El pasado día 26 de marzo se cumplió el primer aniversario de la muerte en París, víctima del covid-19, de una mujer ejemplar: la princesa María Teresa de Borbón-Parma.

María Teresa es una genuina representante de esa generación de hombres y mujeres que se enfrentaron a la dictadura franquista sin pedir nada a cambio, y sin haber visto nunca reconocida, pública y oficialmente, su lucha y sus sacrificios.

Ella y su familia (don Javier, su padre, y su hermano Carlos Hugo, su esposa Irene, y sus hermanas Cecilia y Nieves), desde la clandestinidad o en el exilio, aportaron su granito de arena para acabar con el régimen del general Franco y construir una sociedad radicalmente distinta a la que habíamos vivido hasta la fecha. Otros que medraron a la sombra del dictador pasaron, de la noche a la mañana, a erigirse en dispensadores del carné de demócratas, aunque en muchos casos habían disfrutado de sustanciales privilegios políticos y económicos en el franquismo y lo continúan haciendo en nuestros días. Jamás mendigó un cargo público o un puesto en un consejo de administración, sino que siguió luchando por aquello en lo que siempre había creído y había dado sentido a su vida: el Carlismo.

Respetuosa con la opinión de los demás, nunca silenciaron su voz ni Franco, ni las modas coyunturales, ni los compromisos políticos de quienes consideran que para llegar al gobierno hay que pagar cualquier precio. Recuerdo aquella ocasión en que María Teresa le dijo públicamente al expresidente del Gobierno, Adolfo Suárez, que tenía una enorme mancha antidemocrática en su currÍculum: su negativa a legalizar al Partido Carlista y a otras organizaciones de la izquierda revolucionaria, por lo cual no pudieron concurrir a las primeras elecciones democráticas. Suárez guardó silencio y no respondió nada.

Mujer de fe, cristiana consecuente, siempre apostó por el diálogo como forma de resolver los problemas, escuchando a las partes enfrentadas y sus argumentos. Últimamente estaba muy preocupada por encontrar una solución, estable y duradera, para las reivindicaciones del pueblo catalán por definir una nueva configuración territorial. Solía pasar algunas temporadas en Cataluña, y le gustaba hablar con sectores políticos muy distintos para poder tener de esta manera una visión de conjunto lo más amplia posible. Era partidaria entusiasta de acabar con los muros y tender puentes, siguiendo las enseñanzas del papa Francisco, al que admiraba y celebraba con enorme alegría su elección. Le gustaba de él la claridad y rotundidad de sus escritos e intervenciones públicas, que rebosaban radicalidad y humildad evangélicas, muy alejadas de pomposas, huecas y artificiales posturas tan contrarias del genuino pastor con olor a oveja.

Crítica del neoliberalismo, luchó por un socialismo surgido de la base, democrático, humanista, autogestionario y defensor de los derechos humanos y de la autodeterminación de los pueblos y de las personas. Un socialismo que todavía no se ha plasmado en ningún proyecto concreto y tangible, como ella reconocía frecuentemente, pero llena de esperanza en hacerlo realidad en un futuro no muy lejano.

Siempre que se encontraba en Madrid solía acompañarla a conferencias, presentaciones de libros, actos de solidaridad, congresos o exposiciones. Hace unos años fuimos a la presentación de una biografía sobre el presidente chileno Salvador Allende y pude escuchar la lección magistral que dio a todos los allí presentes, entre ellos el embajador cubano, comparando la teoría guevarista del foco guerrillero con la lucha de masas en la construcción del socialismo, que debía de realizarse siempre desde la base, con la necesaria e imprescindible participación popular. En esta intervención, espontánea, hecha al hilo de lo afirmado por los participantes en el acto, puso de manifiesto su enorme cultura política y el gran conocimiento que tenía de la realidad social latinoamericana. La marcaron muy profundamente los viajes que hizo a El Salvador y Venezuela, donde se sumergió en la religiosidad del pueblo pobre y oprimido, admiró las formas de auto-organización popular y se conmovió ante las enormes y escandalosas desigualdades sociales que vio en estos dos países.

Ella fue la encargada de anunciar en París, en julio de 1974, la constitución de la Junta Democrática, un frente político de oposición a la dictadura del que formó parte el Partido Carlista. Desde ese momento fue conocida como la princesa roja y pasó a ser una de las caras más reconocibles de quienes luchaban contra el régimen franquista. Por este hecho se le prohibió volver a España, y cada vez que lo hacía, pasaba la frontera de manera clandestina.

Mujer de enorme cultura, viajera impenitente y amena conversadora, permaneció fiel a sus ideas hasta el último suspiro, pero siendo consciente de que la realidad cambia constantemente y hay que tener siempre respuestas a los nuevos problemas que se nos presentan.

Autora de media docena de libros y multitud de monografías sobre el Carlismo y su familia los Borbón Parma, las diversas experiencias históricas de construcción del socialismo, la acogida a los inmigrantes, el federalismo y la configuración territorial de las Españas o el islam.

Su gran curiosidad por esta religión la llevo a estudiar árabe para poder leer el Corán en su lengua original y a visitar países como Marruecos, Jordania, Argelia o Túnez. Siempre denunció el terrorismo que se esconde detrás del rótulo islámico como uno de los grandes enemigos del islam. En los últimos veinte años he editado varias de sus obras y he sido testigo directo de cómo, en las presentaciones de las mismas, se acercaban a ella personas de muy distintas opciones ideológicas y la reconocían por su trayectoria política, aunque discrepasen de alguna de sus posturas u opiniones.

En el trato cercano hacía gala de un encanto muy particular, siempre atenta y con una sonrisa para todas las personas que se dirigían a ella. Mención aparte merece su pasión por la vida y la obra de don Ramón María del Valle-Inclán, de quien pronunció en el Ateneo de Madrid una recordada conferencia, en la que reivindicaba el genuino carlismo y la maestría literaria del genial autor gallego. No solo don Ramón se sentía atraído estéticamente por el Carlismo, también le atraía ideológicamente, como demostró María Teresa a lo largo de toda su documentada, rigurosa y divertida conferencia.

El papel de las religiones en nuestras sociedades fue otra de las causas a las que dedicó una gran parte de su tiempo, denunciando el uso político que históricamente habían hecho las elites políticas, económicas y sociales del hecho religioso. Ponía como ejemplo el nacionalcatolicismo que se vivió en nuestro país durante casi cuarenta años o el fundamentalismo islámico.

El recuerdo de María Teresa sigue muy vivo. Su coherencia, lealtad, simpatía y ejemplo de quehacer político honesto serán siempre una referencia, y mucho más, en estos tiempos en que se fomenta el transfuguismo, se juega de manera tan obscena con las fidelidades políticas y se abandonan viejas banderas por ocupar un escaño o un sillón ministerial.