Tampoco hubo que esperar mucho. No habían pasado ni 48 horas de las elecciones y ya estaba estaba Yolanda Barcina en Madrid diciendo que “el resultado electoral de Navarra puede derivar en Venezuela o en Alemania de Hitler”. Que nos iban a gobernar los nazis dijo la tía en la tele pública. Como para salir corriendo. Y era solo el aperitivo.

Estaba claro que al cambio de gobierno no le iban a dar mucho margen de movimiento. Fue tan traumática la pérdida de poder que de repente salieron todos a gritar a la calle el advenimiento del apocalipsis. Y claro, como cada día había que superar al anterior, la cosa se fue yendo de madre. “Navarra podría vivir un éxodo de 200.000 personas por miedo, amenazas y extorsiones”, vaticinó la expresidenta abriendo camino a lo que vendría después.

Que sería un torbellino de exageraciones, falsedades y salidas de tono en la que competían los medios de la posición y sus satélites. El Parlamento, según Roberto Jiménez, iba a ser “un gaztetxe autogestionario cualquiera” por culpa de un cuatripartito “unido por el rencor”. Y “los inversores” iban a “tachar Navarra por sus políticas revolucionarias, comunistas y populistas”, según Esparza.

En realidad, la apocalíptica oposición de estos dos años se ha sustentado en dos ideas primarias, cargadas de sectarismo además. La primera, que la economía navarra se iba a hundir por culpa de las políticas “bolcheviques” del nuevo Gobierno de Navarra. “Van a arruinar Navarra, van a aumentar el paro y van provocar una fractura social sin precedentes”, confiaba Ana Beltrán. “Traerán el desempleo y el caos. Tienen un pacto vergonzante para que Navarra desaparezca”, ratificaba el líder de UPN. Y la segunda, claro, la anexión a Euskadi que, de forma interesada, se ha tratado de vincular a las políticas de apoyo al euskera. “El Gobierno impone el euskera”, decía el PP. “Somos parias en nuestra propia tierra”, subía la apuesta UPN.

Ni una ni otra se ha producido, claro. Ni el euskera es obligatorio ni ha quebrado Navarra. Aunque en ocasiones ha dado la impresión de que era lo que hubieran deseado solo para poder decir que tenían razón. El problema es que por el camino se ha dañado la imagen de Navarra en el exterior, como si fuera un lugar sin ley donde domina la barbarie. Pero no parece que les haya importado mucho, porque ahí siguen cuatro años después creyendo que el fin justifica los medios. El 28-A demostró que la estrategia no funcionó en España. El día 26 veremos si lo hace en Navarra.