¡Te recordaremos, Tomás, porque nos has dejado una mochila llena de contenido extraordinario y valioso!

A lo largo de sus años y experiencias nos ha ido regalando riqueza intelectual y grandeza humana. Hermanando su inteligencia con su exquisita sensibilidad iba dando a luz poco a poco aquella sabiduría característica de la gente que logra bienestar a su alrededor. ¡Personas que tienen luz e iluminan!

Tomás Yerro fue un profesor, pero fue mucho, muchísimo más. El arte que tenía para transmitir palabras, textos, poemas, comentarios, análisis penetrando hasta el fondo del ser en cada matiz literario, nos fue comunicado como lo hace tan solo un hombre docto, magnífico. Profesor de jóvenes y mayores en institutos y universidades, conferenciante, escritor Escribió libros, críticas interesantes, prólogos sutiles, entrevistas, artículos y pensamientos maduros. Era un filósofo, ha sido un sabio. Creció entre libros y poetas y nos regaló perlas.

¡Cuántos premios, cuántos galardones, títulos y honores merecidísimos no alteraron su humanidad, ni aquella cercanía de suaves modales, unas veces con ternura y otras con dulzura, que nos permitía disfrutar de su presencia! Siempre fue un hombre amable, bondadoso, que eso es ser bueno, ser buena gente. La familia, sus amigos, colegas, alumnos, cualquiera que los conociésemos, quedábamos enganchados a su amabilidad, un don que recibió y cultivó de chico en su pueblo, el mío, el nuestro. El Balcón de la Ribera, nuestro Lerín, le insufló las raíces del amor a familiares, campos y gente y estoy segura de que nuestro patrimonio cultural, sumado al de otro lerinés de pro, Amado Alonso, se ha multiplicado y enriquecido con su legado y su memoria. Ojalá un día, ojalá, podamos pasear por una calle o paseo o plaza bautizado con su nombre, y ojalá también las nuevas generaciones aprendan a sentir que Tomás no puede ser olvidado. Hace unos años tuve la suerte de hacer con él un curso de literatura bíblica en la universidad. No entraré en detalles, baste con decir que aprender era gozar y que yo lo comparaba con un baúl lleno de piedras preciosas. Cuando lo abría, salían ¡hombre culto, cultivado! Salían perlas. Y un día, la penúltima vez que nos vimos, me regaló una.

Fue el 14 de agosto del año 19, fiestas del pueblo. Él vino a honrarnos con el lanzamiento del cohete y los porches y la calle Mayor bullían de jolgorio. La música y la chiquillería alegraban el aire cálido del verano, y al finalizar los cohetes me acerqué un momento para un abrazo y sentí que algo se me atropellaba en los ojos. Traté de reprimir esa emoción consciente de que no era momento de lágrimas, pero Tomás, sensitivo y delicado, se dio cuenta y me regaló una perla. Con una especie de severidad afectuosa, me dijo: "Pili, ni hablar, no frenes, déjalas correr, porque esas lágrimas son el lenguaje de tu corazón". Todavía hoy me conmuevo al recordar. Llevaré conmigo este consejo para siempre y deseo desde aquí darle las gracias. ¡Querido Tomás!

La última vez fue unos meses después, al finalizar un concierto musical extraordinario, ejecutado en su honor en la iglesia del pueblo. Apenas unos momentos entrañables, los justos para otro abrazo y una cita. Nos prometimos un encuentro en Pamplona, "sin agobio, sin prisa", dijo pero nunca llegó. El tiempo y las circunstancias adversas me han robado esta oportunidad de ser feliz. Sin embargo, creo que su presencia y su esencia no están circunscritas a ningún encuentro. Nuestro amigo está y estará para siempre en el corazón de quienes simpatizamos con él en el mundo mágico de la poesía y en nuestras pisadas del pueblo, cada vez que respiremos la atmósfera de su bondad.

¡Feliz viaje, Tomás, descansa en paz!