Diez días pasaban desde que Pedro Sánchez anunció la convocatoria electoral -ni siquiera están todavía disueltas las cámaras, cosa que ocurrirá el próximo martes- y ya se había fraguado la alianza UPN-PP para generales, forales y municipales. Ayer la decisión se hizo evidente e irreversible, tras su refrendo por los regionalistas en una convocatoria que parecía una venta flash de Aliexpress, de esas en las que apenas se deja espacio para que una eventual opinión crítica pueda abrirse espacio. Hace tres años Esparza galleaba, hablaba día sí y día también de sus ansias por concurrir al Congreso y Senado en solitario, del mensaje genuino que no quería diluir en coalición alguna y menos con peperos. Hasta que llegó la llamada de Rajoy, y con ella la oferta que tanto le gustó escuchar. Se estableció entonces un pacto ignominioso, en el que lo único que se convenía era apoyar la investidura de Mariano, y a partir de ese momento, cada mochuelo a su olivo: UPN se instalaría en el Grupo Mixto y haría lo que en cada caso le fuera interesando, uniendo oportunismo y disfrute de tribuna. No sé si quedan electores que crean que votar es establecer un contrato con sus elegidos, a los que exigir actuaciones de acuerdo con un programa previo, pero desde luego estos no pudieron encontrar referencia alguna de coherencia en aquel pastiche. Al menos esta vez, tras la llamada de Casado y las lisonjas de Maroto, nos hemos ahorrado tanta fanfarronada como antes dispensó el de Aoiz.

Han pasado unos años y aunque la fórmula para las generales aparentemente vaya a ser la misma -dos diputados cabeceros para UPN, y sin tener que adscribirse al Grupo Popular-, las razones de fondo para acabar coaligados han cambiado sustancialmente. Esparza ha necesitado asociar al acuerdo lo relativo a unas forales que llegarán semanas después de las generales, y no por la cercanía temporal, sino porque en ellas se jugaba su permanencia al frente de UPN. Incapaz de enhebrar en cuatro años un proyecto político tras la calamitosa etapa barcinista, con la urgencia de tener que reformar la medular de su grupo parlamentario (que siempre ha constituido la auténtica medida del poder interno) y, sobre todo, aterrado por la perspectiva de cuatro años más en el barbecho de la oposición, lo único que le quedaba era buscar algo que le permitiera aparentar que su proyecto crecía. Porque como sabe él y es ley de la naturaleza, lo que no crece, decrece. Aplicado al caso, la inexorable norma vaticinaba su segura defenestración al cabo de un trimestre. Unirse al PP le va a permitir al menos mejorar la contabilidad, sumar algún escaño más, sacar un paracaídas y ganar algo de tiempo. Aún logrado el objetivo principal, escucharemos en los próximos días una llamada a Ciudadanos apelando a las mismas razones por las que ahora se quiere vender este pacto, la contención al nacionalismo y un supuesto estado de extrema necesidad política.

El PP gana con este acuerdo saberse presente en las instituciones navarras otra legislatura, y eso no es poca cosa. Hubo un tiempo, justo tras la ruptura de hace 11 años, cuando pudo optar por una doble apuesta: constituirse en el verdadero referente de un liberalismo desasistido de prejuicios al servicio de la Comunidad Foral, y hacerlo olvidando esa UPN en decadencia cuya verdadera vocación era mantener el modelo del régimen, en su tripleta política, económica y mediática. Pudo pasar en Navarra lo que pasó en Álava con Unidad Alavesa, partido que un día pareció omnipresente y al cabo de poco tiempo desapareció. Pero no fue así, entre otras cosas porque como bien glosó la viñeta (y perdón por la reiteración), “Barcina y Cospedal se llevan fenomenal”. UPN no ha tenido ni vergüenza ni valentía suficiente como para acudir a unas generales en solitario en competencia con el PP jamás, y si así hubiera ocurrido seguro que la historia actual sería diferente. Hoy a quien no convenía acudir a unas forales en solitario era el PP, por riesgo a no pasar el corte del 3%, y a pesar de que Ana Beltrán convence mucho más a su electorado de referencia que Esparza y mil como él. Si antes se permitió que los regionalistas buscaran una relación de conveniencia con los de Rajoy, hoy los de Casado le conceden una vida extra a Esparza pero a cambio de garantizar la persistencia de su marca en Navarra. Que juntos sepan mostrar algo más que la propia fe de vida está por ver.