dirán que el viernes empieza la campaña electoral, pero es como contar la excusa del niño sorprendido con el bote de mermelada ya en sus manos. La campaña es infinita porque la actividad política se ha convertido en una continua pose mediática. Algunos partidos han colgado en sus webs sus programas y echando una ojeada te das cuenta que la reflexión en ellos contenida no está precisamente orientada dar respuesta a la evidente agenda de necesidades sociales, sino a exaltar la originalidad. Como si la batalla fuera no tanto por cohesionar modelos ideológicos como por atender pequeñas clientelas. Por deformación profesional me he ido a mirar la parte relacionada con la sanidad, y dan ganas de llorar. Cualquiera puede saber que las enfermedades que más daño causan a las personas son el cáncer, el ictus, el infarto o las demencias. Actualmente no hay planes claros de actuación que promuevan mejorar la prevención y adecuar el sistema sanitario para combatirlas. Y sin embargo, no se encontrará ninguna referencia sobre qué habría que hacer a futuro desde la política en esos campos, o en otros muchos. En cambio, leo en un programa que es prioritario montar un plan para los trastornos autistas, lo que seguramente es muy importante y respetable, pero desde luego no tan relevante como la patologías más incidentes. Me intereso por saber qué ideas hay sobre el gasto en medicamentos, que es el 1,6% de PIB nacional, y lo único que encuentro es que hay que incorporar al cannabis como terapia. Así pasa con todo. Lo que se pretende es que en el marasmo del debate político un concreto elector escuche un trino en medio del ruido y se enganche a una marca electoral por un interés muy particular. Verbigracia, sería imposible intentar extraer de los partidos una idea solvente sobre cómo evitar el colapso del sistema de pensiones, que todos saben que está cercano pero del que nadie quiere hablar salvo para decir la delictuosa mentira de que la pagas están garantizadas. Porque tampoco conviene contar cosas incómodas o que no se quieran oír, el cenizo arrostra garantía de fracaso. Entre oportunismos y ocultismos se cuajan las construcción programáticas. El resto consiste principalmente en salir bien por televisión y machacar el Twitter.

Como la faceta programática y de las ideas de la política apenas interesa, vayamos a la más pedestre, la meramente táctica. Entendemos ahora que Tezanos haya estado dispuesto a hacer el más inmenso ridículo profesional con encuestas que muchos califican como lisérgicas. Lo que ha conseguido, y esa es su gran contribución al momento político de su partido, es que todo el mundo crea que efectivamente el PSOE está a la cabeza de las preferencias electorales. Es quien ha asentado la más preciada posición previa a la lid electoral, consistente en hacer ver que son los demás los perseguidores y ellos los perseguidos. Se da por segura la victoria socialista, al menos en orden de preferencia, pero esta presunción de donde realmente ha surgido es de una pauta demoscópica marcada desde el oficial CIS. Se dirá que además está refrendada por encuestas de encargo privado, pero no se querrá reconocer a la vez la paupérrima calidad, cuando no fraudulenta intención, de éstas. Sánchez se puede permitir administrar sus tiempos y sus mensajes, mientras los demás, en su papel de meritorios, han de pugnar por poderle rozar el mentón. De momento, sin éxito. Al contrario: que el PP se meta él mismo en barullos diversos, que tenga que sobreexponerse, o que no acabe de quitarse la imagen de formación en declive, es el síntoma de que el guión se lo están marcando otros. Ciudadanos necesita como sea mostrar la etiqueta de partido de la nueva política, el valor diferencial que le proporciona oxígeno, pero su última invectiva ha sido montar una lista al Parlamento Europeo con desechos de tienta de las formaciones a las que se supone quiere sustituir. A Podemos, seamos hoy caritativos, la reaparición de su sumo sacerdote le está endosando más problemas que los que ya tenía, que hasta los gentiles amigos de LaSexta se han rayado con el de la coleta. Mientras, Vox se ríe de quienes se rieron de la imagen de Abascal a caballo, habida cuenta que mantienen firmes las riendas y, al contrario de lo que sus detractores quisieran, son los que avanzan a galope mientras otros no pasan del trote cochinero.