debaten los analistas si el fracaso de la investidura de Sánchez es consecuencia de la inmadurez política y la lucha egolátrica entre el candidato y Pablo Iglesias, o por el contrario responde a una pretensión estratégica, fríamente diseñada desde Moncloa, de llevarnos a una nuevas elecciones. Interpretaciones hay para todos los gustos. Unas resaltan el paupérrimo nivel del diálogo entre partidos, como si a los autoproclamados líderes del post-bipartidismo les hubiera llegado el mueble de Ikea en su caja pero sin instrucciones ni tornillos. Otras dicen que el rechazo al pretendiente no ha sido tal fracaso, sino sólo una etapa en un camino diseñado de antemano que nos llevaría a unos nuevos comicios en los que aumentar el rédito y aspirar a un gobierno más cómodo y sobre todo más longevo. Sea la que sea la versión de los hechos, ya casi da igual.

Lo que sí merece una reflexión es considerar como hipótesis la existencia de un laboratorio que haya diseñado los pasos necesarios para culminar con unas nuevas elecciones un camino que se inició con la moción de censura. Muchas miradas se dirigen a la figura de Iván Redondo, el asesor político de Sánchez, al que la corte atribuye infinita capacidad para analizar encuestas y conducir los acontecimientos hacia la conveniencia de quien le tenga en nómina. El viernes, un veterano columnista madrileño publicaba el texto de un mensaje que le había llegado desde Moncloa mientras en el Congreso se preparaba la segunda votación. “Si dicen sí a la propuesta, lentejas; si es no o abstención se destruyen, y si votan sí quedándose en la oposición nos dan el Gobierno monocolor. De todas formas, jaque mate a Podemos”. Es la pieza de convicción de que efectivamente hay quien cree que la política es muy parecida al videojuego Age of Empires. A Redondo se le mira ciertamente con veneración, atribuyéndole un talento para la estrategia política nunca antes visto por estos lares. Como tantas veces ocurre en este país, la mentecatez es eso que eleva a los altares a cualquier medianía, para más tarde descuartizarle en el ágora. Este Redondo presta servicios a quien se los quiera pagar, en un ámbito profesional en el que hay mucho advenedizo dispuesto a susurrar a políticos acomplejados con ganas de destacar. Hace unos años trabajó para Monago, el candidato del PP en Extremadura, al que ciertamente acompañó en su camino a una impensable presidencia. La venta posterior consistió en decir que gracias a sus consejos llegó tan inopinado éxito, obviando que el cambio se produjo por efecto colateral del fracaso zapaterista y la crisis económica que endosó tanto a los ciudadanos de Zafra como de Cartagena. También Iván Redondo ayudó a García Albiol en su llegada a la alcaldía de Badalona, trasladando a su campaña un argumentario contrario a los inmigrantes copiado del que años antes abanderaba con relativo éxito popular Josep Anglada, líder de una cosa llamada Plataforma per Catalunya, que en algunos ayuntamientos menores había pillado concejalías. En el tiempo en el que buscaba un nuevo cliente al que servir, a Iván se le vio en la tertulia política de las mañanas de Antena 3, en la que despachaba topicazos, siempre engolados como corresponde a un autotitulado experto en estrategias políticas, y nunca destacó por su perspicacia predictiva. No me resisto a terminar por caracterizar a este trotaconventos hablando del cambio de aspecto que exhibió el mismo día de aquella moción de cesura. La tribuna de invitados del Congreso le acogió con un nuevo tejado capilar: donde antes había una brillante calva aparecían ahora unos mechones enérgicos, no se sabe si fruto de un implante o del trenzado de un bisoñé. No aludo a este tema con ánimo de ridiculizar a nadie, todo lo contrario. Sólo pienso que quien ha asumido el diseño de las estrategias políticas en Moncloa es alguien que no sólo cree en las ideas que pueden anidar en cualquier cerebro, sino en el envolvente estético que cubra la calota. Toda una declaración de intenciones en un mundo de vanidades.

Metidos en el marasmo interpretativo, debería quedar viva la reflexión de qué hemos hecho para merecer estar así, ensimismados con los rasputines, aceptando que la política ha devenido en un juego de mesa. No me imagino a González, Arzallus o siquiera a Aznar subcontratando la dirección de operaciones a un consultor. Tampoco un coro de aduladores como el que ahora venera a personajes así.