Después de varias semanas en las que la guerra en Ucrania se ceñía por desgracia al curso de los combates, esta pasada semana y en la actual se ha abierto un nuevo frente, por ahora no bélico, en Lituania, con la decisión de la UE de prohibir el tránsito de determinados bienes desde Rusia hacia el enclave ruso de Kaliningrado atravesando suelo lituano. Kaliningrado es un oblast ruso sin conexión con el resto de Rusia y Rusia y Lituania tienen firmados varios acuerdos para asegurar el suministro de bienes desde Rusia hacia Kaliningrado y viceversa. La entrada en vigor de sanciones de la UE sobre determinados bienes llevó a Lituania, como miembro de la UE, a implementar estas sanciones y a Rusia a afirmar que estas acciones son abiertamente hostiles y que si no se levantan tendrán consecuencias negativas para la población lituana. Al tiempo, la UE trata de calmar el gallinero que ella misma ha agitado y llama a la negociación. Sin querer entrar en nada más allá que el asombro, a mi lo que me llama la atención es el aparente interés en buscarle los límites a Rusia, en ver hasta dónde es capaz de llegar, hasta dónde quiere llegar. Lo obvio es que los rusos ven este hecho como un ataque evidente a su soberanía, puesto que no se importan bienes de otros países, sino que van de Rusia a Rusia, aunque sea pasando por Lituania, con lo cual no hacen sino cumplir sus acuerdos con Lituania y la UE, acuerdos a los que, según Rusia, no tienen que afectar las restricciones actuales. No lo sé, no soy nadie para entrar en este terreno, me limito a asistir con temor a estos movimientos y a esta escalada de las cosas, con la inquietud de que se juegan partidas de ajedrez arriesgadísimas que en cualquier momento nos pueden estallar en la cara o estallarles en la cara a ciudadanos de países tan inocentes de la situación como cualquier ruso o ucraniano medios. Acojona.