él ha sido una delicia. Cuando le envié la versión definitiva me contestó con un mail en cuyo encabezamiento escribió en mayúsculas la palabra happy. Le entusiasmó lo que había hecho con aquel escrito inicial suyo.

¿Y se conocieron?

Sí. Se pasó un par de días por el rodaje y hemos presentado la película juntos en Sevilla. No trabajamos juntos, pero el guion es evidentemente de los dos. Es más, la historia nació de él.

¿No le resulta más complicado trabajar con actores internacionales que españoles?

No, lo difícil es trabajar con actores malos. Afortunadamente, siempre he trabajado con grandísimos profesionales. Cuando he trabajado con Sigourney Weaver, Robert De Niro, Anna Sophia Robb o Uma Thurman, las cosas no fueron más difíciles. Cuando un guitarrista coge una guitarra mejor que otra quiere decir que su música va a sonar mejor. En el caso de la película que estoy presentando ahora, el casting fue muy complicado.

¿Por ser una película muy musical?

Porque los actores, además de llevar la interpretación a zonas muy ambivalentes, tenían que cambiar de registro interpretativo constantemente. Una cosa es lo que hacen cuando representan la obra y se entregan a la exuberancia del baile y del canto, y otra es la interpretación naturalista que se produce entre cajas y camerinos. Los actores tienen que cantar y bailar como los ángeles, porque no se ha hecho playback y todas las canciones están hechas en directo.

¿Fue difícil conseguir actores con un arco de interpretación tan completo?

Sí, y fue lo que dificultó mucho el casting. El proceso de casting lo centralizamos en Londres y se abrió a toda Europa. Tenemos actores daneses, ingleses, irlandeses, suecos, italianos y españoles.

Este año, además de esta película, ha presentado una novela. Un libro en el que hace gala de un amplio sentido del humor: Los años extraordinarios

Hay un objetivo elemental y común: comunicar y transmitir emociones, pero son lenguajes muy diferentes que comparten algunas cosas, aunque son muchas más las que los separan. El lenguaje cinematográfico es el terreno de la acción. El personaje se define y se expresa a través de lo que hace y de las decisiones que toma. La literatura, en cambio, es el terreno de la evocación. El personaje se piensa, se reflexiona. Cobra especial importancia la propia sensorialidad de las palabras, que encierran su propio mensaje, no siempre racional. En mi caso no hay cámara sin pluma, ni pluma sin cámara.

¿Le arrastra el mundo cinematográfico?

No lo sé. Trabajo de forma muy diferente en uno y en otro terreno.

El papel lo aguanta todo a nivel de escenario y da más espacio a la imaginación, algo que no sucede cuando la historia pasa del papel a la imagen.

La imaginación está también en el cine, pero todo tiene que aterrizarse. En literatura es igual de barato escribir ejército rojo de Moscú que escribir tiesto roto. En cine, las consecuencias de escribir ejército o tiesto son muy diferentes, por razones logísticas y presupuestarias. También sucede que con la palabra puedes dejar muchas puertas abiertas para que las cruce el lector y las complete, pero en el cine todo tiene que existir, todo tiene que estar aterrizado hasta el último detalle. Es cierto que la literatura es el terreno por encima de todo de la imaginación, pero también es cierto que en las mejores películas, aunque todo se vea, el espectador también debe completar su trabajo. ¿Sabes cuál puede ser la mejor película?

Dígalo usted.

Aquella que sigue en la cabeza del espectador cuando desfilan al final los títulos de crédito.

Tiene cuatro libros en el mercado editorial. ¿Considera una necesidad escribir un libro cada cierto tiempo?

Me cuesta definir la palabra necesidad, más allá del oxígeno y el agua. Es más bien un impulso real. A pesar de ser cineasta, siempre he discutido que una imagen vale más que mil palabras. Amo el lenguaje, siempre lo he hecho y me he expresado de una forma natural a través de las palabras. No es una necesidad, nada es necesario. El mundo se lo pasa muy bien sin uno, pero es algo que pienso seguir haciendo.

También es compositor, músico.

Nunca me definiría como músico. Es verdad que estudié música y que puedo tocar con mediana solvencia varios instrumentos, pero ser músico es algo que respeto demasiado como para considerarme uno de ellos. Es una manera de vivir, una actitud ante las cosas. Es una forma de respirar. Trabajo con Víctor Reyes, el compositor habitual de mis películas, de una forma muy cercana. Es verdad que en esta ocasión he escrito alguno de los temas que se escuchan en la película, pero es Víctor el compositor que ha trabajado con las canciones. Yo solo he trabajado con un par de ellas porque surgieron de una forma muy natural. Insisto: el músico es Víctor Reyes.

Su producción cinematográfica está mayoritariamente realizada fuera de España. ¿Trabaja más a gusto a nivel internacional?

Rodar es rodar, y lo es en India, en Estados Unidos o en España. Más que dónde ruedas, es cómo ruedas; lo que cuenta es tu grado de control sobre el material y sobre la acción. Si tienes el control, todo está bien, no importa dónde estés trabajando. Lo importante es el qué y el cómo, no el dónde.

Trabajar con actores como esos que ha citado (Sigourney Weaver, Robert De Niro...) tiene que ser impactante y dar vértigo, ¿no?

Para empezar, trabajar con ellos, y con otros actores también, es un gran privilegio, porque son los mejores en lo suyo. Tener la oportunidad de jugar al fútbol con los mejores de este deporte sería un gran regalo. Por otro lado, cuando estás en el set son tantos los problemas que solo puedes concentrarte en resolverlos y no ponerles apellidos. Es inevitable que cuando trabajas con ellos tengas delante al actor, pero no al concepto, no al personaje al que has visto en otras películas. Otra cosa es que cuando acabes de rodar tomes conciencia de con quién lo has hecho, pero en el momento de la verdad, en el momento en el que los estás dirigiendo, no te conviene para nada la posición del fan. Tienes que ser muy eficiente en el set de rodaje.

¿Y no son más divos que otros actores?

En mi experiencia he sido muy afortunado: no han tenido ningún comportamiento de divos, jamás. Y cuando he rodado en español con Leonardo Sbaraglia o en Historias para no dormir con Eduard Fernández, lo mismo, solo me he encontrado con personas que ayudaban a los compañeros. Todos son muy conscientes de que la calidad de su interpretación depende siempre de la calidad de los que tengan enfrente. Los actores con que me he encontrado son gente con un respeto muy profundo a su trabajo, a su oficio. Nunca, ninguno, pidió cosas extrañas y no se negaron a dar réplicas.

Después de tanto trabajo, ¿tiene algún proyecto nuevo?

Sí, pero solo creo en hablar de los proyectos cuando dejan de serlo, cuando ya son películas, obras o novelas. Hasta que las cosas no existen, no importan. Es complicado llevarlas a cabo. Cada obra es una improbabilidad estadística y necesitas toda la energía en hacerlas posibles. No merece la pena hablar antes de tiempo.

PERSONAL

Edad: 48 años (31 de mayo de 1973).

Lugar de nacimiento: Pazos Hermos (Orense), pero a los dos años se fue con su familia a Salamanca, el lugar donde pasó su infancia y su juventud.

Trayectoria: El cine le fascinó siendo muy joven. A los 16 años realizó su primer cortometraje en Super 8: El descomedido y espantoso caso del victimario de Salamanca. Después llegaría otro corto: Siete escenas de la vida de un insecto, basado en La metamorfosis, de Kafka. Yul, otro trabajo en corto, le dio popularidad y le empezó a abrir puertas. Con él ganó veinte premios en España.

Obra: Tiene una larga carrera con cortos como Yul (1998), 15 días (2000), Diminutos del calvario (2001), Los 150 metros de Callao (2002), Dentro (2002), Interruptos (2003), y 1:58 (2014); y largometrajes como Concursante (2007), el exitazo Buried (2010), Emergo (2011), Red lights (2012), Grand Piano (2013), Down a dark hall, conocida también como Blackwood (2018), y ahora Love gets a room (El amor en su lugar).